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¿Qué santo celebra hoy, domingo 26 de noviembre de 2023? Consulta el santoral

Hoy se celebra el Día de Cristo Rey, fiesta litúrgica que conmemora la realeza de Jesucristo sobre todo el universo

Hoy se celebra el Día de Cristo Rey, fiesta litúrgica que conmemora la realeza de Jesucristo sobre todo el universo
Hoy se celebra el Día de Cristo Rey, fiesta litúrgica que conmemora la realeza de Jesucristo sobre todo el universo
  1. Día de Cristo Rey
  2. Santoral del día
  3. San Siricio, papa
  4. San Silvestre Gozzolini, abad
  5. San Alipio de Tagaste, obispo

 

Hoy, domingo 26 de noviembre de 2023, se celebra el Día de Cristo Rey, fiesta litúrgica que conmemora la realeza de Jesucristo sobre todo el universo. Es un día festivo en la Iglesia católica y se celebra con misas y procesiones.

Día de Cristo Rey

En el año 325, se celebró el primer concilio ecuménico en la ciudad de Nicea, en Asia Menor.

En esta ocasión, se definió la divinidad de Cristo contra las herejías de Arrio: "Cristo es Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero".

1600 años después, en 1925, Pío XI proclamó que el mejor modo de que la sociedad civil obtenga “justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia” es que los hombres reconozcan, pública y privadamente, la realeza de Cristo.

“Porque para instruir al pueblo en las cosas de la fe -escribió-mucha más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio (…) e instruyen a todos los fieles (…) cada año y perpetuamente; (…) penetran no solo en la mente, sino también en el corazón, en el hombre entero”. (Encíclica Quas primas, 11 de diciembre de 1925).

La fecha original de la fiesta era el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos; pero con la reforma de 1969, se trasladó al último domingo del Año Litúrgico, para subrayar que Jesucristo, el Rey, es la meta de nuestra peregrinación terrenal.

Los textos bíblicos cambian en los tres ciclos litúrgicos, lo que nos permite captar plenamente la figura de Jesús.

Última etapa

En este último domingo del año litúrgico, celebramos la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Como el año litúrgico representa el camino de nuestra vida, esta experiencia nos recuerda -es más, nos enseña- que nos dirigimos hacia el encuentro con Jesús, el Esposo, que vendrá como Rey y Señor de la vida y de la historia.

 

Estamos hablando de su segunda venida.

En la primera, vino en la humildad de un Niño acostado en un pesebre (Lc 2,7); en la segunda, regresará en la gloria, al final de la historia. Esta es la venida que hoy celebramos litúrgicamente.

Pero hay también una venida intermedia, la que vivimos hoy, en la que Jesús se nos presenta en la Gracia de sus Sacramentos y en el rostro de cada "pequeño" del Evangelio. Es el tiempo en el que se nos invita a reconocer a Jesús en el rostro de nuestros hermanos, el tiempo en que se nos invita a utilizar los talentos que hemos recibido, a asumir nuestras responsabilidades cada día.

Y a lo largo de este camino, la liturgia se nos ofrece como escuela de vida para educarnos a reconocer al Señor presente en nuestra vida cotidiana y para prepararnos a su venida final.

Coordenadas de la vida

"Vengan, benditos de mi Padre... Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles". La bendición y la maldición no son decisiones, un "ajuste de cuentas" por parte del Rey, que solamente revela lo que cada uno ha sido y ha hecho, cuánto se ha ocupado del hermano (cf. Gn 4; Lc 16,19.31)

Al principio del Evangelio, en el cap. 1,23, el evangelista Mateo escribe: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel", que traducido significa: «Dios con nosotros»"; y al final del Evangelio: "Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

En este marco, por tanto, debe leerse y entenderse el juicio universal que la liturgia nos hace contemplar hoy. Jesús, el Emmanuel, el Dios con nosotros, está realmente "con nosotros" hasta el fin del mundo. Él está. Pero, ¿dónde está? ¿Cómo podemos reconocerlo presente y activo en nuestras vidas? Para encontrarlo es necesario seguir las huellas de Jesús, cultivar sus sentimientos, que a menudo no son los nuestros.

Cómo no recordar cuando Jesús confió a sus discípulos que le esperaba la muerte en la cruz, y Pedro le reprendió; entonces Jesús le apartó diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16,22; cfr. Is 55,8).

Debemos recordar siempre que estamos en el mundo, pero no somos del mundo (cfr. Jn 17,14). Y precisamente porque es tan fácil dejarse desviar del buen camino (cfr. Gál 5,7: "Corríais tan bien, ¿quién os ha cortado el paso?"), es importante mantener la mirada fija en Jesús para no perder el rumbo (cfr. Hb 12,2). Él está presente. Por tanto, nuestra vida no está dirigida por el caos, sino por una Presencia que es Vida y que nos ha mostrado el Camino.

Una fiesta que revela el camino

El año litúrgico es el símbolo del camino de nuestra vida: tiene su principio y tiene su final en el encuentro con Jesús, Rey y Señor, en el Reino de los Cielos, cuando entraremos en él por la puerta estrecha de la "hermana muerte" (San Francisco).

Pues bien, al comienzo del año litúrgico, el primer domingo de Adviento, se nos mostró de antemano la meta hacia la que dirigimos nuestros pasos. 

