Experiencia y sentimientos de una madre al entrar su hija al convento de Iesu Communio
“He llorado mucho, pero la veo feliz”, confiesa. Las 200 hermanas recibieron a la nueva postulanta y a su familia
La ceremonia de entrada de una nueva postulanta en el monasterio de la Aguilera (Burgos) del Instituto religioso pontificio Iesu Communio, es algo parecido a una fiesta. No hay comida, pero sí canciones y mucha alegría. Reyes, 24 años y opositora a fiscal, ha dejado un brillante futuro profesional y se acaba de enfundar en el ya conocido hábito vaquero.
“He llorado mucho, pero la veo feliz”, confiesa Silvia, la madre de Reyes a Religión Confidencial. Su llanto contiene una mezcla de asombro, de preocupación (porque al principio “no la veía como monja”) pero también de mucho agradecimiento, por lo que ella define “un don recibido”. Junto a su marido Carlos, ha educado a sus cuatro hijos en la fe. Están felices.
“Reyes me dijo un día que se iba a convivir diez días con las hermanas de Iesu Communio para hacer la experiencia. Me quedé impactada. Cuando regresó no le pregunté nada. Un día, en la comida, dijo algo así como que en breve ya no la íbamos a ver en casa. La miré y le pregunté si tenía hora y día de entrada. Me dijo que sí”.
Ha entrado en el convento cuatro meses más tarde, cuatro meses alimentando ese deseo de dejarlo todo por Cristo. Silvia ve a su hija muy convencida, aunque la última decisión la tiene la comunidad. “Confío plenamente en las monjas. Si no es lo suyo, se lo van a decir”, explica a este Confidencial.
No hay que dar dote
El día que acompañó a su hija al convento "nos esperaban las 210 monjas. Fue impresionante. Son muy cariñosas. Siempre sonrientes. Nos enseñaron la celda de Reyes, que tiene una cama, un lavabo, un armario con un pequeño ajuar: sábanas, toallas, pijama, una bolsa de agua, todo ello marcado con su nombre. Produce mucha tranquilidad y cercanía conocer donde va a vivir".
Además, pudieron ver parte del convento, una lugar con bastante espacio para pasear, incluso para hacer deporte. “Aunque parezca algo obvio, quiero decir que están dadas de alta en la seguridad social”, apunta.
Reyes no se ha llevado nada. Tampoco hay que dar ninguna clase de dote. La familia que quiera y pueda, entrega un donativo.
“Ha entrado al convento, pero es como un tiempo de noviazgo. A algunos de mis familiares que no entienden esta vocación, les digo que Reyes está muy feliz, y que se la puede ir a ver siempre que queramos –aunque es mejor llamar previamente-. Podemos abrazarla y pasear con ella”, explica Silvia.
Silvia cuenta, con una sonrisa, uno de los momentos algo más desgarradores de la ceremonia de entrada, y fue cuando las hermanas le devolvieron la ropa de su hija en una bolsa.
“Esto está hecho para mí”
Reyes no para de sonreír. “La primera vez que viene aquí fue con mi parroquia. Vi a monjas muy felices y plenas, pero no me planteé la vocación. Fue unos años más tarde, a partir de mi conversión”, cuenta a este Confidencial.
Licenciada en Derecho con calificaciones brillantes, llevaba dos años preparándose para opositar a fiscal. “Aunque vengo de una familia cristiana y educada en un colegio católico, para mí la fe era como algo ajeno: daba catequesis pero como una cosa más que hacer. Iba a misa y me confesaba pero por inercia”, relata.
Fue en peregrinación a Medjugorje cuando experimentó que Jesús le amaba. “Vi a un chaval y me fije en cómo rezaba. Esa manera de rezar me impresionó. Esto sucedió hace cuatro años”.
A partir de ese momento, sintió que Dios le pedía algo, y se “puso a tiro”. Comenzó a acudir diariamente a misa, adoración, dirección espiritual. “En una adoración en la parroquia, me di cuenta que todo lo que me habían contando era cierto. Experimenté ese encuentro personal con Jesús. Me cambió la vida de manera radical, aunque externamente mi vida era igual. Me rendí totalmente a Dios”, confiesa Reyes.
