El diálogo en el matrimonio

Boda católica.
Boda católica.

Para que haya amistad es imprescindible el conocimiento propio, al que se llega por el diálogo. Esto es importante a todos los niveles de amistad que podamos tener por delante. Y es imprescindible en el matrimonio. Cualquier otra relación de amistad puede durar poco o mucho. Depende de muchas cosas. Si mi amigo se ha ido a vivir lejos, es más problemático que haya trato y por lo tanto más normal que la amistad se enfríe.

El matrimonio es para siempre y por lo tanto hay que construirlo siempre. Me parece que uno de los errores más habituales en la sociedad nuestra actualmente es considerar, interiormente, incluso sin haberlo pensado mucho, que el matrimonio ya está totalmente perfilado en el momento de la boda y que, por lo tanto, no hace falta más edificación. Es un error grave. Las demás relaciones amistosas pueden morir por alejamiento, enfado o lo que sea. El matrimonio hay que construirlo siempre, porque es voluntad de Dios que sea para siempre.

Esto supone un empeño, un esfuerzo, porque si no hay cierta lucha, predomina el egoísmo. A mí me gusta esto a ella lo otro, cada uno por su lado. Es un error frecuente y así duran lo que duran los matrimonios, lo que supone un desastre para el concepto clásico de familia. Antes podía haber incomunicación, pero la sociedad no admitía otra cosa que sobrevivir. Y todos sabremos de algunos matrimonios de hace tiempo que eran bastante desastre pero que nunca se separaron, porque sabían que no tenía mucho sentido.

Ahora es muy fácil romper y, por lo tanto, es más prioritario cuidar, poner todo el empeño por custodiar la relación matrimonial y, ya no digamos, la estructura familiar de padres e hijos. Uno de los problemas actuales es que un matrimonio sin hijos, bastante frecuente por desgracia, es más fácil que tienda a la ruptura. Y como es más fácil romper hay que poner más empeño en construir. Es la única ventaja de la posibilidad de divorcio. Es más notable la necesidad de cuidar lo que es la relación matrimonial.

Y eso se consigue con el diálogo. Y solo hay diálogo cuando los esposos están dispuestos a amar. Y amar supone entrega, generosidad, pensar en el otro, espíritu de servicio, adelantarse en posibles necesidades. Con ese fondo es fácil que haya diálogo. Hay que hablar, dedicar tiempos de tranquilidad, de sosiego, sin prisas, para contar, para escuchar, para proponer. Por lo tanto cada cónyuge debe considerar, en un examen de conciencia sincero, si su vida es para el otro. Si hay verdadero empeño de entrega.

“Como lo que une a las personas es el amor, los esposos deben proponerse todos los días conservar el amor que los llevó a decidir formar una familia. El amor se dirige siempre a algo o a alguien que es bueno, pues no se puede querer lo malo. Por esta razón, las personas se quieren cuando descubren el bien que posee el otro. Y se quieren más cuando el amor es correspondido. Las personas que saben querer a los demás con generosidad y lealtad no son egoístas, narcisistas o ególatras, lo que les hace ser buenas y dignas de ser queridas”[1].

Desde ese presupuesto se puede dialogar. Hay que dar más importancia a los ratos de diálogo que a las series o a los caprichos personales. Hay que buscar los momentos adecuados para que sean frecuentes. 


[1] Fernando Sarráis, El diálogo, Teconté 2018, p. 50

 
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