Durante una misa de la JMJ, se reparten las formas consagradas en unos recipientes de plástico

Formas consagradas en cuencos de patatas fritas.
Formas consagradas en cuencos de plástico.

Como muestra la foto, durante la misa celebrada en la JMJ de Lisboa con los jóvenes españoles, se repartió la comunión en boles de plástico en lugar de vasos sagrados.

Para explicar este polémico asunto, hoy cedo mi espacio a Jaume González Padrós, profesor en el Instituto de Liturgia ad instar Facultatis y en la Facultad de Teología de Cataluña (Barcelona). Este es el mensaje que me ha llegado de una fuente amiga. Espero que os sirva. 

Zenón de Elea. 

Contenido y continente en la celebración litúrgica. Exigencias de la sacramentalidad. 

Según he podido leer en los medios, ha causado una notable polvareda el material de los vasos que se utilizaron en la misa con peregrinos españoles en la JMJ de Lisboa el pasado lunes 31, memoria de san Ignacio de Loyola. 

Si lo que dicen es cierto, para contener el pan consagrado se usaron unos recipientes de plástico comprados en una conocida empresa, y fabricados para uso doméstico. Algunos de los presentes tildaron el hecho como de una clara falta de respeto hacia el sacramento. 

Pero lo más surrealista es lo que afirmaron «fuentes cercanas a la organización del evento», diciendo que «con esta iniciativa se buscaba transmitir un mensaje de humildad y sencillez, invitando a los jóvenes a reflexionar sobre el valor de los elementos materiales en la liturgia». Pues sí, lo han conseguido en parte, ya que esto ha suscitado una reflexión sobre el tema. 

Ignoro quienes son estas «fuentes cercanas a la organización». Como también ignoro si sus palabras han sido literalmente recogidas por los medios de comunicación; sabemos que, a veces, hay una gran distancia entre lo que uno dice y lo que se publica. La duda, por tanto, debe tenerse siempre en cuenta. Por otra parte, conozco personalmente a los responsables y colaboradores del Secretariado Nacional de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española, y son personas de una gran competencia en materia litúrgica, con unos criterios y actuaciones de calidad. Estoy seguro, pues, que aquí no se habla de ellos. 

En cualquier caso, respetando siempre a las personas implicadas y presuponiendo su buena voluntad, debemos afirmar que, en esto, se han equivocado. Por varios motivos.

 

En primer lugar, la Instrucción «Redemptionis Sacramentum» (2004) afirma claramente que los vasos sagrados sean de material «verdaderamente noble, de manera que con su uso se tribute honor al Señor y se evite absolutamente el peligro de debilitar, a los ojos de los fieles, la doctrina de la presencia real de Cristo en las especies eucarísticas. Por lo tanto, se reprueba cualquier uso por el que son utilizados para la celebración de la Misa vasos comunes o de escaso valor, en lo que se refiere a la calidad, o carentes de todo valor artístico, o simples cestos, u otros vasos de cristal, arcilla, creta y otros materiales, que se rompen fácilmente. Esto vale también de los metales y otros materiales, que se corrompen fácilmente» (núm. 117). 

Quien tiene la responsabilidad sobre una celebración litúrgica no puede ignorar la disciplina que rige sobre cada uno de sus aspectos. El texto apenas leído, con referencias constantes al misal romano, sabe que un material noble no debe confundirse con uno lujoso. La nobleza puede – y, en este caso, debe – casar perfectamente con la sencillez, como nos recordó el Vaticano II (la «nobile simplicitas», cf. SC 34, 124, 128). El mismo papa, en su carta apostólica del año pasado, «Desiderio desideravi», nos exhorta a no confundir «lo sencillo con una dejadez banal, lo esencial con la superficialidad ignorante, lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado» (núm. 22). Un bol de plástico puede ser algo muy práctico, sí, pero no es noble. 

Y, en segundo lugar, nunca debemos olvidar que la esencia de la fe católica reside en la sacramentalidad (cf. Francisco, Lumen Fidei, 40). Si el pan y el vino consagrados son el Cuerpo y la Sangre del Señor, esta presencia tiene sus consecuencias en todo aquello que la rodea, desde los vasos que la contienen hasta el cuerpo y el alma de quienes la reciben. Si el bautismo es morir con Cristo y resucitar con Él, si nos hace hijos adoptivos de Dios Padre, miembros de Cristo, templos del Espíritu Santo, etc., esto marca todo el contexto bautismal, desde el espacio celebrativo, la pila que contiene el agua, etc., y, evidentemente, a quien lo recibe. Y, así, con todas las expresiones sacramentales, ya que, cada una de ellas, según lo recordó el Vaticano II, es «acción sagrada por excelencia» (cf. SC 7).

En consecuencia, todo el obrar de ministros y asamblea celebrantes, así como los espacios y los objetos que intervienen en cada celebración litúrgica deben responder a esta sacralidad a la que se refería, con toda razón, el Concilio. 

Es desde la conciencia de lo que decimos que, el texto de «Redemptionis Sacramentum» citado, habla del peligro de debilitar a los ojos de los fieles la doctrina de la presencia real. Para evitarlo debemos actuar con noble sencillez en la celebración litúrgica y que todo lo que en ella se usa tenga esta misma cualidad. Lo disponen los libros litúrgicos y lo exige la fe. 

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