Lecturas de hoy. Sábado 11 de Mayo de 2024

Al igual que a los discípulos que estuvieron con Jesucristo el día de su Ascensión, el Señor nos reúne cada día en su corazón. Y quiere servirse de cada uno para dar al mundo esa alegría verdadera que le falta. Quiere que seamos testigos de lo que hemos visto y oído, de sus llagas, de su Amor.

Concatedral de San Pedro de Soria
Concatedral de San Pedro de Soria
  1. Primera lectura
  2. Salmo Responsorial
  3. Evangelio
  4. Comentario

Lecturas del La Ascensión del Señor

Domingo

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (1,1-11):

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.»
Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»
Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.»
Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»


Palabra de Dios

Salmo Responsorial

Sal 46,2-3.6-7.8-9

R/. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas

Pueblos todos batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra. 

R/. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas

 

Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad. 

R/. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas

Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado. 

R/. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas

Conclusión del santo evangelio según san Marcos (16,15-20):

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en m¡ nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Palabra del Señor

Comentario

Cuarenta días después de la Resurrección, Jesucristo vuelve a reunirse con sus discípulos, los hombres y mujeres que le habían acompañado a lo largo de los tres últimos años, sus amigos íntimos.

Salen de Jerusalén camino de Betania. Atraviesan las calles y plazas de la ciudad y se dirigen al monte de los olivos.

En un momento dado, Jesús se para, los reúne en torno a él y les da un último mandato: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura”. Les mira y elevándose se despide bendiciéndoles.

Ellos, llenos de alegría, vuelven a la ciudad santa y desde allí comienzan a predicar la buena nueva por todo el mundo.

Ahora bien, ¿cómo es posible que unos hombres y mujeres atemorizados, sin grandes cualidades, se lancen a semejante aventura? ¿Cómo es posible que vuelvan a Jerusalén llenos de alegría, si Jesucristo acaba de despedirse de ellos?

Lo lógico hubiera sido que estuvieran más desconcertados y más tristes. El mundo en el que viven no ha cambiado, Jesús se ha ido definitivamente y además les ha encargado una tarea aparentemente irrealizable. Deben ser testigos del amor de Dios por los hombres, testigos de su pasión, muerte y resurrección. Empezando por Jerusalén, la ciudad que lo ha condenado a muerte, el lugar del fracaso. Hasta los confines del mundo. Ese mundo alejado de Dios.

Y sin embargo, todo eso no les llena ni de desconcierto ni de tristeza. Todo lo contrario.

¿Por qué para ellos es un orgullo ser discípulos de Cristo? ¿Por qué no es una carga esa tarea?

Porque Jesucristo es su amigo íntimo, porque saben que Él está con ellos, que Él es fiel a sus promesas. Han aprendido a fiarse de Él. No ponen su confianza en ellos, ni en sus fuerzas, ni en sus capacidades.

La Ascensión del Señor no es un “adiós”, un “hasta luego”, sino, paradójicamente, un “me quedo”. Ellos se fían de la promesa hecha por Jesucristo: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). No dudan de su presencia en ellos y, de modo central, en la Eucaristía.

Ellos no se sienten gran cosa, conocedores de sus miserias, debilidades, falta de talento y capacidades. Pero saben que Cristo ha resucitado, que su Amor es más poderoso. Han aprendido que es Dios quien da el crecimiento. De ahí su alegría y entusiasmo.

Una alegría que se traduce en un abrirse en abanico para llevar ese Amor hasta el último rincón del mundo. Los discípulos del Señor eran hombres y mujeres a los que Dios confió todos los hombres. Y esa tarea les colmó de una alegría aún mayor.

Su vida estuvo llena de sufrimientos y dificultades. Pero siempre vivieron en la alegría del Señor. Reflejaban en su rostro la gloria del Señor: el brillo de su rostro enamorado.

Al igual que a los discípulos que estuvieron con Jesucristo el día de su Ascensión, Jesucristo nos reúne cada día en su corazón. Estamos bajo la protección de sus manos, en la inmensidad de su Amor. Y quiere servirse de cada uno para dar al mundo esa alegría verdadera que le falta. Quiere que seamos testigos de lo que hemos visto y oído, de sus llagas, de su Amor. Que con Él nada se pierde: trabajo, descanso, familia, amigos, pasado, presente, futuro, en Él todo adquiere eternidad.

También nos ha elegido y nos ha confiado a todos los hombres: a nuestros padres, hermanos, familiares, amigos, compañeros de trabajo, la humanidad entera.

El apostolado es una consecuencia lógica de la alegría de estar con Jesús. Como enseña san Josemaría, “el apostolado es amor de Dios, que se desborda, dándose a los demás. La vida interior supone crecimiento en la unión con Cristo, por el Pan y la Palabra. Y el afán de apostolado es la manifestación exacta, adecuada, necesaria, de la vida interior. Cuando se paladea el amor de Dios se siente el peso de las almas”.

Ellas nos necesitan. Necesitan de nuestra alegría para que, a través de ella, descubran a Jesús en sus vidas. En nuestro quehacer cotidiano, en nuestras miradas limpias, en nuestras conversaciones llenas de comprensión, en nuestros afanes por servir, comprender, animar y perdonar, Jesucristo resucitado se hace presente llenándolo todo de su alegría. Este mundo, no tan distinto del mundo de los hombres y mujeres que acompañaron al Señor, necesita de cristianos que lleven en su rostro ese brillo de un Dios enamorado.

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