Una conferencia de Juan Arana

Juan Arana.
Juan Arana.

En el Congreso Católicos y vida pública recién celebrado en el CEU, Madrid, el catedrático de Filosofía en la Universidad de Sevilla y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Política, Juan Arana Cañedo-Argüelles ha tenido una conferencia con el título: “El compromiso apostólico del laico en un mundo postclerical”; conferencia que me hubiera gustado que la hubieran leído todos los participantes, obispos incluidos, en las sesiones del reciente “Sínodo sobre la sinodalidad”.

“Es propio del cristiano buscar una difícil síntesis, puesto que ha de conjugar el hecho de que Dios ya nos ha visitado y, sin embargo, lo que nosotros aguardamos con mayor impaciencia está por llegar. La historia es historia de salvación, que ya sí, aunque todavía no, ha tenido lugar”.

“Salvación”, salvación de las almas, de la que no se ha tratado explícitamente en las sesiones del Sínodo. Y mucho menos de la Divinidad de Jesucristo, Dios que nos ha visitado, y que permanece con nosotros en el Sagrario.

La conferencia concluye con una invitación a crecer en la Fe con estas palabras:

“Es una arenga que puede ayudar a delinear la nueva identidad del laico que, si Dios quiere, emergerá tras la presente situación de apuro en una forma más adulta que antaño. Trocará  el  Sapere aude!, (de Kant), ¡Atrévete a saber!, por un Credere aude!, ¡Atrévete a creer! El suyo será un ejercicio de la fe libre, responsable, consciente, documentado y maduro, que no negará, sino que aprovechará y potenciará todas las facultades que el hombre ha recibido de Dios: razón, inteligencia, imaginación y afectividad, sostenidas por una voluntad capaz de modelar el temperamento según un patrón de virtudes. Los laicos serán hombres y mujeres para los que ciertamente nada de lo humano resultará ajeno, pero tampoco nada de lo divino, de acuerdo con los principios de una fe custodiada por la Santa Iglesia bajo la guía de sus legítimos pastores”.

Sin hacer la mínima referencia a quienes hoy, en la Iglesia, intentan acomodar las verdades de Fe y de Moral del Evangelio, y por tanto de Cristo, para “acoger” y “estar en salida”, Juan Arana se para a considerar el intento, recogido de la Ilustración, de la Revolución francesa y del positivismo después, de establecer una especie de religión natural, y señala su fracaso:

“En el siglo XIX el positivismo primero, y luego el materialismo cientificista tomaron el relevo en la lucha para demoler la religión cristiana y cimentar la convivencia de otro modo. Augusto Comte propuso una “religión de la Humanidad” de la que todavía queda como reliquia una capilla el barrio parisino del Marais. (…) hubo repetidos intentos de promover una fe menos colorista que la de Comte, pero una vez más en vano: no ha habido forma de que una religión pretendidamente natural (aunque de hecho sea tan artificial como la que más) sustituya, no ya a la religión católica, sino incluso a la más titubeante religión histórica”.

¿Podrían sacar alguna lección de estas palabras los que intentan crear un diálogo entre todas las religiones, sin hacer la más mínima referencia a que Cristo es Dios, Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero?  ¿Un diálogo que serviría, más o menos, a establecer una especie de “Carta de la humanidad” que pretendiera satisfacer los anhelos humanos que buscan un algo más allá de la tierra? ¿Son conscientes de que –y así lo recuerda Arana- “tras el cristianismo no va a venir nada o, por lo menos, nada cuya llegada merezca la pena desear”?

La situación actual, de manera particular en el Occidente, parece no querer establecer ninguna religión, sea la que fuere, y queda muy bien expresada en otras palabras de Arana:

 

“Me refiero a que no se han dado fenómenos significativos de conversión hacia otras religiones ni adopción masiva de posturas abiertamente antirreligiosas, ateas o agnósticas. Se ha generalizado, en cambio la indiferencia, dándose al mismo tiempo un aumento incontrolado de prácticas y creencias supersticiosas”.

Y, en esta situación, subraya con mucha claridad la misión de los laicos:

“Los laicos deberíamos tener mayor responsabilidad y autonomía a la hora de concretar nuestro compromiso apostólico en la época postclerical que ya ha comenzado, respetando, por supuesto, la dirección espiritual (que no técnica) de los clérigos. (…) Es más realista recobrar la prístina condición de Juan el precursor: ser la voz que clama en un aparente desierto mientras otorga saber, muestra sentido y propone metas a un mundo que lo necesita urgentemente, aunque no sepa reconocerlo y airadamente lo rechace”.

¿Qué tiene que clamar esa voz en el desierto del mundo actual? Juan Arana no tiene duda:

“El cuerpo doctrinal de nuestra religión es un hecho innegable y sus líneas fundamentales son suficientemente claras, aunque el magisterio de la iglesia siga enriqueciéndolo. Quien no sepa aún cuál es el contenido y cuáles las exigencias de la fe, será porque no ha querido enterarse. Para salir de dudas basta tomar un ejemplar de la última edición del Catecismo oficial, leer las actas de los concilios y las encíclicas papales, estudiar obras de doctores conocidos y, si uno quiere afinar en lo doctrinal, examinar la colección de declaraciones dogmáticas recopilada en el Denzinger”.

Los laicos que viven el clamar de esa voz son muy conscientes de que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida, y que las enseñanzas de la Iglesia por Él fundada, sobre la Fe y la Moral, permanecerán siempre.

“El mandato apostólico de Cristo alcanza los últimos confines de tiempo y espacio, además de cubrir la entera diversidad de razas y temperamentos. De ahí que el universalismo, la catolicidad, sea nuestra seña de identidad más propia. Bien entendido, por supuesto, que para mantener esa irrestricta capacidad de acogida en modo alguno hay que “abaratar” el mensaje: los diez mandamientos, las ocho bienaventuranzas y las catorce obras de misericordia determinan de una vez y para siempre el precio de entrada para ingresar por la puerta estrecha”.

ernesto.julia@gmail.com

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