Ausencia de Dios
La ausencia de Dios es quizá la sensación (y actitud) más característica del hombre de finales del siglo XX (y lo que va del siglo XXI).
La idea de la muerte de Dios es generalmente atribuida al filósofo alemán Friedrich Nietzsche (en “Así habló Zaratustra”) y al filósofo también alemán Hegel. De forma concomitante, Nietzsche hablaba del “Übermensch” (mal traducido como “Superhombre”), como alternativa a la ausencia de Dios: si Dios no existe, su lugar lo ocupa el hombre.
Raymond Kurzweill, científico, empresario, escritor, es en cierto modo el Nietzsche del siglo XXI. Ha predicho que para el año 2050 la tecnología será tan avanzada que se logrará ampliar radicalmente la calidad de vida y la esperanza de vida del hombre; y los procesos de envejecimiento podrán ralentizarse, detenerse y finalmente revertirse. La muerte se superará trasladando la identidad humana a un sustrato digital. Y sostiene que en gran parte todo ello será fruto de los avances en la nanomedicina, que permitirá que máquinas microscópicas viajen dentro del cuerpo reparando todo tipo de daños, incluso a nivel celular.
Kurzweil predice que se conseguirá un ordenador que pasará el test de Turing hacia el año 2029, demostrando tener una mente (con autoconsciencia) indistinguible de la de un ser humano. Se trata de las llamadas por él “máquinas espirituales”. Es el momento que ha denominado de “singularidad tecnológica”. Sin embargo, una máquina, aunque actúe mejor que un hombre, no puede comprender lo que está haciendo; y por otra parte, no sabiendo nosotros exactamente lo que es la consciencia, ¿qué es en concreto lo que se podría trasladar a una máquina?
Gran parte de sus ideas se encuentran en su primer libro, La era de las máquinas inteligentes, de 1990.
El transhumanismo aboga de alguna manera por el “Übermensch” de Nietzsche. Pero “no hay nada nuevo bajo el sol”, dice el proverbio. Es la historia de siempre: un ser humano inmune a las enfermedades, sin dolor, plenamente feliz, inmortal; es el hombre al que aspira el transhumanismo. Sin embargo, la fragilidad, la temporalidad, la ignorancia, la provisionalidad, la división son entes que le acompañan siempre. No hay células inmortales. Las células mantenidas en cultivos no son inmortales; no se pueden mantener siempre. Son pretensiones “ilusorias”.
En el fondo, la tentación del “seréis como dioses” está presente. Aunque se las dé de agnóstico, ateo o indiferente, el hombre moderno es realmente creyente: o cree en Dios o cree en las ciencias, en la poesía, en la tecnología, o en sí mismo.
¿Tiene explicación biológica la creencia en Dios? Para algunos, es el lóbulo temporal del cerebro la zona donde asienta la creencia en la existencia de Dios. Es una zona donde con más frecuencia asientan los procesos de epilepsia, de modo que algunos relacionan la epilepsia con la fe. Los animales también pueden sufrir crisis epilépticas, pero su comportamiento está muy lejos del humano.
El ateísmo moderno, más que no creer en Dios, prescinde de Dios, sumergiéndose en un humanismo totalmente cerrado a toda trascendencia. Dios ha sido suplantado por otros “absolutos” más al alcance de la mano, o simplemente ha sido relegado al olvido total.
El ateísmo positivo niega expresamente la existencia de Dios. El ateísmo agnóstico, encerrado en los límites de lo fenomenológico, niega toda posibilidad de conocer a Dios. El ateísmo científico pretende responder a todos los interrogantes mediante la investigación científica, dentro de un evolucionismo radical. El ateísmo humanista prescinde de Dios, tratándole en realidad como un intruso, y se enfrasca plenamente en el hombre mismo, elaborando un humanismo de tipo político (marxista) o de tipo moral (existencialista). Es una postura que podría denominarse ateísmo práctico.
Este tipo de ateísmo es quizá el dominante en la actualidad: el hombre moderno tiene una venda en los ojos, no ve más allá de lo meramente material; solo atiende a lo inmediato, a lo práctico, a lo cómodo. Creer en Dios no es práctico.
Si Dios no existe, ¿cómo han llegado a la existencia el mundo y el hombre? ¿Cómo se explican las realidades materiales? ¿Somos huérfanos existenciales? ¿Por qué el hombre desea la inmortalidad? Se puede demostrar racionalmente la existencia de Dios; pero además, emotivamente, el hombre nota que no está solo en el Universo, que no vive en el absurdo, que todo tiene un sentido profundo, que el mundo cambia y él mismo cambia, y al mismo tiempo hay permanencia.
Corazón y cerebro son dos realidades humanas. Eternidad y cambio son dos coordenadas que marcan la vida del hombre.