Con ayuda de su director espiritual, supo que tenía que ser monja de Iesu Communio.
El locutorio
Los invitados van llegando a las 16 horas y se reúnen en el “locutorio”. Se trata de una sala con gradas frente a frente. En un lado, las 200 monjas; en el otro, los familiares y amigos, incluso personas que no tienen nada que ver con Reyes pero que han acudido a ver este espectáculo de fe.
Alguien pregunta por el día a día de las monjas. Se levantan a las 6.30. A las 7, los laudes cantadas. Luego la oración personal y a las 8.15 la Eucaristía. Tras el desayuno, trabajo, cada una en su cometido: lavandería, cocina, etc. Las novicias tienen formación de la madre Verónica o de las maestras. Antes de comer, a las 13.40 más oración. Después de comer, tiene un rato familiar para charlar, un recreo. De 3 a 4 de la tarde es una hora de silencio. Nona a las 16 horas. Y muchas tardes, comparten la fe como distintos grupos. A las 19 oficio de lectura, vísperas cantadas y completas.
Otro invitado les agradece el testimonio que dan del Dios vivo. “Cada vez que vengo a veros, me voy con una dosis alta de alegría. Estar con vosotras es tocar un poco de Cielo”.
Tras un rato de conversación entre las monjas y los invitados, de preguntas y respuestas, seis de ellas se colocan un mantón de manila y ofrecen un baile sencillo al son de una salve rociera cantada por el resto de sus hermanas.
La Eucaristía
A las cinco de la tarde comienza la Eucaristía en un templo grande, austero, pero alegre. La cara de la Bella Pastora, la imagen de la Virgen que preside, parece real: cálida y guapa. Los cantos de la misa, actuales, como los de la JMJ, elevan el alma.
Reyes comulga acompañada de dos hermanas que no la han dejado sola en ningún momento: la formadora de las postulantas y otra más. Comulga la primera, en el altar, y bebe el cáliz. Impresiona observar a la mayoría de hermanas que al recibir la comunión, llegan a su banco y se arrodillan en el suelo, agachan la cabeza y el cuerpo, se hacen un ovillo.
Al finalizar la misa, una hermana dirige unas palabras a la nueva postulanta: “Hermana Reyes, no temas…movida por el espíritu, te has puesto en camino…Recibe el abrazo de tus hermanas”…Y una a una se ponen en fila y la abrazan. Reyes sonríe con cada abrazo. “Increíble, con la poco afectiva que era”, dicen sonriendo sus amigas.
Al finalizar la Eucaristía, el gran momento: el hábito vaquero. Tras unos minutos de espera, aparece Reyes con su nuevo atuendo. Silvia, su madre, echa una carcajada, pero también suelta una lágrima. Amigos y familiares aplauden y ríen. Las hermanas la dedican una canción especial para ella.
“Ponerme el hábito ha sido un descanso”
“Creía que iba a sentir algo raro al ponerme el hábito, pero ha sido un descanso tal y como me habían dicho mis hermanas. Es como ponerme mi batita de noche, una prenda que reconoces y te da paz. He pensado que estoy hecha para esto” explica Reyes.
Su madre comparte la misma impresión: “La veo muy natural y bien. Y estéticamente creo que va a ser una monja maja”.
El locutorio se alarga casi hasta las 20 horas. Una hermana de México cuenta su vocación. Estudió ingeniería, tenía varios máster. Otra se metió al convento en quinto de aeronáutica. Su hermana, que vivía en China sin fe, fue a visitarla y se convirtió: dejó su prestigioso puesto de trabajo para irse al convento.
El hábito vaquero se lo confecciona y regala Jeanología, una empresa de Valencia, especialistas en el acabado del tejido vaquero. Usan sandalias como gesto de maternidad, por tantos hijos y personas que tienen frío tanto en el corazón como en el cuerpo. La calefacción se pone unas horas al día.
Reyes pasará año y medio postulando. Después, dos años de noviciado, hasta que haga los primeros votos y se pongan la pañoleta azul en la cabeza. Todavía le quedarán unos años más hasta profesar los votos perpetuos, más o menos siete años tras su entrada. Algunas de sus hermanas ya estarán viviendo en Valencia, el nuevo convento que se inaugurará en los próximos meses.