En la Asunción de María al Cielo

Representación de la Asunción de la Virgen María.
Representación de la Asunción de la Virgen María.

La celebración solemne en todo el mundo católico, cristiano, de la Asunción de la Virgen María en cuerpo glorioso al Cielo, es un anuncio que encierra las grandes verdades que predicó Cristo, los grandes dogmas de nuestra Fe: la Encarnación, la Divinidad de Cristo y pone delante de nuestra mirada la Pasión y la Cruz redentora de Cristo; la Resurrección y con la Ascensión de Cristo, la perspectiva de la vida eterna.

“Por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo, y nuestra, proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.

Con estas palabras Pio XII proclamó en 1950 el dogma de la Asunción de la Virgen al Cielo. Un hecho histórico, más allá del tiempo y del espacio naturales, como la Resurrección y Ascensión al Cielo de Jesucristo, en el que la participación de Dios directamente en la historia de los hombres queda claramente reflejada.

“Misterio de amor es éste. La razón humana no alcanza a comprender. Sólo la fe acierta a ilustrar como una criatura haya sido elevada a dignidad tan grande, hasta ser el centro amoroso en el que convergen las complacencias de la Trinidad. Pero, tratándose de Nuestra Madre, nos sentimos inclinados a entender más –si es posible hablar así- que en otras verdades de fe” (Es Cristo que pasa, n. 171).

Dios corona su obra. María es la primera criatura elevada al Cielo en cuerpo y alma gloriosos. La primera criatura que vivió la muerte en la tierra, entrando en el cielo para toda la eternidad, en la unión gloriosa y personal de alma y cuerpo.

Al recibir el anuncio de la Encarnación, María dirigió al Señor un canto de acción de gracias: “Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo” (Lucas 1, 48-49).

“Esta verdad de fe era conocida por la Tradición, afirmada por los Padres de la Iglesia, y era sobre todo un aspecto relevante del culto tributado a la Madre de Cristo. Precisamente el elemento cultual constituyó, por decirlo así, la fuerza motriz que determinó la formulación de este dogma: el dogma aparece como un acto de alabanza y de exaltación respecto de la Virgen santa.  (…) Así se expresó en la forma dogmática lo que ya se había celebrado en el culto y en la devoción del pueblo de Dios como la más alta y estable glorificación de María: el acto de proclamación de la Asunción se presentó casi como una liturgia de la fe” (Benedicto XVI).

Asunta al Cielo es llamada bienaventurada por todas las generaciones. María es la voz suave que invita a amar a Dios sobre todas las cosas; la voz que mueve el corazón del pecador al arrepentimiento y al gozo de pedir perdón en el sacramento de la Confesión. Desde el Cielo nos invita a mirar a Cristo crucificado, y lleguemos así a descubrir el Amor que lo tiene clavado en la Cruz para redimirnos del pecado.

María es ya la nueva tierra, el nuevo cielo. En Ella se han cumplido las promesas de Dios; en Ella se han colmado las esperanzas de los hombres; en Ella, la Iglesia enseña al hombre a descubrir la escala del paraíso, la escalera del Cielo. Ella nos enseña las palabras, y nos da ánimos para decirlas al Señor, cuando nos cueste más vivir algún acto de Fe, algún Mandamiento, alguna indicación de la Iglesia: “Hágase en mi según tu palabra”.

 

“María, unida totalmente a Dios, tiene un corazón tan grande que toda la creación puede entrar en él, y los ex-votos en todas las partes de la tierra lo demuestran. María está cerca, puede escuchar, puede ayudar, está cerca de todos nosotros. En Dios hay espacio para el hombre, y Dios está cerca, y María, unida a Dios, está muy cerca, tiene el corazón tan grande como el corazón de Dios” (Benedicto XVI).

“Supliquemos hoy a Santa María que nos haga contemplativos, que nos enseñe a comprender las llamadas continuas que el Señor dirige a la puerta de nuestro corazón. Roguémosle: Madre nuestra, tú has traído a la tierra a Jesús, que nos revela el amor de nuestro Padre Dios; ayúdanos a reconocerlo en medio de los afanes de cada día; remueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad, para que sepamos escuchar la voz de Dios, el impulso de la gracia” (san Josemaría Escrivá).

Madre de Dios y Madre nuestra. Desde el Cielo, con su tierna mirada de madre amorosa, nos envía el Espíritu Santo para que renovemos nuestra Fe en la vida eterna; para que no perdamos jamás la Esperanza de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo; y para darnos una Caridad, que nos mueva a perdonar, a pedir perdón, y a amar a todos con el amor con que nos ama su Hijo Jesucristo.

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