La próxima visita de Benedicto XVI al Líbano

Según la información oficial, Benedicto XVI llegará a Beirut el 14 de septiembre. Tras la tradicional ceremonia de bienvenida en el aeropuerto Rafiq Hariri (nombre del asesinado primer ministro), se trasladará a Harissa para visitar la basílica de San Pablo, donde firmará la exhortación apostólica post-sinodal, que entregará solemnemente el domingo durante la misa en el Beirut City Center Waterfront.

El viaje se producirá poco menos de un mes antes del comienzo del Año de la Fe, convocado por el Papa para la Iglesia universal, cuando se cumplen cincuenta años de la inauguración del Concilio Vaticano II por el beato Juan XXIII. No sé para qué regiones resulta más interesante esa iniciativa: si para el viejo continente, que tantas veces ofrece la imagen de cansancio ante la fe y necesita renovar el trabajo evangelizador; o para los cristianos de Oriente Medio que, en medio de la supuesta primavera árabe, sufren el progresivo cierre del horizonte de vivir con normalidad en su propia tierra. Conocer a fondo los problemas de las iglesias de Oriente podría ser un auténtico revulsivo para los fieles occidentales.

A lo largo de estos años, se ha podido comprobar el desvelo de Benedicto XVI por esas tierras. Sus continuas referencias en las audiencias semanales están llenas de comprensión y aliento. El Papa conoce bien las complejidades étnicas, culturales y religiosas, y no cesa en su afán de fomentar el diálogo interreligioso y de sostener la evidente cooperación de los cristianos en tantas actividades al servicio del bien común –sin hacer distinciones por creencias‑, y a la promoción de los derechos humanos.

El Sínodo de 2010 contribuyó a precisar problemas y objetivos, aunque todo se aceleró luego con los movimientos y revueltas en países árabes, que distan de estar resueltos. Los problemas que debían afrontar las minorías católicas en Oriente se agudizaron por guerras, violencias y crisis sociales. No hay aún datos definitivos, pero el éxodo parece excesivamente amplio, con las consecuencias dolorosas para las personas y familias que lo sufren.

Las autoridades eclesiásticas, conscientes de la magnitud del problema y de los peligros para la pervivencia del cristianismo en lugares tan ligados a su despliegue histórico tras la primera Pentecostés, intentan sostener a los creyentes, proponiéndoles nuevos horizontes apostólicos y renovando su esperanza. Pero no ignoran que no se mantendrá la fe en un clima que exige un permanente heroísmo, no exigible a todos.

Sin embargo, en estas circunstancias, algunos recuerdan el grito de Juan Pablo II en 1978 ‑"no tengáis miedo"‑, que contribuiría no mucho tiempo después a la apertura del hasta entonces inconmovible telón de acero. El Papa polaco luchó desde la fe en Cristo contra el absoluto marxista. El reto actual lo plantean a los cristianos de Oriente los absolutos islamistas.

Hace unos días, en Francia, el laicista ministro del interior Manuel Valls mostraba su indignación ante un suceso ciertamente luctuoso: la profanación de una mezquita en Montauban, justamente durante el ramadán. "En mi calidad de ciudadano y de ministro encargado de los cultos, no puedo por menos que indignarme ante una acción inadmisible, que atenta a la dignidad de los musulmanes de Francia y hiere al conjunto de nuestros compatriotas comprometidos con los valores de la tolerancia".

Una fortaleza análoga se impone para exigir a los musulmanes de Oriente el respeto a las creencias cristianas, comenzando por un efectivo reconocimiento de la libertad religiosa, incluidos los países árabes políticamente considerados pro-occidentales.

 
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