François Hollande puede devolver a Francia al laicismo del siglo XIX

La línea anunciada por François Hollande es radicalmente opuesta. Recuerda la política de José Luis Zapatero, que creó en esta materia problemas donde no existían. Éste quería transformar de hecho la no confesionalidad en laicismo. Hollande se propone constitucionalizar la ley de 1905, comenzando ya por aplicarla sin admitir excepción alguna, de las muchas que se han ido promulgando a lo largo de los años como consecuencia de necesidades obvias: por ejemplo, la construcción de un cementerio municipal sólo para musulmanes en Estrasburgo, realizada por un alcalde socialista... No habrá excepción para el uso del velo integral en espacios públicos, ni horarios sólo para mujeres en piscinas, ni comida halal en las cantinas escolares.

El nuevo presidente francés se jacta de no haber instrumentalizado a ninguna religión en su campaña. Excepto –matizo‑ a la del fundamentalismo laicista. Su carta, de tres páginas, al conjunto de asociaciones reunidas en el Comité nacional de acción laica (CNAL) no tiene desperdicio. En concreto, Hollande se compromete a rehacer los decretos y circulares de aplicación de la ley Carle de 2009, que, bajo condiciones precisas, obliga a los ayuntamientos a pagar los gastos de escolaridad de un alumno de su municipio incluso si acude a un establecimiento no público de otra ciudad. De esta medida se benefician actualmente unos 250.000 estudiantes.

En esa misma carta, afirma que derogará el decreto, también de 2009, sobre reconocimiento de los títulos otorgados por los Institutos universitarios católicos de Francia, en virtud de un acuerdo pactado con el Vaticano. En pasant, parece también decidido a someter a un "imperativo de

'mixité (scolaire)' a las dotaciones de los centros, 'comprendidos los de la enseñanza privada'". Como era previsible, la creación en cinco años de 60.000 puestos docentes ‑¿será posible financiarla?‑ afectará sólo a escuelas públicas, no al equivalente a los centros concertados, en su gran mayoría católicos.

Pero no se trata sólo de la derogación de las decisiones más recientes derivadas de una laicidad positiva. Hollande pretende asegurar una laicidad sin calificativos, que incluiría constitucionalizar la ley de 1905, algo que nadie de ningún partido importante se ha propuesto desde su promulgación. Al cabo, esa norma obedecía a planteamientos históricos muy distintos, completamente superados hoy por la Iglesia y por el Estado.

Dudo mucho que el jacobinismo real de Hollande –oculto tras la imagen de normalidad‑ le lleve a rechazar el pacto europeo de estabilidad. Sería algo así como la postura que adoptó el General De Gaulle en su día ante la OTAN. Pero la renuncia a esa parte de la soberanía radicalizará sus políticas sociales en materia de laicismo, educación, eutanasia o transformación del pacs en matrimonio: reformará el Código de Napoleón, algo a lo que no se atrevieron François Mitterrand ni Lionel Jospin.

 
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