El después de “Gestis Verbisque”

Bautizo de un bebé.
Bautizo de un bebé.

Que quede claro que todo lo que sea que el Dicasterio para la Doctrina de la fe cumpla con su función de iluminar y clarificar la conciencia de los fieles, del pueblo de Dios, respecto a lo que hay que creer, de fe y de costumbres, me parece de cajón.

Lo digo por el reciente documento “Gestis verbisque” sobre la validez de lo sacramentos.

Respecto a por qué se ha publicado ahora, con qué motivo, más allá de que la cuestión fuera abordada en el plenario del Dicasterio, después del maremoto de la Fiducia Supplicans, la impresión es que estamos en una de cal y otra de arena, es decir, levanto los ánimos, aplaco los ánimos.

Hay que dejar constancia de que he leído en la prensa norteamericana el caso de un sacerdote que viendo el vídeo de su bautismo descubrió que era inválido. También el de algún diácono, no sé si temporal o permanente, en Estados Unidos que utilizaba una fórmula de bautismo bastante original… en el nombre de tu padre, de tu madre y de Snoopy…

Pero a lo que vamos. “Gestis verbisque”, preciosa denominación por cierto, tiene un problema que, implícitamente, reconoce en el segundo párrafo. Dice: “Mientras que en otros ámbitos de la acción pastoral de la Iglesia hay un amplio espacio para la creatividad, tal inventiva en el ámbito de la celebración de los Sacramentos se convierte más bien en una «voluntad manipuladora» y, por tanto, no puede ser invocada [1]. Cambiar, por tanto, la forma de un Sacramento o su materia es siempre un acto gravemente ilícito y merece un castigo ejemplar, precisamente porque tales gestos arbitrarios son capaces de producir graves daños al Pueblo fiel de Dios”.

Poco más adelante, añade: “Y los fieles tienen derecho, a su vez, a recibirlos tal como la Iglesia dispone: es así como su celebración corresponde a la intención de Jesús y hace relevante y eficaz el acontecimiento pascual”.

Vale. Todo claro. Vayamos a la realidad. Cambiar la materia o la forma, bendita escolástica.

Lo que voy a contar no lo he oído, ni me lo han dicho, lo he vivido yo. Una celebración de jueves santo en la que el leit motiv eran los tipos de pan que simbolizaban la pluralidad de la vida de las personas. Supuestamente se consagraron esos tipos de pan –ya se sabe que ahora las panaderías que ofrecen múltiples clases de pan están de moda- y los fieles comulgaban en función de la que se sentían más identificados. Por supuesto, tomando directamente el pan del altar. 

Pues la comunidad en la que se celebró tal rito sigue haciendo lo mismo o parecido. Es más, han cambiado el ritual y ahora en vez de utilizar el género masculino en las referencias del misal lo han cambiado por el femenino. Debe ser el fin de la masculinización de la Iglesia.

 

Tranquilos, el obispo de lugar sabe de estas creatividades. Mejor dicho, los obispos que se han ido sucediendo en esa diócesis. Nadie ha hecho nada, ni ha movido el dedo para hacer una llamadita telefónica, si acaso.

Por lo tanto, y al margen de otros ejemplos, quizá menos impactantes que podía poner del día a día, me parece fenomenal y alabo el trabajo de monseñor Víctor Manuel Fernández. Pero, y después de esta Nota, ¿qué?

Me dirán que recordar la doctrina, incluso la norma, es ya de por sí pedagógico y produce un efecto disuasorio. Pero lo disuasorio llega un momento es que deja de ser disuasorio. El problema de “Gestis verbisque” es el después.  

Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato