Lecturas de hoy. Sábado 20 de julio de 2024

“No disputará ni gritará”. Jesús lleva a cabo su misión de una forma desconcertante para los hombres. Y al hacerlo, nos revela la profunda identidad del amor: la entrega de la propia vida por aquellos a los que se ama.

COLEGIATA DE SANTA MARÍA (Talavera de la Reina)
COLEGIATA DE SANTA MARÍA (Talavera de la Reina)
  1. Primera lectura
  2. Salmo Responsorial
  3. Evangelio
  4. Comentario

Lecturas del Sábado de la XV Semana del Tiempo Ordinario

Sábado

Primera lectura

Lectura de la profecía de Miqueas (2,1-5):

¡Ay de los que meditan maldades, traman iniquidades en sus camas; al amanecer las cumplen, porque tienen el poder! Codician los campos y los roban, las casas, y se apoderan de ellas; oprimen al hombre y a su casa, al varón y a sus posesiones.
Por eso, dice el Señor: «Mirad, yo medito una desgracia contra esa familia. No lograréis apartar el cuello de ella, no podréis caminar erguidos, porque será un tiempo calamitoso. Aquel día entonarán contra vosotros una sátira, cantarán una elegía: «Han acabado con nosotros, venden la heredad de mi pueblo; nadie lo impedía, reparten a extraños nuestra tierra.» Nadie os sortea los lotes en la asamblea del Señor.»


Palabra de Dios

Salmo Responsorial

Sal 9,22-23.24-25.28-29.35

R/. No te olvides de los humildes, Señor

¿Por qué te quedas lejos, Señor,
y te escondes en el momento del aprieto?
La soberbia del impío oprime al infeliz
y lo enreda en las intrigas que ha tramado. 

R/. No te olvides de los humildes, Señor

 

El malvado se gloría de su ambición,
el codicioso blasfema y desprecia al Señor.
El malvado dice con insolencia:
«No hay Dios que me pida cuentas.» 

R/. No te olvides de los humildes, Señor

Su boca está llena de maldiciones,
de engaños y de fraudes;
su lengua encubre maldad y opresión;
en el zaguán se sienta al acecho
para matar a escondidas al inocente. 

R/. No te olvides de los humildes, Señor

Pero tú ves las penas y los trabajos,
tú miras y los tomas en tus manos.
A ti se encomienda el pobre,
tú socorres al huérfano. 

R/. No te olvides de los humildes, Señor

Lectura del santo evangelio según san Mateo (12,14-21):

En aquel tiempo, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones.»

Palabra del Señor

Comentario

Dios, buen pedagogo, había dicho al pueblo de Israel que se le podía encontrar en el susurro de una brisa suave antes que en el huracán o el terremoto (cfr. 1Reyes 19,3-15). Una y otra vez debían ser corregidas las expectativas de aquellos hombres, a los que les costaba tanto salir de su forma de comprender las cosas. En ese susurro es como Jesús, el Mesías esperado, vino al mundo: en el silencio de la noche y en un lugar pequeño y apartado. Y con ese susurro es como llevó a cabo su misión: como Siervo sufriente (cfr. Is 42,1-4). De esto había hablado Isaías, pero la mayoría no lo había entendido: el Mesías se iba a enfrentar con el endurecimiento y el rechazo, en concreto, de los dirigentes del pueblo de Israel.

Jesús se duele de ese rechazo, pero no se sorprende. Conoce los corazones. Y, aun así, no da la espalda a lo que sabe que va a venir. Ha venido a instaurar un Reino de amor, reino del que también había hablado Isaías (cfr. Is 11,1-9): “Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda? Tengo que ser bautizado con un bautismo, y ¡qué ansias tengo hasta que se lleve a cabo!” (Lc 12,49-50). “Aquí está mi Siervo, a quien elegí, mi amado, en quien se complace mi alma”: ¡cuánto dicen estas palabras de Dios Padre, y que luego todos oirán cuando Jesús sea bautizado en el Jordán! He ahí el amor verdaderamente divino, el fuego que ni las aguas más caudalosas pudieron ni podrán jamás apagar (cfr. Ct 8,7).

El Señor se echa hacia adelante con decisión. San Pablo lo expresa así de sí mismo: “Olvidando lo que queda atrás, una cosa intento: lanzarme hacia lo que tengo por delante, correr hacia la meta” (Flp 3,13-14). Quizá a nosotros, como cristianos, podría retraernos ver el rechazo de tantos a Cristo o la aparente falta de fruto. No olvidemos, por un lado, lo que dice Dios a Samuel: “No es a ti a quien rechazan, sino a mí, para que no reine sobre ellos” (1Samuel 8,7). No olvidemos, por otro, que el amor de verdad, el que transformará los corazones y cambiará al mundo, se prueba, se avalora, en el sacrificio por el amado: Dios y los hombres. Damos nuestra vida por amor a Dios y por los que amamos con el amor de Cristo: porque Cristo ha venido a llamar a los pecadores, que somos todos; porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cfr. 1Tm 1,15; 2,4).

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