Lecturas de hoy. Sábado 29 de junio de 2024

“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Después de Jesús y de la Virgen, el Santo Padre ocupa el puesto de honor en nuestro afecto, nuestra veneración y nuestras oraciones

COLEGIATA DE SANTA MARÍA (Talavera de la Reina)
COLEGIATA DE SANTA MARÍA (Talavera de la Reina)
  1. Primera lectura
  2. Salmo Responsorial
  3. Evangelio
  4. Comentario

Lecturas de Santos Pedro y Pablo, apóstoles

Sábado

Primera lectura

Lectura del segundo libro de las Crónicas (24,17-25):

El Señor destruyó sin compasión todas las moradas de Jacob, con su indignación demolió las plazas fuertes de Judá; derribó por tierra, deshonrados, al rey y a los príncipes. Los ancianos de Sión se sientan en el suelo silenciosos, se echan polvo en la cabeza y se visten de sayal; las doncellas de Jerusalén humillan hasta el suelo la cabeza. Se consumen en lágrimas mis ojos, de amargura mis entrañas; se derrama por tierra mi hiel, por la ruina de la capital de mi pueblo; muchachos y niños de pecho desfallecen por las calles de la ciudad. Preguntaban a sus madres: «¿Dónde hay pan y vino?», mientras desfallecían, como los heridos, por las calles de la ciudad, mientras expiraban en brazos de sus madres.
¿Quién se te iguala, quién se te asemeja, ciudad de Jerusalén? ¿A quién te compararé, para consolarte, Sión, la doncella? Inmensa como el mar es tu desgracia: ¿quién podrá curarte? Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas; y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte, sino que te anunciaban visiones falsas y seductoras.
Grita con toda el alma al Señor, laméntate, Sión; derrama torrentes de lágrimas, de día y de noche; no te concedas reposo, no descansen tus ojos. Levántate y grita de noche, al relevo de la guardia; derrama como agua tu corazón en presencia del Señor; levanta hacia él las manos por la vida de tus niños, desfallecidos de hambre en las encrucijadas.


Palabra de Dios

Salmo Responsorial

Sal 73

R/. No olvides sin remedio la vida de tus pobres

¿Por qué, oh Dios, nos tienes siempre abandonados,
y está ardiendo tu cólera contra las ovejas de tu rebaño?
Acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo,
de la tribu que rescataste para posesión tuya,
del monte Sión donde pusiste tu morada. 

R/. No olvides sin remedio la vida de tus pobres

 

Dirige tus pasos a estas ruinas sin remedio;
el enemigo ha arrasado del todo el santuario.
Rugían los agresores en medio de tu asamblea,
levantaron sus propios estandartes. 

R/. No olvides sin remedio la vida de tus pobres

En la entrada superior
abatieron a hachazos el entramado;
después, con martillos y mazas,
destrozaron todas las esculturas.
Prendieron fuego a tu santuario,
derribaron y profanaron la morada de tu nombre. 

R/. No olvides sin remedio la vida de tus pobres

Piensa en tu alianza: que los rincones del país
están llenos de violencias.
Que el humilde no se marche defraudado,
que pobres y afligidos alaben tu nombre. 

R/. No olvides sin remedio la vida de tus pobres

Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,5-17):

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.»
Jesús le contestó: «Voy yo a curarlo.»
Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy quién soy yo para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace.»
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los ciudadanos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.»
Y al centurión le dijo: «Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.» Y en aquel momento se puso bueno el criado.
Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra en cama con fiebre; la cogió de la mano, y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles. Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.»

Palabra del Señor

Comentario

Durante una de sus largas caminatas con los discípulos, Jesús les interrogó sobre la opinión pública acerca de su Persona. Después de ofrecer varias tentativas de respuesta, el Maestro les pregunta con gran pedagogía qué piensan ellos. Pedro se deja llevar entonces por el ímpetu amoroso y responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (v. 16). Esta confesión sobre la identidad del Maestro reveló designios divinos sobre la identidad y misión de Simón: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…” y “te daré las llaves del Reino de los cielos…” (vv. 18-19).

En el mundo antiguo, era muy común aprovechar la dureza y estabilidad de la roca madre para levantar sobre ella el resto de un muro, de una fortaleza, conectando así la obra natural con la arquitectónica. Y las ciudades antiguas estaban rodeadas de murallas y puertas de acceso, que se podían abrir y cerrar con llaves. Tener las llaves de una ciudad era ostentar el poder de decidir quién podía entrar o salir y cuándo. Por eso, el símbolo de la rendición de un enclave o plaza fuerte solía ser la entrega de sus llaves.

Lleno de asombro, Pedro escucharía al Mesías anunciando con solemnidad que él sería como esa roca madre, sobre la que Jesús alzaría su Iglesia; y que tendría el poder sobre las llaves del Reino, para decretar su acceso o vetarlo, influyendo así en el destino de la tierra como en el del mismo Cielo.

Este episodio y el lugar en el que sucedió quedaron grabados en la memoria de los apóstoles y consignado en los evangelios. Por voluntad del Señor, Pedro sería el líder de los doce y de la Iglesia, factor de unidad y eficacia para todos. Y los apóstoles, incluso los que habían conocido a Jesús antes que Pedro, los que quizá podrían reflejar mejor disposición o virtud a ojos humanos, asumieron con veneración y respeto esta voluntad del Maestro, como asumieron todas sus demás disposiciones y mandatos.

Más tarde, cuando Pedro negó a Jesús durante la pasión, comprobó que su liderazgo y eficacia eran prestados. Pero después de la Resurrección, esa posición de Pedro sería innegable y admitida por los cristianos, que rezaban juntos por Pedro (cfr. Hch 12). Por eso los cristianos tenemos el amoroso deber de rezar mucho por el Papa, sucesor de Pedro, y respetar su tarea al cuidado de la Iglesia como los apóstoles respetaron la primacía de Simón. A este respecto, comentaba san Josemaría: “Tu más grande amor, tu mayor estima, tu más honda veneración, tu obediencia más rendida, tu mayor afecto ha de ser también para el Vice-Cristo en la tierra, para el Papa. —Hemos de pensar los católicos que, después de Dios y de nuestra Madre la Virgen Santísima, en la jerarquía del amor y de la autoridad, viene el Santo Padre”[1].

Cuenta el libro de los Hechos, que Dios eligió también como Apóstol a un joven fariseo de la tribu de Benjamín: Saulo de Tarso, perseguidor de cristianos. Gracias a la oración de Esteban (cfr. Hch 7,58ss.) y a la fina caridad de Bernabé (cfr. Hch 9,23), Pablo sería admitido en la Iglesia. Pablo era alguien que no conoció en vida a Jesús y que lo odió en sus seguidores. Pero también los apóstoles supieron reconocer humildemente en Saulo los designios sorprendentes de Dios y lo aceptaron como apóstol, igual que ellos, porque también él vio al resucitado y fue enviado a anunciarlo a todas las gentes.

La vida de estos dos grandes apóstoles nos enseña que, a pesar de las limitaciones propias y ajenas, Dios sabe realizar sus designios de amor; su gracia actúa siempre en los corazones. Lo que Dios pide para que haya fruto es la actitud de la Iglesia naciente: perseverar todos juntos en la oración, con María, la Madre de Jesús (cfr. Hch 1,12).

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