¿Una visión más abierta de la ciencia?

Hombre de Vitruvio, Leonardo da Vinci.
Hombre de Vitruvio, Leonardo da Vinci.

La neurocientífica y filóloga Carmen Estrada ha concedido recientemente una entrevista al diario El País sobre su último libro, ‘La herencia de Eva’ (Taurus 2024), donde recorre la historia de la ciencia, su influencia en la cultura y su papel actual. En sus declaraciones afirma que “ciencia y Dios no pueden coexistir. Hay científicos que dicen que son creyentes, pero o no son creyentes o no son científicos. Una verdad que no esté demostrada no es una verdad científica. Dios puede existir como hipótesis, pero no se ha hecho ni se podrá hacer nunca una demostración de su existencia. Por eso son incompatibles”.

En el ensayo defiende también una traducción de la Biblia “directamente del hebreo que no está tan contaminada por la Iglesia” según la cual “Eva representa a la ciencia, el instinto de curiosidad, la adquisición y la transmisión del conocimiento. La interpretación misógina que ha dominado hasta ahora mantiene que la fruta estaba prohibida, con lo que la curiosidad sólo lleva a la transgresión. Y de ahí toda esa idea de la culpa de la tradición judeocristiana, que ha hecho muchísimo daño”.

Vayamos por partes. La intención de Estrada es transmitir “una visión más abierta de la ciencia, basada en observar el mundo y tratar de explicarlo por causas naturales”, sin embargo, unas declaraciones así traslucen una mente que pronto se olvida de ese compromiso con la apertura. Además, un intelectual riguroso debería reconocer el alcance de su campo de estudio, pues pretender agotar cuestiones no científicas desde la ciencia es como si un literato pontificara sobre física cuántica.

No hace falta ser un erudito en filosofía de la ciencia para aceptar que la ciencia puede aportar razones, explicaciones, pero no dar respuestas definitivas, pues se trata de una interpretación válida, no obstante, temporal, de la realidad. Para empezar, un hecho es una proposición que se hace sobre aquello que se ha observado en la naturaleza: se repara en algo y se acude a un enunciado para describirlo. Ahora bien, en el momento en que se utilizan palabras para referirse a lo examinado, de alguna manera, se está interpretando ya. Esto no significa que no haya verdad en lo descrito, pero está claro que hay una interpretación. De hecho, lo que tenemos con respecto al conocimiento científico son, sobre todo, teorías que describen paradigmas. Y no es que sean falsas, sino que recogen el modo como puede explicarse la realidad (física, química, biológica…) con los avances que se tienen en este momento.

Por otro lado, cualquier problemática remite a cuestiones ulteriores. Si planteas un porqué y obtienes una respuesta, dicha respuesta suscitará nuevas preguntas y explicaciones quizás más completas, más precisas. Y esto hasta el infinito. Por eso cabe ser consciente de que la ciencia da respuestas valiosas, pero también de que siempre podrá avanzar. Ocurre como con el hombre: de la misma manera que el ser humano no se agota, tampoco va a haber nunca una respuesta absoluta a todos los interrogantes.

Así, el siglo XX ha demostrado que no puede haber una mirada de la ciencia tan autorreferencial sobre sí misma como plantea esta autora. En el mundo de la física ha ocurrido, por ejemplo, que postulados que se entendían como maneras completas, redondas y acabadas de comprender la realidad no han casado con otros que han aparecido después (la explicación del tiempo es cada vez más compleja, la teoría de la relatividad parece estar reñida con la física cuántica en algunas cuestiones...). Con las matemáticas ha pasado también. Me comentó el otro día un amigo que un investigador en esta disciplina expuso un teorema para mostrar que, incluso en un sistema lógico, pueden darse proposiciones indemostrables como verdaderas o falsas. Es decir, hasta en las ciencias exactas puede ocurrir que, en determinados supuestos, se pongan unos axiomas a funcionar siguiendo unas reglas y se hallen agujeros, entre comillas. No se pueden agotar porque la realidad siempre es desbordante con respecto a lo que el hombre es capaz de conocer respecto a ella.

Igualmente, la historia nos ha enseñado que la ciencia -bien vivida y planteada- propicia una apertura, pero no como la entiende la entrevistada. Claro que ha habido científicos que, siendo honestos con la razón, se han abierto a un necesario diálogo con la filosofía y la teología, reconociendo que la verdad no depende sólo de la descripción e interpretación de datos o fenómenos. Asimismo (menos mal) han aparecido pensadores que, humildemente, han entendido que la filosofía y la teología no pueden dar respuestas a la realidad científica, y es que, precisamente, lo que deben propiciar estas disciplinas es, sobre todo, un espíritu abierto para buscar la verdad sea cual sea y venga de donde venga.

Respecto al comentario sobre Eva, llama la atención su referencia al hebreo, pues traducciones y exégesis sobre el libro del Génesis hay desde Orígenes hasta hoy, y no sólo en esta lengua. Hay bibliotecas enteras. Generaciones y generaciones desde los primeros siglos de nuestra era han escrutado este texto. Sin embargo, su lectura no sorprende, pues es muy común que se hable de la cosmovisión cristiana desde los propios planteamientos y sin haber escuchado lo que la Iglesia dice. En este sentido, en las declaraciones de Estrada, que son más viejas que el hilo negro, falta documentación y sobra ideología.

Con todo, lo más llamativo de esta entrevista es que un titular fulmine la gran cuestión epistemológica sobre la existencia de Dios. ¿De qué demostración se está hablando? La transmisión de la fe se ha dado tantas veces a través del testimonio, que es el argumento-demostración que a las personas conmueve y mueve. Cuando una idea se respalda con la propia vida, además de atractivo es tremendamente persuasivo. ¿No es esto una demostración? Pero mejor dejamos esto para otro día.

 
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