Iceta, frente al aumento de la indiferencia religiosa: “¿Seremos capaces de abrir nuestro modo de pensar a formas nuevas de evangelizar?”

En su carta pastoral “Iglesia en estado de misión" habla de la pedagogía y la espiritualidad para estos tiempos de desertificación espiritual

Mons. Mario Iceta con el Papa Francisco.
Mons. Mario Iceta con el Papa Francisco.

No ha tardado mucho el arzobispo de Burgos, monseñor Mario Iceta, en hacer una síntesis de cómo está la diócesis que el Papa Francisco le ha encomendado y cómo se deben afrontar los retos, no menores, que se le presentan a esta histórica Iglesia española.

Después de los fastos del VIII Centenario de la Catedral de Burgos, que han dejado muy alto el listón para quien tenga que meterse en conmemoraciones, ha llegado el tiempo de mirar al futuro con realismo y esperanza.

Carta pastoral 

Para este proceso de reflexión sobre la vida de la diócesis y de su capacidad de ser samaritana de la sociedad burgalesa y castellano-leonesa, el obispo Iceta se ha servido del reciente proceso sinodal y de la Asamblea diocesana que había puesto en marcha su predecesor monseñor Fidel Herráez.

El fruto conjunto del discernimiento episcopal y diocesano es la extensa Carta Pastoral, programática, “Iglesia en estado de misión. Sujeto eclesial, pedagogía y espiritualidad para tiempos de desertificación”. Un texto que va a remover no pocas conciencias en la línea de la “Evangelii Gaudium” del papa Francisco, ampliamente citada.

Partiendo del relato de la vocación el joven Samuel (1 sam, 3 y ss.), monseñor Iceta señala que “a pesar de que muchas personas buscan formas nuevas de espiritualidad, podríamos definir la situación actual como de desertificación espiritual. Y es precisamente en este contexto cuando Dios, una vez más, vuelve a pronunciar nuestros nombres invitándonos a la tarea evangelizadora. Y nuestra respuesta no puede ser otra que la del joven Samuel, llena de agradecimiento y disponibilidad: «Aquí estoy, habla que tu siervo escucha»”.

Encuesta sociológica 

El arzobispo de Burgos sintetiza algunos datos de la diócesis según la encuesta sociológica que se realizó el 2021:

  • El 67% de la población burgalesa se declara católica. Pero el 50% de los menores de 34 años se declaran agnósticos, ateos o religiosamente indiferentes (38% en la franja de edad entre 35 y 44 años); El 60% de la población considera que la Iglesia y sus instituciones son positivas para la sociedad (48% por su labor social, 40% por las creencias que transmite y 39% por sus valores);
  • La pandemia ha variado los hábitos de los católicos practicantes: muchos han dejado de acudir presencialmente a la Eucaristía, y la siguen a través de los medios de comunicación o redes sociales. Pero también la pandemia ha sido ocasión para un aumento de fe, práctica de la oración y ejercicio de la caridad;
  • Entre los católicos practicantes llama la atención la escasa implicación en actividades eclesiales más allá de la participación en la Eucaristía. En torno al 80% reconoce no pertenecer a ningún grupo, asociación o institución eclesial;
  • Los burgaleses valoran la accesibilidad, el compromiso y la cercanía de la Iglesia. Pero reclaman una mayor modernidad, transparencia, austeridad, coherencia y credibilidad; Los católicos no practicantes manifiestan la falta de identificación con algunos de los mensajes de la Iglesia, el desinterés, el aburrimiento o la percepción de que no es necesaria la Iglesia para orar.

Práctica sacramental 

Y añade algunos otros, ciertamente preocupantes, sobre la práctica sacramental: “En los últimos 10 años el número de bautizos, de confirmaciones y de matrimonios canónicos se han reducido a la mitad (los matrimonios a la cuarta parte en los últimos 20 años); las primeras comuniones han disminuido un 30% y previsiblemente seguirán disminuyendo, ya que solo se bautizan el 56% de los niños que nacen. Estos datos nos obligan a reflexionar, a orar y a discernir las implicaciones que se derivan para nuestra tarea evangelizadora”.

Monseñor Mario Iceta apunta además que “junto al aumento de la indiferencia, el agnosticismo, el ateísmo u otras formas de increencia, cabe destacar por su novedad la eclosión de un antiteísmo beligerante con ciertas trazas de religiofobia y cristianofobia. También asistimos a la presencia de una significativa pluralidad religiosa de una gran complejidad en las formas diversas de concebir la realidad. En una visión panorámica de nuestra sociedad, vemos que en muchos casos se reconoce como única fuente de verdad los datos procedentes de la ciencia empírica, dando así preponderancia, y casi exclusividad, al cientifismo como vía de conocimiento y de acceso a la verdad. Todo lo demás es remitido al ámbito de la subjetividad, la especulación o la mera opinión personal, lo cual, en el caso de las realidades trascendentes, conduce a que sean consideradas, en muchos casos, como fruto de la superstición, de la ignorancia, de la imaginación, de la fantasía o de la mera creación poética. Todo ello nos hace pensar que una característica importante de los tiempos actuales es la crisis de la verdad. Es un tema de especial importancia que reclama una sosegada reflexión. No pretendo, ni mucho menos, abordar de modo exhaustivo esta cuestión”.

