A sus 70 años “Témoignage Chrétien” no está en los quioscos

La noticia no tendría mayor importancia, pues es relativamente frecuente que la prensa de pensamiento pase progresivamente de la edición impresa a la digital.

No es cuestión de ecología: ahorrar papel, evitar talas de bosques. El problema es económico: los gastos de impresión y distribución se disparan, y el público culto al que se dirigen no suele tener problemas en sustituir el formato de la suscripción. Pero siempre que haya adhesión a principios y criterios.

El 19 de noviembre TC celebró su 70º aniversario. Los responsables del semanario lo festejaron organizando en París unas jornadas nacionales sobre diversidad cultural, "para salir al paso de todos los que han decretado el fracaso del multiculturalismo". Pero, como señala Stéphanie Le Bars en Le Monde, 15-11-11, TC es "víctima anunciada de vientos contrarios dentro de la Iglesia y en la prensa generalista y militante". Cita a la socióloga de la religión Danièle Hervieu-Léger: "es la punta de lanza de una corriente que tuvo su tiempo, pero ha llegado al final de la carrera".

En el caso del semanario francés Témoignage chrétien, todo un símbolo para una generación, la cuestión financiera parece inseparable de una crisis de los valores que la revista defendió a capa y espada desde su nacimiento en 1941, en plena Resistencia. Se repartía clandestinamente, y los promotores eran creyentes comprometidos en la lucha contra el nazismo. De ahí fue fácil pasar a la promoción de valores próximos a lo que se conoció como "cristianismo de izquierda" o "progresismo". La aceptación de principios marxistas, al menos como método de crítica social, ocuparía el núcleo de un proyecto, que alcanzó sus mayores cotas en tiempos del Concilio Vaticano II, cuando llegó a tener 70.000 suscriptores.

El declive de las utopías marxistas y tercermundistas, con la definitiva caída del Muro de Berlín, explicarían el desencanto de los lectores de TC. La suave pendiente comenzó en los sesenta, desde la crisis producida por la guerra de Argelia hasta las reacciones encontradas a raíz de la encíclica Humanae Vitae. La decepción de los creyentes les habría llevado, a juicio de Philippe Clanché, redactor-jefe de TC, a no transmitir a hijos y nietos sus prácticas religiosas, "ni tampoco la suscripción a TC". Querer que la gente entienda que "que ser cristiano no es necesariamente ser papista, reaccionario y obseso con la sexualidad", es un argumento quizá demasiado tópico, que no vende ya entre los cristianos franceses.

La crisis denota el fracaso de la orientación de fondo: los seguidores de TC, "cristianos de izquierda", politizados y militantes, han ido envejeciendo a la vez que el propio periódico. Los responsables del semanario reconocen que "el cristianismo progresista que encarnaron en su día se ha hecho minoritario a lo largo del pontificado de Juan Pablo II". Ciertamente, se puede seguir lamentando el "conservadurismo moral" y la "falta de evolución" de la Jerarquía, Pero la realidad es que la crisis de TC coincide con el avance otro semanario confesional, Famille chrétienne.

TC fue cayendo poco a poco, con el consiguiente déficit. Su presidente desde 2008, Bernard Stéphan, trató de colmarlo con la petición de donativos y una ampliación de capital. No había sido suficiente la venta de locales ni la reducción de plantilla. Conservaba entonces 8.000 ejemplares.

A comienzos de 2009, TC lanzó un nuevo grito de socorro, y puso en marcha una operación financiera, en busca de nuevos accionistas (cfr. La Croix, 19-2-2009). Apoyaron el manifiesto de 2009 personalidades como Jacques Delors o el prestigioso genetista Axel Kahn. Pero TC no contaba con la simpatía del episcopado. Sólo firmó la petición de ayuda el entonces obispo emérito Jacques Noyer. Tampoco recibió ayudas oficiales, que el presidente Sarkozy había prometido en favor del pluralismo de la comunicación. Consiguieron unos 250.000 euros, la mitad de lo que esperaban, y pudieron seguir adelante.

TC sigue buscando apoyos económicos. Desde el 17 de junio ha dejado de distribuirse en quioscos: sólo se puede leer por suscripción y en Internet. La revista invitaba a sus 7.000 suscriptores (diez veces menos que en los años sesenta) a conseguir que otras personas se abonen también. El objetivo es lograr 3.000 nuevos suscriptores, para alcanzar el punto de equilibrio. Curiosamente, entre los firmantes estaba el ahora popular diplomático Stéphane Hessel, junto al periodista Bruno Frappat, que fue redactor-jefe de Le Monde y director de La Croix, y algunos empresarios y sindicalistas de relieve.

El problema es también intergeneracional: "Invitamos a nuestros abonados a pasar el testigo, con la esperanza de que los jóvenes comprueben que su búsqueda de compromisos, dentro del espíritu de la fe cristiana, puede expresarse a través de medios como TC".

 

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