La lefebvriana Fraternidad de san Pío X comienza una nueva etapa

Davide Pagliarani, Superior de los lefebvrianos.
Davide Pagliarani.

Según lo previsto en sus estatutos, la Fraternidad de san Pío X, fundada por Mons. Marcel Lefebvre, eligió nuevos superiores generales en el capítulo celebrado a comienzos de julio. Con este motivo, resurge el interrogante de su posible aproximación a Roma, de la que –desde su punto de vista- nunca se alejaron.

En diversos momentos, desde que se creó la comisión Ecclesia Dei, parecía que el diálogo iba a dar frutos. Desde luego, Benedicto XVI impulsó decididamente la solución, con decisiones de máximo relieve: respecto de los propios lefebvrianos, el levantamiento de la excomunión a los obispos ordenados sin mandato pontificio, y –en general- al establecer el valor perenne de la liturgia de san Pío V, actualizada por Pablo VI, como rito extraordinario.

El papa Benedicto XVI explicó con su habitual sencillez y precisión a Peter Seewald, en el libro-entrevista publicado en España en 2010 por Herder con el título La luz del mundo. El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos, que los obispos de la Fraternidad no habían sido excomulgados por cuestiones doctrinales –como oponerse a algunas enseñanzas del Concilio Vaticano II-, sino por haber recibido la ordenación episcopal sin mandato pontificio. Así lo establece el Código de Derecho Canónico como sanción penal para los ordenados y ordenantes, según se ha recordado recientemente a propósito de la iglesia patriótica de China.

Antes, y a consecuencia del barullo de opinión pública, Benedicto XVI sintió la necesidad de enviar una extensa carta a todos los obispos, fechada el 10 de marzo de 2009. Deseaba ayudarles a comprender la razón de la iniciativa: “Espero contribuir de este modo a la paz en la Iglesia”, reconocía.

No podía prever el papa que su decisión coincidiera con la difusión de unas declaraciones negacionistas del Holocausto por parte del obispo Williamson. "Una invitación a la reconciliación con un grupo eclesial implicado en un proceso de separación -afirmaba en su carta-, se transformó así en su contrario: un aparente volver atrás respecto a todos los pasos de reconciliación entre los cristianos y judíos que se han dado a partir del Concilio, pasos compartidos y promovidos desde el inicio como un objetivo de mi trabajo personal teológico. Que esta superposición de dos procesos contrapuestos haya sucedido y, durante un tiempo haya enturbiado la paz entre cristianos y judíos, así como también la paz dentro de la Iglesia, es algo que sólo puedo lamentar profundamente".

Benedicto XVI se excusaba también por la falta de una explicación adecuada de la decisión adoptada en enero de 2009: "La excomunión afecta a las personas, no a las instituciones. Una ordenación episcopal sin el mandato pontificio significa el peligro de un cisma, porque cuestiona la unidad del colegio episcopal con el Papa. Por esto, la Iglesia debe reaccionar con la sanción más dura, la excomunión, con el fin de llamar a las personas sancionadas de este modo al arrepentimiento y a la vuelta a la unidad. Por desgracia, veinte años después de la ordenación, este objetivo no se ha alcanzado todavía. La remisión de la excomunión tiende al mismo fin al que sirve la sanción: invitar una vez más a los cuatro Obispos al retorno."

El hoy pontífice emérito insistía en la necesidad de aclarar las cuestiones relativas a la doctrina. De ahí la conveniencia de asociar la Comisión Ecclesia Dei, instituida en 1988, a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Porque "los problemas que deben ser tratados ahora son de naturaleza esencialmente doctrinal, y se refieren sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar de los Papas". Y dejó claro el criterio de fondo: "No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive".

El nuevo superior general de la Fraternidad, Davide Pagliarani, no hizo ninguna referencia a las relaciones con Roma en sus primeras declaraciones públicas. Imagino que sigue vigente la postura de su predecesor, Bernard Fellay, reflejada en una extensa entrevista aparecida el 30 de junio en Die Tagespost. Sigue afirmando que Marcel Lefebvre no pretendía una separación de la Iglesia, sino protegerla del espíritu moderno reflejado en los frutos del Concilio Vaticano II. “Nunca dijimos que el Concilio hubiera hecho declaraciones heréticas rotundas. Pero sí eliminó la barrera protectora contra el error permitiendo que éste se difundiera. Los fieles necesitan protección. La lucha constante de la Iglesia militante consiste en defender la fe”. En definitiva, se mantiene –como origen del conflicto- la desconfianza hacia Roma, a pesar de las palabras afectuosas de Fellay hacia Benedicto XVI y Francisco. Hará falta un cambio radical para que pueda avanzar el trabajo de la comisión Ecclesia Dei, que tan bien conoce el actual prefecto de Doctrina de la Fe, Cardenal Ladaria.

 
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