Cuando los laicos impedían el nombramiento de obispos

Ciriaco María Sancha y Hervás.
Ciriaco María Sancha y Hervás.

Con permiso de ese gran sacerdote e historiador de la Iglesia, biógrafo del cardenal Sancha, mi admirado Carlos M. García Nieto, voy a recordar uno de los episodios más curiosos de la historia de la Iglesia en la España de finales del  XIX. 

Como decía mi venerada directora de tesis, la profesora María Teresa Aubach Guiu, discípula dilecta de Vicens Vives, para entender el siglo XX español, y el XXI, hay que estudiar el XIX.

Estamos en el año 1884. El 18 de enero el rey entregaba el poder al partido conservador. En la lista de ministros figuraba  -por deseo expreso de Alfonso XII- el nombre de Alejandro Pidal y Mon al frente del ministerio de Fomento, competente en educación. Su divisa política era “Querer lo que se debe, hacer lo que se puede”.

Al añadir a los católicos se trataba de equilibrar la balanza contra los liberales y republicanos. Pidal, por cierto, por quien era atacado fuerte era por los tradicionalistas.

Pidal asistió al acto de inauguración del nuevo curso académico en la Universidad Central. La lección inaugural corrió a cargo de Miguel Morayta, miembro del Gran Oriente de la masonería, amigo de Castelar.

Su intervención fue anticristiana. Pidal intervino al final matizando el discurso del catedrático de Historia Universal.

Se armó un revuelo considerable. Por un lado y por otro, por todos, los estudiantes posteriormente llegaron a paralizar la Universidad.

La polémica pasó de nivel cuando el obispo de Ávila, Sancha, escribió una carta pastoral el 27 de octubre condenando el discurso de Morayta. Le siguieron otras intervenciones episcopales, algunas de ellas atacaba a Pidal. El católico atacado por algunos obispos.

El 28 de agosto de 1884 moría el primado de España, cardenal Moreno Maisonave. El Nuncio Rampolla, desde hacía tiempo, apostaba por aprovechar la mínima oportunidad para erigir una nueva diócesis, Madrid. Desgajarla de Toledo no era una cuestión baladí. Había que aprovechar la oportunidad de que estaba vacante la sede para cumplir el artículo quince del Concordato, la creación de una diócesis en la capital de España.

 

El Nuncio proponía para la nueva sede un obispo “digno pastor, afable, firme, celoso, no comprometido con nadie y aceptado por todos”.

Estaba pensando, lógicamente, en Ciriaco María Sancha y Hervás, obispo de Ávila. La Secretaría de Estado apoyaba la jugada. Pero cuando el nuncio hizo la propuesta a Silvela, ministro de Gracia y Justicia con Cánovas, se llevó una desagradable sorpresa. La mayor dificultad provenía del Consejo de Ministros. En particular, del ministro católico por esencia y excelencia, Pidal y Mon.

Tras dos meses de gestiones, Rampolla no pudo hacer cambiar de opinión a un Pidal que, entre otras campañas, sufría la diatriba permanente de los liberales y republicanos en el Parlamento, que utilizaban los argumentos de la pastoral de Sancha contra el ministro católico.

A Rampolla no le quedó otro remedio que cambiar la propuesta y se fijó en el entonces obispo de Salamanca, Narciso Martínez Izquierdo.

¡O tempora, o mores! ¡Qué hombres aquellos, grandes hombres venerados, nuncios, obispos, católicos!

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