Lecturas de hoy. Martes 23 de julio de 2024

“Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.” Cualquiera que acepte el compromiso de hacer la voluntad de Dios puede formar parte de esta familia espiritual.

Altar Mayor. La Santa Iglesia Catedral Metropolitana de la Encarnación de Granada
Altar Mayor. La Santa Iglesia Catedral Metropolitana de la Encarnación de Granada
  1. Primera lectura
  2. Salmo Responsorial
  3. Evangelio
  4. Comentario

Lecturas del martes de la XVI Semana del Tiempo Ordinario

Primera lectura

Lectura de la profecía de Miqueas (7,14-15.18-20):

Señor, pastorea a tu pueblo con el cayado, a las ovejas de tu heredad, a las que habitan apartadas en la maleza, en medio del Carmelo. Pastarán en Basán y Galaad, como en tiempos antiguos; como cuando saliste de Egipto y te mostraba mis prodigios. ¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad? No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos. Serás fiel a Jacob, piadoso con Abrahán, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos.


Palabra de Dios

Salmo Responsorial

Sal 84,2-4.5-6.7-8

R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia

Señor, has sido bueno con tu tierra,
has restaurado la suerte de Jacob,
has perdonado la culpa de tu pueblo,
has sepultado todos sus pecados,
has reprimido tu cólera,
has frenado el incendio de tu ira. 

R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia

 

Restáuranos, Dios salvador nuestro;
cesa en tu rencor contra nosotros.
¿Vas a estar siempre enojado,
o a prolongar tu ira de edad en edad? 

R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia

¿No vas a devolvernos la vida,
para que tu pueblo se alegre contigo?
Muéstranos, Señor, tu misericordia
y danos tu salvación. 

R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia

Lectura del santo evangelio según san Mateo (12,46-50):

En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él.
Uno se lo avisó: «Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo.»
Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?»
Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.»

Palabra del Señor

Comentario

A lo largo de su vida pública, Jesús pone sistemáticamente su misión en primer lugar, y cualquier otro vínculo terrenal en segundo lugar. El Reino de los Cielos está por encima de cualquier otro compromiso. Incluso los lazos familiares, que eran cruciales en aquella cultura, tienen menos importancia: Jesús advierte a sus oyentes que quien ama a su familia más que a Él, no es digno de Él (cf. Mt 10,34-37).

En esta ocasión, los miembros de su familia fueron a Cafarnaún, donde sabían que se encontraba con sus discípulos, para hablar con él. Tal vez querían instarle a ser más prudente, ante la creciente oposición de los escribas y fariseos. Al encontrarlo ocupado en la enseñanza de sus discípulos, se quedaron fuera y le enviaron un mensaje.

Esperaban que dejara por un momento su enseñanza y se acercara a ellos. Pero Jesús aprovechó el momento para proclamar una nueva enseñanza a sus discípulos. Extendiendo la mano hacia ellos, proclamó solemnemente: “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. Era una declaración que abría horizontes inesperados: Jesús estaba construyendo una nueva familia basada en los lazos espirituales y no en la genealogía o el parentesco. Para pertenecer a ella, dice Jesús, lo único que se requiere es el compromiso de hacer la voluntad de Dios. Cualquiera puede unirse.

Los lazos que se forman entre los cristianos son muy estrechos. Jesús los asemeja a los lazos familiares, y eso demuestra que considera a las familias físicas como una bendición, como escuelas de fraternidad y amor. En efecto, “Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María” (CIC, n.1655). Sin embargo, esta nueva familia es considerada como una bendición aún más elevada, y extenderá esa fraternidad y amor a todos.

Nosotros pertenecemos a esa familia: “la Iglesia no es otra cosa que la familia de Dios” (CIC, n.1655). Jesús enseñó a sus discípulos hasta qué punto somos responsables unos de otros. En la víspera de su pasión les ordenó: “que os améis unos a otros, como yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos (...)” (Jn 13,34-35).

Y esta caridad se manifiesta de manera muy práctica. Debemos preguntarnos con regularidad si encontramos el modo de “llevar las cargas de los otros, y así cumplir la ley de Cristo” (Gal 6,2).

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