La indiferencia occidental ante la opresión de los cristianos de Oriente

En la opinión pública prevalece, sin embargo, el rechazo de la exclusión, aunque se exija a los gobiernos el cumplimiento de las leyes sobre movimientos migratorios o sobre concesión del derecho de asilo. Pero nuestros vecinos parecen inquietos por el aumento de la islamofobia. No es fácil calibrar los datos: cuando los gobiernos crean observatorios para conocer el alcance exacto de fenómenos negativos, éstos tienden a crecer; pero no se acierta a dilucidar si aumenta el número de casos o el nivel de conocimiento.

La sensibilidad casi enfermiza de algunos gobernantes frente a la islamofobia contrasta con la indiferencia ante el sufrimiento, la violencia y la discriminación de los cristianos en tantos países de Oriente. Hace poco leía un artículo acerca de Siria, que abordaba el problema del avance de la Yihad dentro de las fuerzas de oposición al régimen de Bachar Al Assad: al fin, Londres y Washington habrían dado la razón a Rusia, porque la alternativa al poder no es una “primavera”, ni llevaría consigo un sistema democrático, sino la instauración de una República islámica.

Llama la atención la sordina de los medios de comunicación occidentales, salvo cuando suceden graves atentados contra iglesias o monasterios. Resulta llamativo el olvido de los dos obispos ortodoxos secuestrados hace meses, o del más reciente de las monjas de Mar Takla, en las afueras de un lugar mayoritariamente cristiano como Maalula.

Vincent Tiberj, un politólogo francés, investigador en la conocida escuela de Sciences Po de París, declaraba a Le Monde (14-12-2013) que “desde hace cinco años, sólo el 8% de las personas encuestadas defiende la desigualdad de las razas”. De hecho, “hoy, el antirracismo se ha convertido en regla democrática”. Francia, con el transcurso de los años, se muestra cada vez más tolerante y abierta a las diferencias, por la elevación de los niveles educativos, y por la llegada a la edad adulta de las nuevas generaciones socializadas en un clima más multicultural. Pero no habría desaparecido el rechazo a los extranjeros: se habría transformado, evolucionando hacia una fuerte crispación anti-islam. Curiosamente, esa actitud aparece sobre todo entre mujeres universitarias. No se sabe si refleja una antigua arabofobia o el miedo a la hegemonía del Islam.

Ese temor debería manifestarse más en la defensa de la libertad religiosa y de los derechos humanos en tantos países musulmanes, especialmente en aquellos que fueron hasta no hace mucho colonias o protectorados europeos.

La indiferencia contrasta con el esfuerzo desplegado por Benedicto XVI, quien convocó un Sínodo extraordinario, y viajó al Líbano en 2012 para firmar allí la Exhortación apostólica post-sinodal. Ahora, el papa Francisco sigue con enorme atención los problemas, como se comprobaba en la sesión organizada en noviembre por la Congregación vaticana para las iglesias orientales.

El pasado día 9, el Patriarca de Alejandría de los coptos católicos Ibrahim Isaac Sidrak, concelebró la Misa con el Papa en la capilla de la Domus Santa Marta. Una de sus preocupaciones es la creciente emigración de los cristianos de Oriente Medio, incluso en países no sometidos actualmente a conflictos sectarios. Son muchas las razones de ese problema: “Se busca una seguridad psicológica, y se huye no sólo de la violencia, sino también de otros males que marcan la convivencia, como la terrible corrupción que invade todo” (Agencia Fides, 13-12-2013).

Poco antes, Joseph Yacoub, profesor honorario de la Universidad católica de Lyón, se preguntaba en La Croix (22-11-2013): "¿Por qué Occidente es tan tibio con los cristianos de Oriente?" Al cabo, se trata de salvaguardar derechos humanos fundamentales, y la secularización de Occidente no explica todo ni mucho menos. Más bien se trata de una relativa mala conciencia por los errores cometidos en el pasado colonial. En cambio, se debería recordar que entre los promotores de la modernidad árabe, hay muchos cristianos que son y se sienten árabes: “tolerantes, plurilingües y polivalentes, han impulsado la civilización en sus países y han contribuido a la construcción de Estados nacionales”, sobre todo, en Egipto, Líbano, Siria, Palestina e Irak: “Están a menudo en el origen de la difusión de valores, apreciados en Occidente, como la secularización del pensamiento, la laicidad, la libertad religiosa, la ciudadanía y la igualdad”.

En definitiva, a juicio del profesor Yacoub, la presencia de los cristianos en esa región del mundo es importante por varios títulos. “Occidente debe defenderla, para salvaguardar la pluralidad y las libertades, y también por su propio papel en ese mundo. No olvidemos que cristianos y musulmanes viven juntos desde hace 1300 años, y la gente de buena voluntad no deja de llamar continuamente, cueste lo que cueste, al diálogo y la paz civil”.

 

 


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