Lecturas de hoy. Sábado 5 de octubre de 2024

"Bienaventurados los ojos que ven lo que veis. Pues os aseguro que muchos profetas quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron"

Lecturas de hoy
  1. Primera lectura
  2. Salmo Responsorial
  3. Evangelio
  4. Comentario

Lecturas del XXVI Semana del Tiempo Ordinario. 

Sábado 5 

Primera lectura 

Lectura del libro de Job 42, 1-3. 5-6. 12-16

Job le dijo al Señor:
“Reconozco que lo puedes todo
y que ninguna cosa es imposible para ti.
Era yo el que con palabras insensatas
empañaba la sabiduría de tus designios;
he hablado de grandezas que no puedo comprender
y de maravillas que superan mi inteligencia.
Yo te conocía sólo de oídas,
pero ahora te han visto ya mis ojos;
por eso me retracto de mis palabras
y me arrepiento, echándome polvo y ceniza”.

El Señor bendijo a Job al final de su vida más que al principio: llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil burras.

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Tuvo siete hijos y tres hijas; la primera se llamaba Paloma, la segunda Canela y la tercera Azabache. No había en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job. Su padre les asignó una parte de la herencia, al igual que a sus hermanos.

Y Job vivió hasta los ciento cuarenta años y vio a sus hijos, a sus nietos y a sus bisnietos. Murió anciano y colmado de años.

Palabra de Dios

Salmo Responsorial 

1Cro 29,10.11abc.11d-12a.12bcd

R/. Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder

Bendito eres, Señor,
Dios de nuestro padre Israel,
por los siglos de los siglos. R/.

Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder,
la gloria, el esplendor, la majestad,
porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra. R/.

Tú eres rey y soberano de todo.
De ti viene la riqueza y la gloria. R/.

Tú eres Señor del universo,
en tu mano está el poder y la fuerza,
tú engrandeces y confortas a todos. R/.

Evangelio 

Evangelio (Lc 10, 17-24)

Volvieron los setenta y dos con alegría diciendo:

–Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.

Él les dijo:

–Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado potestad para aplastar serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, de manera que nada podrá haceros daño. Pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el Cielo.

En aquel mismo momento se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo:

–Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, pues así fue tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.

Y volviéndose hacia los discípulos les dijo aparte:

–Bienaventurados los ojos que ven lo que veis. Pues os aseguro que muchos profetas quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron.

Palabra del Señor

Comentario 

Los discípulos regresan de su misión y se muestran entusiasmados por haber experimentado el poder que el Señor les había concedido de hacer milagros.

Jesús confirma que les ha dado poder sobre el enemigo y se alegra de la derrota del diablo, pero, a la vez, les enseña cuál debe ser el verdadero motivo de su alegría: la esperanza del cielo.

Jesús reorienta nuestra mirada. En esta vida hay muchas cosas agradables, regalos de Dios a sus hijos, pero lo que más nos debe alegrar e ilusionar es la unión de Amor que ya comienza aquí, y que será plena en el cielo.

¿Qué es el cielo? «Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad –nos dice el Catecismo–, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha» (n. 1024).

Quizá pensamos poco en el cielo. Pensar en el cielo, en la felicidad eterna con Dios, fomenta la esperanza, nos llena de alegría, y hace que nos enfrentemos a las dificultades de esta vida con la serenidad de quién sabe que son camino para llegar al Amor. Y ese pensamiento no nos lleva a desentendernos de nuestros deberes en la tierra. Todo lo contrario. El cielo se lo da Dios a quienes tratan de hacer de esta tierra, con su amor y entrega a los demás, una antesala del cielo.

De pronto, Jesús se llena de gozo en el Espíritu Santo y manifiesta su alegría al ver que los pequeños y humildes reciben la palabra de Dios. Los que renuncian a la soberbia, entienden la Palabra, creen en Jesús. Los sabios y prudentes, es decir, los que se creen sabios con su propia sabiduría y no reconocen con humildad su ignorancia, permanecen ciegos para ver. Sobre todo, para ver en Jesús al Mesías, al enviado por Dios, a Dios mismo.

A continuación, Jesús nos manifiesta de un modo sencillo y sublime que es igual al Padre. No podemos conocer que Jesús es Dios si el Padre no nos da la gracia de la fe. Y no podemos conocer quién es el Padre si Jesús no nos lo revela.

Los discípulos son llamados bienaventurados, felices, por haber visto y oído a Jesús, por haber creído en Él. La fe es un don de Dios, el don más grande, pues sin la fe no hay salvación. Pero es preciso que el hombre se abra a ese don con humildad y responda a él con todo su corazón.