Lecturas de hoy. Viernes 22 de Marzo de 2024

Ahora que se acerca la Semana Santa podemos hacer un esfuerzo especial para escuchar con atención cómo las grandes historias, símbolos e imágenes de la historia de Israel tienen su cumplimiento en Jesucristo

Altar Mayor de la Catedral de Badajoz. España
Altar Mayor de la Catedral de Badajoz. España
  1. Primera lectura
  2. Salmo Responsorial
  3. Evangelio
  4. Comentario

Lecturas del Viernes de la 5ª semana de Cuaresma

Primera lectura

Lectura del libro de Jeremías (20,10-13):

Oía la acusación de la gente:
«“Pavor-en-torno”,
delatadlo, vamos a delatarlo».
Mis amigos acechaban mi traspié:
«A ver si, engañado, lo sometemos
y podemos vengarnos de él».
Pero el Señor es mi fuerte defensor:
me persiguen, pero tropiezan impotentes.
Acabarán avergonzados de su fracaso,
con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor del universo, que examinas al honrado
y sondeas las entrañas y el corazón,
¡que yo vea tu venganza sobre ellos,
pues te he encomendado mi causa!
Cantad al Señor, alabad al Señor,
que libera la vida del pobre
de las manos de gente perversa.

Palabra de Dios

Salmo Responsorial

Sal 17,2-3a.3bc-4.5-6.7

R/.
 En el peligro invoqué al Señor, y me escuchó

V/. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. 

R/. En el peligro invoqué al Señor, y me escuchó

V/. Dios mío, peña mía, refugio mío,
escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos. 

R/. En el peligro invoqué al Señor, y me escuchó

V/. Me cercaban olas mortales,
torrentes destructores me aterraban,
me envolvían las redes del abismo,
me alcanzaban los lazos de la muerte.

R/. En el peligro invoqué al Señor, y me escuchó

V/. En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios:
desde su templo él escuchó mi voz,
y mi grito llegó a sus oídos.

R/. En el peligro invoqué al Señor, y me escuchó

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan (10,31-42):

En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús.
Elles replicó:
«Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?».
Los judíos le contestaron:
«No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios».
Jesús les replicó:
«¿No está escrito en vuestra ley: “Yo os digo: sois dioses”? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: “¡Blasfemas!” Porque he dicho: “Soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre».
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí.
Muchos acudieron a él y decían:
«Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de este era verdad».
Y muchos creyeron en él allí.

Palabra del Señor

 

Comentario

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús discutiendo con los judíos, quienes lo acusan de blasfemia, porque decían que siendo hombre se hacía Dios (cf. v.33). El Señor aprovechará esta ocasión para dejar en claro dos verdades sobre su persona: que él es el “Hijo de Dios” y que él es el “verdadero Templo” (cf. v. 36).

Para responder, pues, a la acusación, Jesús usa el Salmo 82 que dice: “Yo os digo: Vosotros sois dioses, todos vosotros, hijos del Altísimo” (v. 6). Con esta cita, el Señor quiere subrayar que, si está permitido llamar a ciertos hombres “hijos de Dios” porque son mensajeros de la Palabra Divina, cuanto más apropiado será para aquel que es la misma Palabra de Dios. Jesús se presenta, así, como el verdadero mensajero de la Palabra, el verdadero “Hijo de Dios”, aquel a quien “el Padre santificó y envió al mundo” (v. 36).

Estas últimas palabras del Señor - “el Padre santificó al Hijo”- nos muestran que Jesús es también el “verdadero Templo”. Para entenderlo es útil recordar que nos encontramos en la celebración de una fiesta judía importante: “se celebraba por aquel tiempo en Jerusalén la fiesta de la Dedicación (del Templo)” (v. 22).

Esta fiesta celebraba la victoria de los Macabeos sobre el imperio sirio y la re-consagración del Templo luego de su profanación por tres largos años (cf. 1 Mac 1,54; 2 Mac 6, 1-7). Para los judíos, acabar con la profanación y volver a santificar y consagrar el Templo era extremadamente importante porque el Templo era, propiamente hablando, el lugar “santo” donde los hombres entraban en contacto con Dios y ofrecían sus “sacrificios”.

Pues bien, Jesús nos revela que en realidad Él es el verdadero Templo (cf. 2,21), Él mismo es ahora el lugar “santo” donde es posible celebrar la adoración tal y como Dios la quiere, es decir, no con sacrificios de animales sino con el único “sacrificio” que es grato a Dios, la entrega de nuestro corazón por entero, en “espíritu y verdad” (4,24).

Esta lectura nos invita, pues, a considerar el cumplimiento de las Escrituras en Jesús de Nazaret. En esta ocasión el Señor usa los salmos para darse a conocer y sugiere como el gran Templo de piedra era en realidad un imponente símbolo que hablaba de su persona y de su misión.

Ahora que se acerca la Semana Santa podemos quizá hacer un esfuerzo especial, para escuchar con atención cómo las grandes historias, símbolos e imágenes de la historia de Israel tienen su cumplimiento en Jesús, y de modo especial en su Pasión, Muerte y Resurrección.

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