Diez años con un rey también católico

Los Reyes, la Princesa de Asturias y la Infanta Sofía saludan desde el balcón del Palacio Real de Madrid a los ciudadanos que se han acercado con motivo de la celebración del X Aniversario de la Proclamación de S.M. el Rey. Foto: Casa Real.
Los Reyes, la Princesa de Asturias y la Infanta Sofía saludan desde el balcón del Palacio Real de Madrid a los ciudadanos que se han acercado con motivo de la celebración del X Aniversario de la Proclamación de S.M. el Rey. Foto: Casa Real.

Ayer se cumplieron diez años de la coronación de Felipe VI como rey de España. Un rey, por cierto, que no esconde su condición de católico a la hora de la práctica religiosa familiar y de su presencia institucional.

El presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Luis Argüello, le ha enviado un mensaje con motivo de esta efeméride, en el que, además de felicitarle, dice que “el servicio de Su Majestad a España y a los españoles, que realiza con generosa dedicación y entrega, es realmente valioso en el tiempo en que vivimos. Sirve para reforzar los vínculos entre todos los españoles y la unidad de nuestra nación y para señalar las necesidades y preocupaciones que afectan a nuestra sociedad y que, juntos, debemos atender”.

No hay que perder de vista los argumentos que utiliza monseñor Argüello en sus intervenciones públicas.

En términos generales, lo que dice no tira de lugares comunes, ni de lógicas emotivistas. Su argumentación está basada en un juicio sobre la realidad alejado de los criterios subjetivistas dominantes.

Son relevantes sus incidencias. Decir que el servicio de Felipe VI sirve “para reforzar los vínculos entre todos los españoles y la unidad de nuestra nación” es decir mucho.

Es como si, por primera vez en bastante tiempo, se utilizaran horizontes de continuidad interpretativa del magisterio precedente de la Conferencia Episcopal. Es decir, horizontes que se refieren al bien común y que inciden en los presupuestos y consecuencias de esa vida en común.

Añadir que el rey nos señala “las necesidades y preocupaciones que afectan a nuestra sociedad y que, juntos, debemos atender” es un buen colofón a la carta, en el sentido en que una de las funciones de la monarquía es también la preocupación por la vulnerabilidad social y personal.

Tengo que confesar que considero que en España tenemos la suerte de tener un gran rey, que no pocas veces rema contra corriente. Un rey al que no le ha sido fácil consolidarse en la legitimidad de ejercicio, dada y supuesta la legitimidad de origen. Un rey que manifiesta una aprecio sustantivo por su entorno inmediato, es decir, por su familia. Un rey que nada contracorriente entre procesos de deslegitimación efectiva, políticos y culturales.

Al fin y al cabo, la monarquía es una institución basada en la vinculación, en los lazos de raigambre. Todo lo que implique y signifique desvinculación, ruptura con las raíces, no encaja en la foto.

 

Es precisamente ese proceso de arraigo, de vinculación, el que, en el caso de la monarquía, remite al sustrato de la fe personal en el rey a través de su educación y de sus convicciones. No es necesario añadir adjetivos a la monarquía española. Lo católico, al margen e integrado en la fe personal, en la dimensión institucional, se expresa con esa tensión hacia la ejemplaridad, en la búsqueda del bien común, entre otras razones con la preservación del orden jurídico, constitucional, ante las tendencias disfuncionales o la imposición de las ideologías. 

Ya sé de la teoría de la accidentalidad de las formas políticas. En mi casa intelectual lo tenemos claro desde el editorial de El Debate, inaugurada la Segunda República. Pero en la balanza de la historia, en este momento de España, la monarquía representa un referente de bien para la sociedad, para el entramado institucional. 

La verdad es que no necesitamos que el rey vaya haciendo gala de su fe, ni de su experiencia eclesial. Lo que necesitamos es la síntesis de tradición y modernidad en el ejercicio de sus funciones constitucionales. Y una consideración implícita de la contribución de la propuesta cristiana a la historia y a la cultura, en su dimensión social, desarrollo y progreso de la sociedad y de las personas. 

Comentarios