Lecturas de hoy. Jueves 25 de julio de 2024

“El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos”. Este ha de ser el sentido de la vida de cada cristiano: para dar la vida por amor.

Altar Mayor. La Santa Iglesia Catedral Metropolitana de la Encarnación de Granada
Altar Mayor. La Santa Iglesia Catedral Metropolitana de la Encarnación de Granada
  1. Primera lectura
  2. Salmo Responsorial
  3. Evangelio
  4. Comentario

Lecturas del Santiago, apóstol

Jueves, 25

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (4,33;5,12.27-33;12,2):

En aquellos días, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor y hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los condujeron a presencia del Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó: «¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.»
Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.» Esta respuesta los exasperó, y decidieron acabar con ellos. Más tarde, el rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.


Palabra de Dios

Salmo Responsorial

Sal 66

R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. 

R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben

 

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra. 

R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe. 

R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben

Lectura del santo evangelio según san Mateo (20,20-28):

En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?»
Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?»
Contestaron: «Lo somos.»
Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.»
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.»

Palabra del Señor

Comentario

El evangelio de hoy termina con una breve frase, con la que Jesús resume el sentido de su vida, su forma de ser y vivir: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos”.

A su vez, nos indica el sentido de la vida de cada cristiano. Hemos nacido para servir, para dar vida, para dar la vida. Si no vivimos al servicio de los demás, si los demás no están felices por nuestra presencia y nuestro actuar, entonces nuestra vida no tiene peso, consistencia.

Esta frase es el final de un diálogo entre Jesús y Juan y Santiago, iniciado por la madre de los dos hermanos. De camino a Jericó, pocos días antes de la entrada en Jerusalén, esta madre consigue estar a solas con Jesucristo. Se postra ante Él y le pide que sus hijos se sienten en su reino, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Jesús no responde con una negación, ni tampoco le recrimina que haya pedido de esa manera. Quizá porque aquella mujer, y sus hijos, desean la gloria. Lo hacen de una manera demasiado humana, pero es una buena petición. Esto es lo grandioso de Jesucristo: se mete en nuestros deseos, ilusiones, proyectos, peticiones, para purificarlos, llenarlos de su gloria, de su eternidad.

Jesús, dirigiéndose a Juan y Santiago, les responde: “No sabéis lo que pedís”; “No sois conscientes de lo que me estáis pidiendo realmente, de lo que esconde vuestro deseo”. Y inicia un diálogo para hacerles ver la profundidad de lo que desean: “¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?” “¿Queréis de verdad mi gloria? ¿Asumir lo que estoy a punto de asumir? ¿Sumergiros donde yo me voy a sumergir?”

Ellos responderán con cierta presunción: “Podemos”. Y ante esa respuesta, Jesucristo afirma sorprendentemente: “Beberéis mi cáliz”.

Jesús ha sabido meter a estos dos hermanos en un camino de oración. Lo importante de nuestra oración no es tanto qué quiero yo, sino qué quiere Jesús de mí. A Jesús le importa nuestra vida y nos pregunta: ¿qué queréis de mí? Para, así, desde nuestros deseos llevarnos a su querer, a sus deseos más profundos.

La oración es así un encuentro con Jesucristo que nos cambia el paso, nos lleva más allá de nosotros mismos. Él nos mete en su corazón, en sus deseos, en sus ilusiones. Cada día nos pregunta: “¿Quieres saber qué llevo en mi corazón, cuáles son mis deseos?”

Y nos habla de sus deseos de servir, de darse a los demás con alegría, con libertad. Porque la libertad no consiste en otra cosa que en vivir la propia vida como un regalo. Solo quien posee algo lo puede regalar, solo somos libres cuando nos regalamos a los demás, cuando les damos nuestra vida. Así es la personalidad de Jesucristo, libre. Y nos da su personalidad para que seamos libres.

Aquellos hermanos responderán que sí. Aunque luego, cuando llegue la hora de Jesucristo, la hora de beber el cáliz, la hora de Getsemaní y de la Cruz, se vendrán abajo. Todavía les queda aprender que no lo pueden hacer con sus solas fuerzas, desde ellos mismos. Que necesitan la fuerza del Resucitado. Una fuerza que nunca les faltará.

Jesús también nos habla a nosotros, nos mira ilusionado ante nuestros deseos de estar con Él, de entregarle nuestra vida, y nos confirma que Él está siempre con nosotros para poder beber su cáliz, para poder entregarnos realmente, para poder dar vida a nuestro alrededor.

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