Encerrados pero libres

Resurrección.
Resurrección de Cristo.

¡Feliz Pascua de Resurrección! Día de alegría y de celebración después de pasar por la oscuridad del huerto de los olivos, por el dolor inmenso del calvario, por la soledad del sepulcro, por el miedo de la casa de los apóstoles… Y llegan las santas mujeres para decirnos que ha resucitado, que todo es posible, que nos ha liberado de las ataduras de lo terreno, que nos ha abierto las puertas del cielo.

Y a nosotros la noticia nos encuentra así: encerrados entre cuatro paredes, exactamente igual que ayer, que anteayer, que mañana, que pasado mañana… Todo se ha vuelto tan monótono en nuestras vidas que parece más difícil de entender el cambio radical que supone el momento en que la gruesa piedra que cubre el sepulcro ha quedado arrimada a un lado. Aquí, a simple vista, nada ha cambiado. Todo es igual. 

Nos cuesta distinguir en qué día vivimos (más ahora, que no hay colegio ni teletrabajo). Hasta los horarios se diluyen. Tampoco importa ya el pronóstico del tiempo, o el estado de las carreteras, porque el domingo de Resurrección, día de tradicionales caravanas, no volveremos a ningún sitio, no nos marcharemos de ningún lugar. Y sin embargo, el cambio está ahí, en nuestro interior, solo tenemos que
pararnos a pensar para darnos cuenta.

En estos tiempos de confinamiento he leído –y rezado–varios libros que versan precisamente sobre situaciones como esta. Merece la pena leer de nuevo a todo un clásico Viktor Frankl, el psicoanalista de origen judío que plasmó en El hombre en busca de sentido (Herder, 2015) cómo uno sigue siendo dueño de su propio yo en un campo de concentración.

El segundo, especialmente recomendable, de Corrie ten Boom, El refugio secreto (Palabra, 2015), me dejó particularmente impresionada. No tanto por la historia que cuenta sobre la persecución a los judíos en la Holanda ocupada por los nazis como por la sensación de absoluta libertad que la autora explica que tenía cada vez que se ponía a rezar en medio de su encierro. Ese es el refugio que nadie le podría arrebatar.

El último, Caminando por valles oscuros (Palabra, 2015), recoge las memorias del jesuita Walter J. Ciszek preso en un gulag. El padre Ciszek se plantea cómo incluso en el peor de los escenarios, uno tiene la libertad de dirigir su propio comportamiento, de ser mejor.

Así que este Domingo de Resurrección tan atípico, sin grandes celebraciones familiares, encerrados en el mismo lugar, con las mismas personas, atrapados en un retorno infinito al punto de origen, quizá podemos descender a lo más hondo para descubrir cuál fue la libertad que ganamos aquel otro domingo, aquella mañana en Jerusalén.

Es una escena conmovedora, de esas que afianzan nuestra fe. Allí están encerrados, atemorizados hasta el extremo, los amigos más fieles de Jesús, presas del miedo atroz a acabar crucificados como Él. Y de pronto, algo los libera, cambia por completo el panorama, les permite vencer todo miedo, saberse libres en medio de un entorno opresor que no había dejado de existir, jugarse el cuello para contar lo que habían conocido de primera mano: que había resucitado.

Este Domingo de Ramos no es muy distinto de aquel porque igual que Pilatos seguía gobernando y el Sanedrín pedía la cabeza de los discípulos de Jesús, nosotros seguimos atrapados por el coronavirus. Nada va a cambiar el lunes de Pascua. Ni el martes. Ni el miércoles. Y, sin embargo, todo ha cambiado. Porque la libertad es interior y Jesús ha resucitado para dárnosla.

 

María Solano Altaba
Decana de la Facultad de Humanidades y CC. de la Comunicación. Universidad CEU San
Pablo

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