Tiempo de confusiones

José Jiménez Lozano.
José Jiménez Lozano.

Tengo que confesar que, en los últimos tiempos, me he vuelto un “JiménezLozanista” de libro. Bueno, algo ya lo era desde antaño, desde que leí su “Historia de un otoño”.

De la época en la que tuve la suerte de dirigir el Congreso Católicos y Vida Pública tengo clavada una espinita.

No fui capaz de conseguir que don José fuera ponente principal en una de las ediciones del Congreso. Las conversaciones al respecto fueron varias, con comida incluida. Me confesaba que no se veía en un foro apostólico, que lo suyo era una reflexión cultural del cristianismo y que iba a defraudar a la audiencia. 

De entre los artículos de José Jiménez Lozano que he leído estos días –como tendrán noticia los lectores de Religión Confidencial en breve- hay uno, titulado “Tiempo de  confusión”, que no deseo pase inadvertido. 

Fechado el 6 de abril de 1968, hace un diagnóstico de la Iglesia de entonces. Reflexionaba sobre cuál debe ser la actitud de un periodista cristiano, o de un cristiano que es periodista, quizá mejor, ante la confusión eclesial. Se publicó en la Revista “Destino”.

Nota al margen. Si hacemos una lista de los periodistas que cubrieron informativamente el Concilio y escribían de estas cuestiones en la prensa española y la comparamos con el hoy, pues igual entendemos algo más.  

Se podrán hacer los lectores una idea de lo que decía Jiménez Lozano con el siguiente primer párrafo:

“Están ocurriendo tantas y tan graves cosas en este país en el ámbito religioso, que la perplejidad es nuestra reacción de cada día. Lo más serio que puede ocurrirle a un cristiano es, en efecto, que alguien juzgue sus intenciones, que se juegue con su honor, que no pueda moverse a sus anchas en la Iglesia, que tenga que sentir miedo por cada palabra que escribe o pronuncia, como en los peores tiempos del XVII o como en los horribles universos totalitarios de nuestro tiempo. Y llega el momento, además, en que no sabe uno si, sincerándose con el alma sobre el papel o vertiendo ideas en él, por mucha lealtad que ponga en ello y por claro que a uno le parezca su propio universo mental, no estará coadyuvando de alguna manera a ese innegable desorden y confusión reinantes, precisamente cuando nunca han estado las cosas tan claras en la Iglesia”.

Añade más adelante:

 

“¿Qué hacer? ¿Qué partido tomar? Lo más prudente sería sellar nuestra boca con un candado: “posui custodian ori meo”, decía Martín Martínez de Cantalapiedra. Pero resulta que lo más prudente a lo mejor no es lo más cristiano: el desertar. ¿Tendremos que acompañar en ese caso a todo lo que escribimos y decimos un diccionario interpretativo del valor de cada palabra?”

El contexto de 1968 era otro. ¿De verdad? En algunas cuestiones, no lo creo. Y en esas estamos.

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