La mujer del año

Teresa de Lisieux.
Teresa de Lisieux.

Al finalizar diciembre es habitual encontrar resúmenes en medios audiovisuales e impresos sobre los hitos y personajes destacados del año que se cierra. Si hay que escoger un acontecimiento que haya marcado 2023 es imposible no reparar en la guerra, que nos afecta a todos, sin exclusión. Es verdad que no es el único signo de que estamos inmersos en un caos y confusión generalizadas, pero sí el más explícito e incontestable, pues ante las imágenes de pueblos y vidas devastadas parece que el bien, la belleza y la verdad han dejado de aletear sobre nuestro mundo. Por eso no creo que sea una coincidencia, tampoco una paradoja, que precisamente este año se haya dedicado a una mujer que vivió entregada a una esperanza que ayuda a no desesperar. 

Y es que apenas nos hemos enterado, pero durante 2023 se ha celebrado un jubileo dedicado a Teresa de Lisieux al coincidir dos fechas señaladas: por una parte, el 150 aniversario de su nacimiento y, por otra, el centenario de su beatificación. Además, se ha añadido otro motivo, y es que periódicamente la UNESCO reconoce a una candidata como la mujer de ese año por razones como su valía cultural o su aportación a la sociedad, entre otras. Sorprendentemente, en el concurso femenino se ha llevado la palma esta monja de clausura.  

Pero ¿qué hay de excepcional en esta mujer, cuando no hizo nada sobresaliente? ¿Cómo se explica que fuera declarada doctora de la Iglesia cuando no contaba con estudios reglados? ¿O nombrada patrona de las misiones cuando murió a los 24 años sin haber traspasado los muros de su convento? Resulta absolutamente llamativo que haya sido la santa más citada en los documentos del Vaticano II y la más conocida a nivel universal, siendo que murió en el total anonimato… ¡Sus reliquias llegaron a colapsar la quinta avenida de Nueva York! 

Tuve ocasión de escuchar hace unos días a un religioso hablar sobre ella y quedé impresionada tanto por su presentación como por algunos detalles de la vida de la carmelita que desconocía. Este sacerdote, cooperador de la Verdad, presentó la exhortación apostólica "C'est la confiance" y reparó, entre otros puntos, en la espiritualidad de la petite Thérèse, original y extraordinaria por su extrema sencillez, marcada por una profunda confianza.  

En dicha exposición se dijo que la confianza tiene una base antropológica, sin la cual no podríamos vivir. Si uno sube a un avión y no se fía de que el piloto sabe conducirlo o va al médico sin cuestionar que los medicamentos que le prescribe han sido probados, no saldría de su casa. Nos movemos desde una certidumbre básica que nos ofrecemos unos a otros. Pero la confianza que guía la vida de esta mujer da un salto cualitativo pues no es un sentimiento, sino un convencimiento. No es una emoción, sino una certeza. Una confianza que no excluye la oscuridad provocada por la muerte, el vacío, el abandono o la duda porque no es una necesidad psicológica, sino una revelación.  

Esta confianza pone la mirada y adelanta la otra vida, es decir, está anclada fuera de uno mismo. Es interesante reparar en esto, pues otras noticias habituales en estas fechas son aquellas que adelantan propósitos para encarar el año nuevo, invadidas de mensajes de autoayuda y autoestima, que suelen resultar desenfocados al situar al hombre como el centro de todo. Teresita no seguía la filosofía del tú puedes, tú vales, tú podrás con todo. Su planteamiento era más auténtico: la ciencia de las cosas pequeñas, que se ajusta a la medida de los que se saben pequeños.  

Por eso es importante desenmascarar a estos nuevos vendedores de humo que se dedican a dar masajes al ego. Esta joven, como otros testigos de la certeza, a los que vale la pena mirar, nunca se estimó en más de lo que conviene. Apartó y renegó de la presunción, propuso un camino que excluye toda autosuficiencia y autorreferencia. Y acertó. 

 
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