Lecturas del Lunes 25 de diciembre de 2023. Natividad del Señor

“Hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor.” Contemplemos al niño con una mirada de fe, de asombro, de adoración. Miremos el misterio de Dios que ha querido depender de nosotros.

Evangelio de hoy
Evangelio de hoy
  1. Primera lectura
  2. Salmo Responsorial
  3. Segunda lectura
  4. Aleluya
  5. Evangelio
  6. Comentario

 

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (52,7-10):

¡Qué hermosos son sobre los montes
los pies del mensajero que proclama la paz,
que anuncia la buena noticia,
que pregona la justicia,
que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!».
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro,
porque ven cara a cara al Señor,
que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro,
ruinas de Jerusalén,
porque el Señor ha consolado a su pueblo,
ha rescatado a Jerusalén.
Ha descubierto el Señor su santo brazo
a los ojos de todas las naciones,
y verán los confines de la tierra
la salvación de nuestro Dios.

Palabra de Dios

Salmo Responsorial

Sal 97,1.2-3ab.3cd-4.5-6

R/.
 Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.

V/. Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. 

R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.

V/. El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.

V/. Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. 

R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.

V/. Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (1,1-6):

En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas.
En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos.
Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.
Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»; y en otro lugar: «Yo seré para él un padre, y el será para mi un hijo»?
Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».

Palabra de Dios

 

Aleluya

Aleluya.

Nos ha amanecido un día sagrado; venid, naciones, adorad al Señor; porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra.

Aleluya

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,1-18):

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio d él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor

Comentario

El feliz anuncio a los pastores sigue resonando en nuestros oídos, año tras año, sin que lleguemos a acostumbrarnos. Nuestro corazón se llena de nuevo de alegría al escuchar el relato del nacimiento del Hijo de Dios, como si fuera la primera vez. El viaje de Nazaret a Belén, María a punto de dar a luz, José en busca de un lugar para el parto, el Niño que nace, los pañales y el pesebre, el anuncio a los pastores, y su apresurada visita. Todo parece nuevo en esta nueva Navidad.

San Lucas encuadra el nacimiento de Jesús dentro de la historia del mundo. El emperador Augusto había logrado instaurar en sus enormes dominios un largo periodo de paz, conocida como la Pax Augusta, pero fue después de muchas guerras, de muchos sometimientos, de mucha esclavitud. Por eso, aquel “primer empadronamiento” podía parecer un gesto de orgullo por parte de la autoridad, pero de ello se sirvió Dios para que se cumplieran las Escrituras, pues estaba escrito por medio del Profeta que en Belén de Judá había de nacer el Mesías (cf. Mt 2,5). El viaje de José con su esposa encinta, no exento de riesgos, era un acto de obediencia humana, pero sirvió de cauce para que María y José obedecieran a Dios, plenamente confiados en que todo saldría bien. Probablemente, José pasó por el agobio ante la dificultad para encontrar el lugar más apropiado para aquel virginal alumbramiento. Pero su fortaleza, serenidad y confianza en Dios se impusieron para que María pudiese dar a luz “a su hijo primogénito”, “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8,29), en un lugar aparentemente poco apropiado para Dios, un pesebre, un rincón desconocido de una de las provincias de ese gran imperio. Pero la diligencia de José y la presencia de María convirtieron aquel pobre lugar en el más digno no solo de aquel imperio sino de toda la tierra. Hasta los animales de aquel establo participaban de aquel prodigio: “Conoce el buey a su amo, y el asno, el pesebre de su dueño”, dice el profeta Isaías.

Pero de pronto, el cielo se abre, la gloria de Dios es incontenible, y se manifiesta no a los grandes de la tierra sino a unos pastores. Eran hombres quizá rudos, poco valorados en aquella sociedad, pero fueron los elegidos por Dios para ser testigos directos del gran acontecimiento. Quedaron deslumbrados y atemorizados por el anuncio que venía del ángel, y por la muchedumbre de la corte celestial que alababa a Dios. Conocerían quizá las profecías que hablaban del Mesías que había de nacer en la ciudad de David: “Pero tú, Belén Efrata, aunque tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser dominador en Israel” (Miqueas 5,2). Sin embargo, no podían imaginar que aquella noche, en aquellos contornos que ellos tan bien conocían por su trabajo, iba a cumplirse aquella divina promesa. Dios los miró con complacencia por su buena voluntad, por su condición humilde. Superado el temor inicial ante tan inesperada visita, se llenaron de una alegría y paz que jamás habían experimentado. Se cumplieron en ellos las palabras del profeta que escuchamos en la primera lectura de la misa de esta noche: “Multiplicaste el gozo, aumentaste la alegría” (Isaías 9,2).

Para poder participar del gozo del nacimiento del Salvador, necesitamos mirar a María y a José, a los pastores, y admirarnos como lo haría un niño, lleno de asombro. Iremos también nosotros a adorar al Niño y aprenderemos las lecciones de la “cátedra de Belén”, como le gustaba a San Josemaría referirse a este misterio. Quizá la lección que más hay que aprender hoy es la humildad, la de saberse pequeños delante de Dios, y así se cumplirán en nosotros las palabras de Jesús dirigidas a sus discípulos: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado” (Mc 9,37). Hoy el niño es Jesús, el enviado del Padre. Acojámosle.

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