Desertificación espiritual

¿Qué hacer? “Esta situación de desertificación espiritual no nos debe conducir a la desesperanza o a la frustración” señala el arzobispo. Pero con no poco realismo, añade que “lo del «siempre se ha hecho así» no suele ayudar. Sin abandonar precipitadamente nuestras actividades evangelizadoras de siempre, ¿seremos capaces de generar formas nuevas, atrayentes, creativas de evangelización, formación, acompañamiento y presencia pública? ¿Seremos capaces de abrir nuestro modo de pensar a formas nuevas de evangelizar? Estas pedagogías y modos actualizados se revelan urgentes para llegar a las generaciones más jóvenes”.

 

Ante esta situación cultural, el arzobispo de Burgos no obvia algunas tentaciones que puedan surgir. “Puede aflorar –comenta- la tentación de camuflarnos por el temor a ser contraculturales, o quedar paralizados ante el miedo a la crítica, imposibilitados para ser verdadera sal y luz, cediendo a la presión social, al influjo de ideologías y a la posición de algunos medios de comunicación cuyos postulados contrastan con la cosmovisión y antropología cristianas. Debemos escuchar la palabra de Jesús que, caminando sobre las aguas embravecidas exhorta a los discípulos: «¡Ánimo, soy Yo!, ¡No tengáis miedo!» (Mt 14, 22)”.

Zonas rurales 

Siguiendo en la línea del análisis realista, insiste en que “nuestras comunidades parroquiales, salvo contadas excepciones, disminuyen en el número de sus miembros y envejecen. Este problema se agudiza sensiblemente en el ámbito rural. El número de habitantes de muchos municipios de la provincia va disminuyendo. Solo veintiséis municipios tienen más de mil habitantes y trescientos menos de mil. Algunos de ellos cuentan con varias poblaciones y parroquias. Todos compartimos en mayor o menor medida la convicción de que no podemos seguir haciendo lo mismo. Necesitamos audacia y creatividad para repensar el modo de atender pastoralmente las zonas rurales”.

No hay recetas, ni propuestas milagrosas. Pero desde una mirada al pasado inmediato, el arzobispo de Burgos recuerda que “el Papa Benedicto XVI habló en diversas ocasiones de la necesidad de transformar las comunidades cristianas en minorías creativas que viven una profunda vida espiritual y que suscitan una fuerte tensión misionera actuando a modo de fermento en medio de la masa. Si nuestras comunidades, parroquias, grupos, instituciones, asociaciones van perdiendo vigor, ¿no corren el riesgo de preocuparse más de la autopreservación en lugar de arriesgarse a reconfigurarse y nuevamente salir de sí mismas en clave de misión? ¿No deberíamos afrontar esta transformación de nuestras comunidades en minorías creativas? ¿No es el vigor evangelizador uno de los signos principales de la vida espiritual de las familias, parroquias, asociaciones, grupos e instituciones?”.

Pérdida de impulso misionero 

Una reflexión, quizá penúltima, en la línea del pontificado del papa Francisco: “la autopreservación conduce a la autorreferencialidad, a la pérdida de impulso misionero que provoca envejecimiento y disminución. Las estructuras pastorales no son un fin en sí mismas, sino un medio para que las comunidades cristianas sean realmente lugar de encuentro con Dios, comunión y misión. Es una realidad que tenemos que saber afrontar sin miedo y ver el modo de generar estas minorías creativas que vivan una intensa y fecunda comunión que haga a todos sus miembros corresponsables en la misión. En este contexto, quiero agradecer el esfuerzo que tantos fieles, sacerdotes, diáconos y miembros de la vida consagrada realizáis para hacer de las comunidades verdadero fermento de vida cristiana”.

Concretar la llamada a la sinodalidad 

Después de haber hablado del matrimonio, de la familia, de la escuela, de los lugares de ocio, de los jóvenes, de la liturgia, de la necesidad del cambio de estructuras, entre otros muchos temas, monseñor Mario Iceta, señala que “la llamada a la sinodalidad que nos dirige el Papa Francisco, necesita ser concretada y vivida tanto a nivel personal y comunitario. Se cuenta que cuando preguntaron a santa Teresa de Calcuta qué cambiaría en la Iglesia, ella respondió: «Se me ocurren al menos dos: primero yo y luego tú». De poco serviría el esfuerzo por impulsar la dimensión sinodal de la Iglesia si cada uno de nosotros no se convierte de su individualismo para vivir en comunión y corresponsabilidad. Cuidemos la relación entre nosotros. Aprendamos a escuchar, comprendernos y comunicarnos, querernos y perdonarnos. Fomentemos el trabajo en común y compartido, la práctica de la oración y del discernimiento comunitario. No podemos hablar de sinodalidad y no vivir la comunión real y concreta con quienes nos rodean. Las personas suelen estar cansadas de palabras y buenos consejos, y necesitan imperiosamente acciones y testimonios reales y cercanos”.

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