España, México y el perdón

Manto de la Virgen de Guadalupe.
Manto de la Virgen de Guadalupe.

España y México han escrito esta pasada semana un nuevo capítulo sobre sus relaciones diplomáticas debido a los desencuentros por la próxima toma de posesión de Claudia Sheinbaum como presidenta de la nación azteca. Según ha explicado la candidata, el distanciamiento se inició en marzo de 2019, cuando López Obrador, en su primer año al frente del Gobierno mexicano, mandó una carta al jefe de Estado español en la que expuso los “agravios” causados por los españoles quinientos años atrás durante la conquista de su país, exhortando a admitir la “responsabilidad histórica por esas ofensas” y a ofrecer “las disculpas o resarcimientos políticos que convengan”. 

El tema ha dado para largo y tendido. Entre las reacciones, han sido especialmente interesantes las preguntas sobre si se está propiciando una desvirtuación de la historia (sin la colaboración de los tlaxcaltecas, acolhuas, cholultecas, chalcas, totonacas… no hubiese habido conquista ni virreinato durante tres siglos; ojo con la leyenda negra) o si estamos entrando en un bucle, en un debate vacío (¿cabría extrapolar la misma pregunta de Obrador a los romanos por la conquista de Hispania? ¿Y a los musulmanes por Al-Ándalus?...).

Es sensata también la advertencia que han lanzado algunos sobre el riesgo de usar la historia como un arma arrojadiza en la política (podría ser un nuevo caso… ¿o no es verdad que, en las últimas décadas, hemos asistido a una politización de la historiografía que está llevando a una deriva populista y, por tanto, a una polarización insensata?). 

No obstante, este asunto invita también a pensar en la naturaleza del perdón; suele ocurrir con las noticias, cuyo análisis es más rico en la medida en que nos invita a trascender la actualidad. 

Pedir perdón, al igual que reconocer los límites y los errores, da muestras de la salud ontológica de los seres humanos, ayuda a valorar si hay un sano realismo en las personas. Y conviene que lo haga desde el rey hasta el porquerizo. Igualmente, no pedir perdón es un síntoma de arrogancia, un atrevimiento y una sandez; de hecho, a la gente que dice no tener nada de lo que arrepentirse es difícil tomársela en serio. 

Ahora bien, precisamente porque el perdón es bueno y necesario, cabe atender a sus condiciones para no desmerecerlo. Entre ellas, una evidente es que se pide perdón cuando no se ha obrado bien. Por ello, una primera pregunta en este asunto sería ¿España lo ha hecho mal? Y responder pide perspectiva, sosiego, sentido común y una revisión histórica legítima.

Los mexicanos dicen que “los españoles nos invadieron”. Efectivamente, venían de otro continente, pero con un afán evangelizador y eso ayudó a desarraigar costumbres tiránicas y violentas, incluso bárbaras (en algunos pueblos abundaban los sacrificios humanos y los ritos antropófagos).

Si la influencia de una cultura sobre la otra lleva a la primera a avanzar, habría que ver si la segunda debe disculparse y por qué. Es como si un joven exige a su padre que le pida perdón por haberle llevado a la escuela. ¿Quiere decir esto que algunos pueblos aztecas eran los niños y, el adulto, la civilización católica? Pues sí, aunque reconocerlo sea políticamente incorrecto. Un adulto que también cometió pecados y errores. 

Entonces, de estos pecados y errores, ¿cabe disculparse? ¿Y quién debe hacerlo? Esa es otra cuestión... El papa Francisco ha considerado que sí, y tiene sus motivos. El jefe del Estado español que no, y también los tiene. Lo que sí parece arriesgado, y creo que contraproducente, sería entrar en una retórica de asumir culpas de otros o del pasado, que no tiene sentido histórica ni políticamente, como tampoco personalmente. La culpa es individual. A mí no se me ocurre disculparme a mi vecina cuando voy a mi pueblo por si mi tatarabuelo trató mal al suyo. 

 

Volviendo a sus condiciones, el perdón también debe ser justo, es decir, ajustado a la realidad. Esto pide atinar en las razones (cabe disculparse por lo que ha estado mal, no por lo que dice el ofendido que hay que pedir perdón), en las motivaciones (una disculpa forzada, impostada o descafeinada es más bien un insulto), en las formas (pues obstinarse o insistir puede ser una actitud neurótica que suele esconder, además, otros intereses), incluso en los tiempos. De hecho, al respecto de esto último, en el derecho existe la prescripción de los delitos y es lógico.

¿Hasta dónde puedes remontarte para pedir cuentas del daño sufrido? ¿Y no es conveniente valorar si un error pasado sigue actuando en el presente? Porque cuando se decide una pena para un delito, además de castigar a quien lo ha cometido, se quiere remediar o prevenir un mal. ¿Las relaciones entre los mexicanos y los españoles se han visto perjudicadas en la actualidad por lo que ocurrió hace quinientos años? Si no es así, ¿tiene sentido pedir perdón? 

En definitiva, el perdón es sustancioso, no un postureo ni una formalidad. Se trata de algo serio, como lo es la culpa, inevitablemente unida a éste. De hecho, estaría bien entrar a comentar también su naturaleza, pues manipularla es una treta psicológica cada vez más de moda. Qué fácil y gratuito es presentarse como víctima de los compañeros, del jefe, del sistema, de los hombres, de lo que se le ocurra a cada cual, aunque no sea verdad, y convertirse a uno mismo en acreedor y al otro en un deudor.  

Respecto a los fines del perdón, los principales son la reconciliación con uno mismo y con el otro. ¿Ha de haberla entre México y España? Si nos remontamos a la época imperial, quizás la realidad del virreinato no era la misma que la peninsular y la insular, pero la intención por parte de quien tenía la responsabilidad de gobernar era la de que los súbditos de un lado y del otro tuviesen la misma entidad y dignidad. Éramos un nosotros.

Las diferencias o abusos que se dieron, por tanto, responderían, sobre todo, a la causa habitual: por personas que deciden aprovecharse de una situación. Tras la guerra vino la paz, y, después de la independencia, ha habido una relación hermanada, que se dice. ¿Qué se ganaría, entonces, pidiendo el perdón que demandan ahora Sheinbaum y Obrador? Que un pueblo le diga al otro que haga lo que quiere, que apruebe su relato, lo cual, antes que una reconciliación, podría iniciar a una pelea real. 

Piénsenlo. ¿No será que esta disputa ha sido un poco forzada, teatral? ¿Y no les parece que, con la que está cayendo en Oriente Próximo y en Europa, no estamos para alentar desencuentros? No vale la pena. Mejor aclarar el malentendido y volver a la cordialidad.

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