Nos queda la Iglesia

Son multitud las pequeñas y grandes vivencias que conforman el mosaico de una JMJ Madrid 2011 que, sin duda, cambiará la historia.

Primer imagen: la paz de Benedicto XVI, que se trasluce a través de su mirada. En el momento de la zozobra del guión, en aquella memorable noche de Cuatro Vientos sin planes B, C, D operativos, como si de la Iglesia en medio de una galerna se tratara, el Papa permanecía sereno, a cubierto de la sede, con los ojos escrutando hasta la última reacción de quienes le circundaban. La mirada del Papa transmitía serenidad, auténtica confianza; una mirada del color de la fe con el dibujo de la esperanza. Benedicto XVI encarnó la definición de la paz más clásica de la tradición cristiana: la tranquilidad del orden.

Mientras, el cardenal Herranz intentaba convencer al cardenal Rouco; el cardenal Bertone reclamaba la presencia de sus auxiliares; el maestro de ceremonias, monseñor Marini, luchaba titánicamente contra los elementos para proteger al Santo Padre. Allí, al pie de la cruz, el Papa permanecía en su sede como la Iglesia asiste a las tempestades de la historia. Recordé entonces una reflexión de San Agustín: "Cuando toda la bravura de los hombres decae y los timoneles que se sustituyen para asegurar la ruta de la nave no pueden ya más contra la violencia de las olas, y desplegar las velas es más peligroso que útil, cuando ya son vanos los medios y los esfuerzos humanos, a los navegantes no les queda sino recurrir a la oración y clamar al Cielo" (Serm. LXXV, 3, 4).

Segunda imagen. Monseñor José Luis Mumbiela Sierra es mucho más que un joven obispo misionero. Es una persona que conecta a la primera y que sabe de lo esencial de la Iglesia y de la vida apostólica. Obispo de Almaty, en Kazajistán, me contó que estando una mañana en el metro, se le acercó un señor que había estado escuchando la conversación que acababa de tener monseñor Mumbiela con un grupo de peregrinos de un continente lejano, que en la JMJ no lo era tanto. El señor no puedo más que sincerarse y comentarle que, por primera vez en mucho tiempo, había sentido que el futuro no era tan negro y limitado como pensaba. Lo que estaba viendo en Madrid le parecía el signo más evidente de la existencia de otro mundo, radicalmente distinto al que le tenía atenazado desde hacía algunos años.

Último cuadro, por ahora. El tuno andaluz que, después de marcharse a su tierra porque se le habían acabado las razones de su andanza madrileña, no podía quitarse de la cabeza lo que acababa de vivir en Madrid. Entonces, tomó la decisión de regresar a la capital de España, buscar a sus amigos y a un sacerdote para confesarse, y continuar preguntándose qué es lo que le estaba pasando...

Postdata: los peregrinos que, pasada la media noche del día en que el cardenal Rouco cumplió años, se toparon con él cuando regresaba a su casa. Fue la mejor oportunidad para dedicarle un santo descanso al son de un cumpleaños feliz bien merecido y entonado. El cardenal Rouco, el cardenal de la JMJ, el cardenal de la Iglesia de los jóvenes, que son del Papa.

José Francisco Serrano Oceja

 
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