Es como si, de cara a un examen, nos hubieran dado, un año antes, las respuestas a las preguntas; esto habría sido un examen amañado. En la liturgia, en cambio, es un don de Jesús, el Maestro, porque nos permite saber qué camino tomar (Jesús, Camino), qué pensamiento seguir (Jesús, Verdad), qué esperanza dejar que nos anime (Jesús, Vida, cfr. Jn 14,6).

Todo se juega en el amor

Lo que nos llama la atención hoy de los textos que hemos escuchado es que el examen último se refiere al amor, a lo concreto de la vida, empezando por los gestos más sencillos, más ordinarios: tuve hambre, tuve sed... No se trata de gestos heroicos, ni de gestos ajenos a la vida cotidiana o de gestos llamativos.

Lo hermoso que se desprende del Evangelio es que Jesús no sólo es el Dios con nosotros hasta el fin del mundo, sino que viene a ser el Dios en nosotros, empezando por los más pequeños: llega a identificarse con los necesitados, con cada pequeño del Evangelio, con cada perseguido (cfr. Hch 9,4: "Saulo, ¿por qué me persigues?").

Cada gesto de amor, por tanto, es un gesto hecho "con Jesús", porque ha sido hecho en su compañía; "como Jesús", porque se ha aprendido en el Evangelio; pero también "a Jesús", porque cada vez que se ha hecho un gesto de amor, se le ha hecho "a Él".

El amor en la vida cotidiana

Una cosa sorprende: en los seis gestos recordados por Jesús, no hay ningún gesto religioso o sagrado tal como lo entendemos nosotros. Todos parecen ser gestos "laicos", hechos en la calle, en la casa, donde sea, donde haya necesidad.

En realidad, "no hay nada pro-fanum, que esté delante o fuera del templo, porque toda la realidad es el gran templo de Dios: nada es profano y todo es ‘sagrado’, porque todo está en función de Jesús" (L. Giussani). Este es el culto hermoso que se rinde a Dios, como se capta también en otro pasaje del Evangelio de Mateo: "Si, pues, presentas tu ofrenda en el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda y ve primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve luego a ofrecer tu ofrenda" (cfr. Mt 5,23-24; Miércoles de Ceniza: Is 58,9; Gal 2,12: “Este es el ayuno que quiero: liberar a los oprimidos..”).

Al final, si el culto del altar no va precedido y acompañado del culto del amor al prójimo, vale muy poco.

Santoral del día

Además de esta fiesta, hoy también se celebran los siguientes santos:

  • San Siricio, papa
  • San Silvestre Gozzolini, abad
  • San Alipio de Tagaste, obispo
  • San Amador de Auxerre, obispo
  • San Amonio de Nitria, eremita
  • San Básolo de Reims, obispo
  • San Belino de Chartres, obispo
  • San Conrado de Piacenza, obispo
  • San Didio de Autun, obispo
  • San Esiquio de Vienne, obispo
  • San Estyliano de Vienne, obispo
  • San Fausto de Riez, obispo
  • San Juan Berchmans, jesuita
  • San Leonardo de Porto Maurizio, capuchino
  • San Nicón de Constantinopla, obispo
  • San Pacomio de Tabennisi, abad
  • San Teodoro de Heraclea, obispo
  • Domingo Nguyen Van Xuyên, mártir
  • Tomás Dinh Viét Du, mártir

A continuación, se detalla la biografía de algunos de los santos más destacados de hoy:

San Siricio, papa

San Siricio fue el 38º papa de la Iglesia católica, gobernando desde el año 384 hasta su muerte en el año 390. Es considerado uno de los grandes padres de la Iglesia y fue el primero en usar el título de "papa".

Siricio nació en Roma, probablemente en el año 344. Fue educado en la fe católica y se ordenó sacerdote en el año 378. Dos años después, fue elegido papa por el clero y el pueblo de Roma.

Durante su pontificado, Siricio se ocupó de defender la fe católica frente a las herejías, como el arrianismo y el donatismo. También promulgó varias leyes eclesiásticas, como la que obligaba a los sacerdotes a ser célibes.

Siricio murió en Roma el 26 de noviembre de 390. Fue canonizado por la Iglesia católica en el año 494.

San Silvestre Gozzolini, abad

San Silvestre Gozzolini fue un abad italiano que fundó la Congregación de los Silvestrinos. Nació en Montepulciano, Italia, en el año 1247.

Silvestrini entró en la Orden de los Frailes Menores en el año 1265. En 1274, fue elegido abad del monasterio de Montepulciano.

Gozzolini fue un hombre de gran piedad y austeridad. Se dedicó a la reforma de la vida monástica y a la difusión de la fe católica.

En 1317, fundó la Congregación de los Silvestrinos, una orden religiosa dedicada a la vida contemplativa y a la evangelización.

San Silvestre Gozzolini murió en Montepulciano el 26 de noviembre de 1313. Fue canonizado por la Iglesia católica en el año 1737.

San Alipio de Tagaste, obispo

San Alipio de Tagaste fue un obispo africano que fue amigo y discípulo de San Agustín de Hipona. Nació en Tagaste, África del Norte, en el año 354.

Alipio se convirtió al cristianismo en el año 373, tras escuchar un sermón de San Agustín. En 391, fue ordenado sacerdote y, en 396, fue elegido obispo de Tagaste.

Alipio fue un hombre de gran sabiduría y piedad. Se dedicó a la defensa de la fe católica y a la ayuda a los pobres y necesitados.

San Alipio murió en Tagaste el 26 de noviembre de 430, durante el asedio de los vándalos a la ciudad. Fue canonizado por la Iglesia católica en el año 431.

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