Lecturas de hoy. Miércoles 2 de octubre de 2024

"En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos"

Lecturas de hoy
  1. Primera lectura
  2. Salmo Responsorial
  3. Evangelio
  4. Comentario

Lecturas del XXVI Semana del Tiempo Ordinario. Memoria de los Santos Ángeles Custodios

Miércoles 2 

Primera lectura 

Lectura del libro de Job (9,1-12.14-16):

Respondió Job a sus amigos: «Sé muy bien que es así: que el hombre no es justo frente a Dios. Si Dios se digna pleitear con él, él no podrá rebatirle de mil razones una. ¿Quién, fuerte o sabio, le resiste y queda ileso? Él desplaza las montañas sin que se advierta y las vuelca con su cólera; estremece la tierra en sus cimientos, y sus columnas retiemblan; manda al sol que no brille y guarda bajo sello las estrellas; él solo despliega los cielos y camina sobre la espalda del mar; creó la Osa y Orión, las Pléyades y las Cámaras del Sur; hace prodigios insondables, maravillas sin cuento. Si cruza junto a mí, no puedo verlo, pasa rozándome, y no lo siento; si coge una presa, ¿quién se la quitará?; ¿quién le reclamará: «Qué estás haciendo»? Cuánto menos podré yo replicarle o escoger argumentos contra él. Aunque tuviera razón, no recibiría respuesta, tendría que suplicar a mi adversario; aunque lo citara y me respondiera, no creo que me hiciera caso.»

Palabra de Dios

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Salmo Responsorial 

Sal 87

R/. Llegue hasta ti mi súplica, Señor

Llegue hasta ti mi súplica, Señor.
Todo el día te estoy invocando,
tendiendo las manos hacia ti.
¿Harás tú maravillas por los muertos?
¿Se alzarán las sombras para darte gracias? R/.

¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia,
o tu fidelidad en el reino de la muerte?
¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla,
o tu justicia en el país del olvido? R/.

Pero yo te pido auxilio,
por la mañana irá a tu encuentro mi súplica.
¿Por qué, Señor, me rechazas
y me escondes tu rostro? R/.

Evangelio 

Lectura del santo evangelio según san Mateo  (Mt 18,1-5.10)

En aquella ocasión se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

— ¿Quién piensas que es el mayor en el Reino de los Cielos?

Entonces llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo:

— En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos; y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en los cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos.

Palabra del Señor

Comentario 

Nos cuenta el evangelio de hoy que en una ocasión, cuando Jesús estaba con sus discípulos, “llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (vv. 2-4). Cuando Jesús habla de hacerse como niños no está diciendo una ingenuidad, ni hablando en un lenguaje meramente figurado, sino que está desvelando una realidad profunda que ayuda al hombre a penetrar en su propio misterio, que le hace caer en la cuenta de la importancia de los valores que cada ser humano trae consigo al mundo y que se expresan espontáneamente en su infancia. La pérdida de la sencillez, la sinceridad, el amor candoroso, la capacidad de admirarse ante la grandeza o la belleza de las cosas, la confianza y tantos otros valores que son propios de la condición infantil no supone un logro de la madurez, sino una limitación que conviene restaurar.

Jesús, cuando hablaba del amor de Dios Padre por los niños y por los que se hacen como niños, señaló: “Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en los cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (v. 10). “Fundada en éste y en otros textos inspirados –recordaba Mons. Javier Echevarría-, la Iglesia enseña que ‘desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión’[1]. Y hace suya una afirmación frecuente en los escritos de los Padres de la Iglesia: ‘Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida’[2]. De entre los espíritus celestiales, los ángeles custodios han sido colocados por Dios al lado de cada hombre y de cada mujer. Son nuestros cercanos amigos y aliados en la pelea que nos enfrenta –como afirma la Escritura– a las insidias del diablo”[3]. Por eso San Josemaría recomienda: “acude a tu Custodio, a la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones”[4].

En un día como hoy, el dos de octubre de 1928, día de los ángeles custodios, nació el Opus Dei. Quiso Dios poner en el corazón bien dispuesto de san Josemaría, la inquietud divina de hacer llegar a todo el mundo una llamada universal a buscar la santidad en su vida ordinaria, santificando las realidades profesionales y familiares de la vida cotidiana.

Cada año, en esta fecha, su corazón se alzaba con sencillez infantil al Señor en acción de gracias y acudía a su ángel custodio para que le ayudara a tratar a Dios con plena intimidad, con toda su mente y todo su corazón. “Esta mañana –escribía el 2 de octubre de 1931, tres años después- me metí más con mi Ángel. Le eché piropos y le dije que me enseñe a amar a Jesús, siquiera, siquiera, como le ama él”[5]. Y su oración discurrió por un cauce profundo y sereno: “¡Qué cosas más pueriles le dije a mi Señor! Con la confiada confianza de un niño que habla al Amigo Grande, de cuyo amor está seguro: Que yo viva sólo para tu Obra –le pedí–, que yo viva sólo para tu Gloria, que yo viva sólo para tu Amor [...]. Recordé y reconocí lealmente que todo lo hago mal: eso, Jesús mío, no puede llamarte la atención: es imposible que yo haga nada a derechas. Ayúdame Tú, hazlo Tú por mí y verás qué bien sale. Luego, audazmente y sin apartarme de la verdad, te digo: empápame, emborráchame de tu Espíritu y así haré tu Voluntad. Quiero hacerla. Si no la hago es... que no me ayudas. Y hubo afectos de amor para mi Madre y mi Señora, y me siento ahora mismo muy hijo de mi Padre-Dios”[6]. (Opus Dei)