El miedo al terrorismo islamista dificulta la convivencia pacífica

Gran mezquita de París.
Gran mezquita de París.

Hechos recientes, sucedidos en la vecina Francia, muestran hasta qué punto el miedo al terrorismo islamista ha penetrado en la sociedad y no sólo en la vida pública. En la basílica de Ainay, en Lyon, un musulmán con una mochila a la espalda provocó el pánico al terminar la misa del domingo 9. Desató tal miedo que, tras la llamada a la policía, acudieron trece agentes de la BAC (brigada anticriminal), fuertemente armados, que rodearon y redujeron al protagonista del susto: él no entendía nada, pues no era la primera vez que rezaba en esa iglesia románica.

Al terminar la ceremonia católica, había seguido en la nave hasta que terminó su oración con un Alá akbar –Dios es grande-, que sonó amenazante a uno de los presentes. Resultó ser un marginal inofensivo, de 44 años, conocido porque deambulaba por las calles empedradas del barrio de clase media alta donde se encuentra el templo. Según declararía, le gustaba ir a “meditar y rezar” a la basílica: de hecho, llevaba haciéndolo diez años y explicó en el juicio que había recitado el salmo 23, antes de terminar con la invocación a Alá. Por si no le creían, comenzó a recitar el conocido salmo: “El Señor es mi pastor...”

Al registrar su casa en Villeurbanne, la policía no encontró nada: sin teléfono ni recursos, sólo tenía un Corán y un ordenador desconectado. A pesar de todo, pasó a disposición judicial acusado de violencia, desacato y rebelión. Para el abogado de oficio, el caso es resultado de un arrebato irracional, signo de una sociedad ansiosa y desestabilizada. Su defendido fue condenado a dos meses de prisión, que deberá cumplir porque tiene precedentes, aunque, según la evaluación psiquiátrica, padece un grave trastorno de personalidad.

La obsesión francesa por el islamismo está afectando también a exigencias prácticas de laicidad, inseparable del alma nacional y vivida pacíficamente desde la postguerra hasta finales del siglo pasado. Mucho cambió en tiempos de Chirac y de la legislación sobre signos religiosos en el espacio público. Desde entonces ha ido empeorando, especialmente a raíz de atentados. Ahora Macron promueve una ley más dura, para frenar lo que llama “separatismo”: comunidades que no aceptan plenamente los valores republicanos reconocidos en la Constitución; no sólo no se integran, sino que tratan de imponer sus principios a toda la sociedad.

Se ha agudizado así la polarización política de un concepto que, en sí, es de carácter religioso. Recuerda viejos sambenitos, maniqueos, chivos expiatorios, exacerbados cuando las cosas van mal. A mi juicio, el actual debate, con el lanzamiento de “estados generales de laicidad” –protagonizado por la ministra delegada de ciudadanía, Marlène Schiappa, más bien laicista-, es una maniobra de distracción por parte del equipo en el poder, que piensa en las presidenciales del año próximo: Emmanuel Macron necesita distanciarse a toda costa del “islamogauchisme”, y ser tan defensor de la “identidad francesa” como Marine Le Pen.

Así, el antiguo Frente Nacional (hoy RN: rassemblement sustituyó a front) ha reaccionado con cierta virulencia ante la presencia de una candidata “velada” a las próximas elecciones regionales en las listas del partido macroniano; el número dos de Le Pen colgó en Twitter la foto de los presentados en una circunscripción próxima a Montpellier –entre ellos, una mujer con velo-, y el delegado general de LRM se apresuró a manifestar en un tuit que llevar un signo religioso tan ostensible no se corresponde con los “valores” del partido; por si fuera poco, les amenazó con retirar el apoyo de LRM si no cambiaban la foto de campaña. Todo esto ha servido para destapar las diferencias ideológicas entre los diputados del partido gubernamental, no sólo en cuanto al fondo sobre laicidad, sino en la estrategia para frenar a Marine Le Pen.

Una crisis semejante se vive en Estrasburgo: el ayuntamiento socialista, que ayudó en su día a la construcción de un cementerio musulmán, aceptó en principio colaborar también en la construcción de la mezquita. Paradójicamente, ese apoyo es posible en Alsacia, porque sigue vigente el antiguo concordato con la Iglesia católica. Pero se complica aún más, porque la gran mezquita Eyyûb Sultan –con centros cultural y comercial-, está gestionada por la Confederación Islámica Milli Görüs, una organización de origen turco, que no firmó en su día la carta del islam de Francia elaborada por el Consejo musulmán francés.

El problema existe. Pero las soluciones oficiales pueden ser un remedio peor que la enfermedad, también por el riesgo de limitar la libertad religiosa de todos. Obviamente, por mucho que intenten explicarlo algunos imanes o profesores universitarios musulmanes, el islam no conoce la separación Iglesia-Estado y puede sentirse como una amenaza para una República constitucionalmente laica como la francesa. Pero si, para no caer en islamofobia, se regulan con carácter general disposiciones pensadas contra los radicales, potencialmente terroristas, se limita injustamente la libertad de las demás confesiones religiosas. Y el concepto de laicidad se aparta de la ley de 1905, hasta hace poco aceptada por todos.

 
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