La Iglesia y los medios en España

Cuando el pasado mes de febrero aparecieron las primeras noticias sobre la más que probable venta de El Diario de Menorca a un grupo de comunicación, único diario de información general en manos de una diócesis española, se cerraba un capítulo señero de la historia contemproánea de la Iglesia en España.

Si bien es cierto que, sin estudios cuantitativos fiables, se sigue hablando de más de un millar de cabeceras de propiedad de instituciones de Iglesia que vertebran el tejido informativo y formativo española, de diversa titularidad, periodicidad y calidad profesional, mayoritariamente en manos de los religiosos, la Iglesia en España ha apostado por los grandes medios, en la costelación de un sistema que evoluciona, por la generalicación de Internet y de las redes sociales, de los medios de masa a la masa de los medios.

Pero la pregunta que renace, quizá como conjura de constelaciones, es si la historia de la relación entre la Iglesia y sus medios no está en los medios, sino en el sustrato cultural que sustenta la propuesta de la Iglesia y la capacidad de que los medios articulen y hagan socialmente presente en el pensamiento y en la generación de cultura. La comprensión cultural de los medios, y de sus funciones, demanda un sustrato de de ideas, de proyectos, y de investigación, del que la Iglesia carece en gran medida, salvo notables excepciones.

El abandono cultural, público, de la Iglesia, su escasa capacidad para generar, en el conjunto de reaciones de la tecnoestructura -Estado, mercado y medios de comunicación- una frescura de pensamiento que refleje y trasmita un mundo vital, genera más preguntas que respuestas. La dinámica de los medios de comunicación se nutre de grupos de acción y de pensamiento que se mueven en el plano prepolítico. Si no existen en la vida de la Iglesia; si la Iglesia ha abandonado la formación de las élites intelectuales y se ha entregado a una pastoral que es pura dinámica de coyunturas temporales, los medios propiedad de la Iglesia acaban alquilados a refentes ajenos a la cosmovisión cristiana de la existencia, o entran en una decadencia clerical de insufrible agotamiento.

El déficit de pensamiento cultural, y de iniciativas –salvo notables excepciones- de la Iglesia no autoreferente, las agudizadas divisones internas ante la reducción de horizontes y la pérdida de conexión con la realidad postsecularizada inocula un virus de conformismo y docilidad con los poderes orgánicos del sistema. Si no se da esa realidad previa, resurgirán, de nuevo, modelos instrumentalistas y utilitaristas de la comunicación que suelen concluir en lamentables personalismos.

José Francisco Serrano Oceja

jfsoc@ono.com

 
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