Lecturas de hoy. Sábado 21 de septiembre de 2024

"Vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme"

Basílica de San Pedro. Ciudad del Vaticano. Roma.
Basílica de San Pedro. Ciudad del Vaticano. Roma.
  1. Primera lectura
  2. Salmo Responsorial
  3. Evangelio
  4. Comentario

Fiesta de San Mateo, Apóstol y evangelista

Sábado 21 

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,1-7.11-13):

Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.

Palabra de Dios

Salmo Responsorial 

Sal 18,2-3.4-5

R/. A toda la tierra alcanza su pregón

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R/.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje. R/.

 

Evangelio 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,9-13):

En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio

¡Qué tiene la mirada de Jesucristo que cambia radicalmente el corazón, lo transforma, lo sana!

Jesús atraviesa las callejuelas de Cafarnaúm y va decidido al lugar donde trabaja Leví, el publicano, el recaudador de impuestos para los romanos, el odiado por sus propios conciudadanos, el despreciado, el traidor.

Se detiene, no tiene prisa, y le mira.

Con esos ojos misericordiosos, como nadie le había mirado antes.

Y le abrió el corazón, lo hizo libre, lo sanó, lo llenó de esperanzas.

En esos ojos Leví vio la mirada de Dios que ve más allá de lo que ven nuestros ojos.

Más allá de las apariencias, de nuestros pecados, de nuestros fracasos, de nuestra indignidad.

En Leví, Jesús ve a Mateo.

Ve su historia de amor, de servicio, de entrega, de fidelidad, de felicidad.

También hoy, cada día, Jesús quiere fijar su mirada en nosotros.

“Es la espera de Dios, que ama a los hombres, que nos busca, que nos quiere tal como somos —limitados, egoístas, inconstantes—, pero con la capacidad de descubrir su infinito cariño y de entregarnos a El enteramente” (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 151).

Nosotros, que estamos también sentados en nuestro banco, buscando ser felices a nuestra manera, acumulando tiempo y bienes para nosotros mismos, incapaces de darnos a los demás, cansados de que pasen los días sin atrevernos a arriesgar.

El encuentro de Jesús con Mateo nos interpela y demanda nuestra confianza: si Jesús pudo transformar a un recaudador en un servidor, a un traidor en su amigo íntimo, también puede transformarnos a nosotros, pecadores, en hijos de Dios, en sus amigos íntimos.

Para ello debemos hacer como Mateo: sentirnos en peligro, enfermos, necesitados de esa mirada que infunde esperanza porque ve en cada uno, pecadores, al hombre soñado por Dios.

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