La sorpresa que viene de Dios

Belén Monumental de Alcalá de Henares.
Belén Monumental de Alcalá de Henares.

Del nacimiento ocurrido en aquel pesebre medio abandonado no quedó reseña alguna en los anales del gobernador de Palestina. Y era lógico. El nacer de un niño en un muladar de los alrededores de la pequeña ciudad de Belén, no merecía mención especial alguna.

Los oráculos, de otra parte, no habían hecho ninguna referencia a acontecimientos extraordinarios que estuviesen a punto de acaecer; y aunque los astrólogos hablaban del posible paso de un cometa, ni a la imaginación más rica se le ocurrió relacionar el movimiento del astro con un pesebre.

La paz de Augusto, quizá uno de los logros políticos verdaderamente notables en la historia de los hombres, estaba enraizaba con firmeza en los pueblos del Mediterráneo -Mare nostrum- y con visos de ser eterna. Roma, engalanada con habitantes de todo el orbe entonces conocido, soñaba viéndose ya la puerta del paraíso. 

Varrón, Virgilio, Cicerón, los Escipiones, Caio, Ovidio, y tantos otros nombres ilustres habían asentado la cultura, las costumbres sociales y políticas, los ejércitos, los tribunales, y habían conseguido ordenar el conjunto del vivir de los hombres sobre la tierra, en un sin fin de pormenores. Parecía que la historia humana en torno al Mare nostrum, de alguna manera, hubiera ya alcanzado su cenit. 

El hombre dominaba la tierra, y gobernaba con idéntico poder a los dioses de todas las naciones, bien instalados cada uno en los Foros romanos. Las divinidades nacían y morían, crecían y menguaban regidas por la imaginación de los poetas, según fuera el servicio asignado que debían prestar, unas y otras, a los designios de grandeza del Emperador romano. Cultura y política, refrendadas por el derecho, y sostenidas por los ingenieros y las milicias romanas: el mundo del hombre acababa ahí. No se veía razón para ir más allá; y tampoco motivos suficientes para ni siquiera intentarlo. Non plus ultra.

Unos solitarios en los límites del desierto, allá en los confines del Mare nostrum, continuaban aclamando a Alguien, y rogándole que diese una orden: "Oh cielos, derramad vuestro rocío, y lluevan las nubes al justo. Abrase la tierra, y brote el Salvador, y nazca con Él la justicia". Sus palabras sonaban un poco roncas y cansinas, como llenas de una "esperanza-contra-toda-esperanza", y se perdían en el eco de las montañas dejando apenas rastro en pocos corazones. Quizá no eran muy conscientes de lo que decían; no por eso dejaban de recitar las salmodias, y de las montañas bajaban al mar, y se perdían.

Parecía que el hombre estaba solo, dueño de su tierra, de su historia; como seguro de haber respondido a todas las preguntas sobre su existir. Parecía que los hombres habían aceptado el convertirse en esclavos de Augusto, y no sabían -ni daban muestras de tener deseos ardientes para lanzarse a la aventura-, encontrar el camino para liberarse de tantas ataduras.

Parecía, parecía, parecía...La sonrisa y el llanto de un Niño desbarata todas las apariencias, y echa por tierra los cálculos de poder político y cultural más exactos y terminados. Dios, Uno y Trino, que ya había comenzado a poner en marcha el caminar del hombre sobre la tierra, se introduce de nuevo, y de manera del todo insospechada, en la morada de los hombres, con el deseo de participar de lleno y personalmente en su aventura.

Cristo nace "fuera" de cualquier ciudad, la organización humana por excelencia, sencillamente porque no pertenece a ninguna ciudad. Nace en el tiempo, en la "plenitud del tiempo", y de alguna manera fuera de la historia. Sin dejar de ser judío, y descendiente de David, no formará parte de ninguna nueva dinastía, de ninguna cultura, de ningún proyecto político. Su vida jamás será medida por el tiempo.

 

     El hacerse hombre del Hijo de Dios, por obra y gracia del Espíritu Santo, no cabe en la imaginación más calenturienta y osada que una persona humana consiga desarrollar.

La Trinidad, Dios Trino, no es ni alcanzable ni imaginable, por la mente del hombre; y tanto menos, el que la Segunda Persona de Dios Creador, se haga también, sin dejar de ser Dios, criatura. 

Es cierto. El nacer de un Niño en Belén, que afirma de Sí, y lo anuncian también los Ángeles, que es el Hijo Único de Dios, no entra en el cálculo ni en los proyectos, de ninguna organización política, cultural, benéfica. Y es una realidad tan fuera de cualquier plan del hombre, que se resiste a ser utilizada por cualquier poder en el mundo.

Al recibir las primeras noticias de la aparición en la tierra de este Niño, Augusto, el poder, en la persona de Herodes, se sorprendió y, sin tomarse más tiempo para reflexionar con calma, lo declaró su "enemigo", y dio la orden de aniquilarlo, de "borrarlo de la historia", y decidió convertirlo en un no-nacido más.

Esta "maravilla" fue el origen de su envalentonarse y de su fracasar. Ante un enemigo a su medida, con centurias, caballerías, lanzas, flechas, Herodes, Augusto, el Poder, sabía cómo medirse. buscarle el flanco débil y preparar una sorpresa. Ante un Niño, ¿qué hacer? Y, además, ¿qué autoridad en la tierra sostenía el derecho del recién nacido a permanecer allí? ¿Acaso algún acontecimiento sobre la faz de la tierra podía estar lejos de las atribuciones del poder político?

"Dios hecho creatura" nunca deja de estar presente en el vivir de los hombres, en el corazón de su historia. Y los hombres continuamos maravillándonos ante esta "sorpresa que viene de Dios", y que sólo Él ha podido imaginar y llevar a cabo.

Los Augustos, los Virgilios, los Varrones, los Caios, los Cicerones, los Escipiones, los Ovidios de cada época han programado en exclusiva sus planes de dominio político, cultural, jurídico, militar, del mundo, y han permanecido vigilantes para aniquilar a cualquier posible "enemigo", que los pudiera estorbar. Los enemigos y ellos han pasado. 

El Niño, "la sorpresa que viene de Dios", sonríe en son de paz, y permanece 

Siempre. Y con Él, y con su Madre, los cristianos seguimos caminando.

                ernesto.julia@gmail.com

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