Los obispos de Nicaragua luchan por los derechos humanos y la paz

Cardenal Leopoldo José Brenes
Cardenal Leopoldo José Brenes

No sé si han sido virales, pero las fotos de eclesiásticos con la Custodia eucarística como gran parapeto de la represión contra el pueblo, han aparecido en medios de comunicación internacionales, también en una reciente edición de Alfa y Omega de Madrid. Parecen cosa de tiempos lejanos, como la salida de Roma del papa León Magno, para detener en Mantua el año 452 al rey de los hunos Atila, que había invadido el norte de Italia. El gran pintor del Renacimiento, Rafael Sanzio, inmortalizó la escena, en que el papa convencerá al invasor para que no marche sobre Roma.

En el plano personal, no olvido los relatos de mi abuela Piedad, que vivía en la plazuela de la Merced de Segovia, frente al convento de carmelitas fundado por santa Teresa, camino ya del Alcázar. Me contaba que la antigua catedral de Santa María había sido destruida durante la Guerra de los Comuneros: estaba frente a la actual explanada del Alcázar, y fue defensa de los ciudadanos –"la iglesia es del pueblo"- frente a la nobleza que acabaría alzándose con la victoria. Apenas quedó el claustro -de Juan Guas-, trasladado a la quizá más tardía catedral gótica de Europa, y prudentemente alejada de la fortaleza que con los años sería sede de la Academia de Artillería...

Los sucesos de Nicaragua responden a una evidente necesidad pastoral, que quizá cuesta entender desde la óptica del viejo continente. Coinciden en parte con la lucha que sigue dándose en la república del Congo (antiguo Zaire): el conflicto popular contra la pervivencia de autócratas que han perdido la legitimidad democrática, si es que alguna vez la tuvieron, y se resisten a abandonar el poder. Ante la realidad de una sociedad poco estructurada, incapaz de luchar por sí contra la opresión, los obispos se ven casi obligados a cumplir, no sin resistencia, una tarea mediadora con el riesgo de no ser bien comprendida por las diversas partes en conflicto. Pero, en realidad, asumen la responsabilidad de su auctoritas, más allá de la potestas.

El actual conflicto nicaragüense viene de lejos, y se agudizó en abril por las protestas ante las reformas del sistema de seguridad social. Aunque el presidente Daniel Ortega, viejo sandinista, revocó la ley, no apaciguó la violencia, que se ha saldado hasta ahora con cerca de trescientos muertos y más de mil heridos, y una sociedad completamente dividida.

Desde el primer momento, la conferencia episcopal de Nicaragua exigió el esclarecimiento de las muertes producidas durante las manifestaciones y, sobre todo, pidió un diálogo a fondo, con el objetivo de “revisar el sistema político del país desde su raíz, para lograr una democracia auténtica”. Entre las condiciones que ponían para asegurar la voluntad de diálogo del gobierno, figuraba la necesidad de permitir la entrada de una delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, suprimir cuerpos paramilitares, y detener la represión policial contra quienes protestaban.

El comienzo del diálogo coincidió, sin embargo, con duros enfrentamientos, que dieron lugar a que el obispo de Matagalpa saliera después de misa en procesión con el Santísimo Sacramento para poner paz entre manifestantes y policías, atravesando las barricadas. Ante la imposibilidad de llegar a acuerdos, la conferencia episcopal se retiró de su función mediadora en la mesa de diálogo. Sus intentos de reanudarlos, han sido imposibles ante la espiral de violencia y las masacres de finales de mayo. Hace unos días, la violencia en Masaya –en el departamento en que nació Augusto Sandino- determinó que varios obispos, junto con el nuncio, acudieran a esa ciudad y presidieran una nueva procesión eucarística.

Días después se anunciaba que el Cardenal Leopoldo José Brenes, arzobispo de Managua y presidente de la conferencia, acudiría al consistorio convocado en Roma para la creación de nuevos cardenales, y luego, informaría al Papa en audiencia privada sobre la "situación dolorosa y penosa que enfrentan los nicaragüenses", y cómo se desarrolla el diálogo propuesto por la Iglesia católica y respaldado por la confianza de la población.

El país sigue en una caótica guerra civil, con barricadas en las principales ciudades. El gobierno de Daniel Ortega no responde al clamor social de que detenga la violencia. Y crecen las voces que piden su dimisión y la convocatoria de elecciones anticipadas. El presidente está en un callejón sin salida, que agravará el sufrimiento de la gente, a pesar del esfuerzo de las organizaciones de derechos humanos y, sobre todo, de la acción pacificadora de obispos y sacerdotes.

Una declaración de la conferencia episcopal de mediados de junio, difundida por la agencia Fides, resume bien el trabajo de los pastores, agradecidos “a los nicaragüenses que confían en la mediación que estamos llevando a cabo y a la comunidad internacional que nos sostiene en este trabajo que desempeñamos como pastores del pueblo de Dios que se nos ha confiado y al que acompañamos en su tristeza, sufrimientos, esperanzas y anhelos de construir un país en paz, justicia y libertad”.

 

Y el Papa respalda el trabajo realizado por los obispos y personas de buena voluntad en Nicaragua, a la que aludió expresamente en el Ángelus del domingo, junto con Siria, Etiopía y Eritrea. Respecto del país centroamericano, renovó su oración por esa tarea “de mediación y testimonio para el proceso de diálogo nacional en curso en el camino a la democracia”.



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