Y habló Benedicto XVI
Con la anuencia del Papa Francisco y del cardenal Secretario de Estado, el Papa emérito Benedicto XVI ha hablado sobre la pederastia en la Iglesia.
Cuando escribo estas líneas no alcanza aún a saber cuál puede ser la repercusión de esta confesión de Benedicto XVI. No sé cuál será la voluntad sobre la difusión de sus afirmaciones y sobre la recepción en la prensa mundial y en la opinión pública eclesial.
Como explica en la introducción de un largo texto, la base son notas que ha ido tomando desde que se convocara la reunión de los presidentes de las Conferencias Episcopales. Y, en no menor medida, la responsabilidad por haber ocupado el solio de Pedro, lo que le ha llevado a prestar este impagable servicio a la conciencia cristiana.
Sería interesante tener una buena traducción en español, por cierto. No he podido acceder aún al original alemán, aunque he leído el italiano y me parece más preciso que algunas traducciones en español.
Hay que leer el texto y meditarlo en la clave de un “nuevo comienzo”. Porque trasciende la cuestión de la pederastia. Sería algo así como un diagnóstico de la situación cultural, teológica y espiritual de Occidente, del mundo.
Un ensayo personal, con referencias a su vida, a su historia, y con afirmaciones que no pocos pueden ratificar. Por ejemplo, puedo dar fe de lo que significa leer, y comentar, los textos de Ratzinger en determinados ambientes teológicos en esa época.
Algunas de sus afirmaciones, que tienen la música de los escritos de las Padres de la Iglesia, resuenan en el interior de la conciencia del lector con no poco desgarro y sufrimiento. Por ejemplo, cuando el papa emérito dice aquello de que “casi 50 años después, al reconsiderar este proceso y viendo lo que ha estado pasando, me siento tentado a revertir la frase: “La Iglesia está muriendo en las almas”.
O cuando señala que “la idea de una Iglesia mejor, hecha por nosotros mismos, es de hecho una propuesta del demonio, con la que nos quiere alejar del Dios viviente usando una lógica mentirosa en la que fácilmente podemos caer”.
Quizá la libertad con la que escribe el Papa emérito es un ejercicio que debiera hacerse más frecuente en la Iglesia.
No podemos seguir en el bucle del colapso, concepto ampliamente utilizado en el texto. Ese bucle está paralizando a la humanidad y a la Iglesia. Y para esto, la mirada a lo esencial, la vuelta a lo esencial cristiano, es más necesaria que nunca, en el día a día de cada uno. Hay que leer, por tanto, este aldabonazo en clave espiritual. Un escrito del que se desprenderá mucho fruto.