¿El socialismo contra la Iglesia?

La propuesta electoral de acabar con los privilegios hipotecarios de la Iglesia transita entre la ética de mínimos y la punta del iceberg, por más que sirva al obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, para, en formato y género de entrevista periodística, aclarar que la Iglesia no tiene más privilegios, honores por todo lo alto, que el servicio a la sociedad. Es, por tanto, la mayor benefactora de nuestro presente.

Convendría aclarar que una reflexión teórica sobre el socialismo, los principios que lo sustenta, sus actualizaciones en versiones socialdemócratas europeas y more hispánico, exigiría también medir la distancia con la forma de las política socialistas, género distintivo de los años de Zapatero. Cuando todos pronostican el hundimiento de este sistema no está de más recordar que si algo es el socialismo español es propaganda, o que no es nada sin la propaganda. Tendríamos que preguntarnos si la forma de las políticas sociales, la voluntad de colocar a España a la cabeza de cierta modernización, con el matrimonio homosexual, el aborto libre constituido como un derecho, la anarquía productiva de fecundidades biológicas, o el divorcio Express, cumple la función del "nuevo cristianismo" de Saint Simon. Por más que se apele al pluralismo social, a la ley natural como un invento de la Iglesia y del pensamiento racionalista, en el mejor de los casos, o a una exégesis relativista del Evangelio, los valores cristianos de las leyes de Zapatero han hecho huelga general, en el fondo y en la forma. En este sentido, la dimensión social del Evangelio, articulada en el Magisterio de la Iglesia y en la Doctrina Social Católica, es un punto de conexión con los principios de una forma política social que ya está muy alejada del socialismo real que nos ha ocupado en los últimos años. Para no ser maximalistas diríamos que por casualidad suena la flauta, pero nada más.

En orden a ahuyentar a los especialistas en retorcer argumentos, lo dicho hasta ahora no aboca a los católicos a entregarse en brazos del Partido Popular. Ni mucho menos. El PP es el paradigma de un modelo burocrático en la partitocracia que nos ocupa. No hay más que ver el proceso que ha sufrido la propuesta sobre modificación de la ley Aído en la elaboración del programa electoral del partido candidato al olimpo de la Moncloa para ratificar que las señales de alarma están encendidas.

Pero la clave no está en al coyuntura, sino el êthos –perdón por el vocablo- de España, de la sociedad, del consenso social, cuyo espíritu es ese êthos, lo que Montesquieu denominaba "el espíritu general de la Nación" o los alemanes el Volksgeist, el espíritu del pueblo. Conceptos probablemente peligrosos para los sociólogos, pero necesarios para los politólogos. En la preocupación por la naturaleza, el cambio, la evolución, de este êthos, se encuadra la intervención de los obispos, que en todo momento han procurado que la sociedad española no se encuentre indefensa ante el estado inerme del poder socialista, ante el socialismo como ateología política, como larga mano de la naturaleza cratológica del estado moderno. Lo que es evidente, por sus obras les conoceréis, es que le êthos proyectado del gobierno de Zapatero para la sociedad española, y para la conformación del sujeto-ciudadano, y el êthos de la propuesta cristiana para la España de hoy, y esto sí que es encarnación, están a años luz. Recordemos los documentos episcopales, individual y colectivamente, en los últimos seis años. Y quienes digan que la Iglesia no son los obispos, no podrán decir que la Iglesia es sin los obispos; o que los obispos son unos más en la Iglesia.

Y aquí nace la pregunta sobre si la Iglesia ha perdido su natural auctoritas o si el gobierno localista se ha empeñado en que la pierda con estrategias discursivas nada convencionales. Una de ellas ha sido la de hacer entender, como si fuera un mantra público, que la autoridad de la Iglesia equivalía al poder terrenal de la Iglesia. Pongamos el ejemplo de los papas. Indudablemente Juan Pablo II y Benedicto XVI han contribuido a la renovación de la forma y a la consolidación de la autoridad moral de la Iglesia, ¿también a su poder? Entendido éste como un poder mundano, del mundo, lo contrario de lo que es y representa la Iglesia, un contramundo. Otra artimaña ha sido la de hacernos pensar que la cuestión de la autoridad ética de la Iglesia era una cuestión franquista. Benedicto XVI nos está mostrando lecciones de autoridad ética de razón y de concordancia con la fe.

No falta una pregunta, y una repuesta: ¿Y qué pasa con los sectores de la Iglesia que en los años setenta y ochenta se fascinaron con el socialismo real español? Pregunta para otra ocasión, el espacio manda, y la paciencia de los lectores, también.

José Francisco Serrano Oceja

jfsoc@ono.com

 
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