El gran bien de la familia está por encima de patologías

Obviamente, la familia es un bien humano, no sólo cristiano, ni mucho menos patrimonio de partidos políticos conservadores. Lo recordaba hace poco Pierre-Louis Rémy, Delegado Interministerial de la Familia en el gobierno francés de 1998 a 2000: “La izquierda no debe abandonar a la derecha los valores familiares”. Rémy desempeñó ese puesto a las órdenes inmediatas de Martine Aubry, dentro de un gobierno presidido por Alain Jospin.

            Al cabo, encuesta tras encuesta, la familia sigue siendo el valor número uno para los ciudadanos: es el gran espacio de la solidaridad y el lugar donde el niño adquiere sus puntos vitales de referencia. Así lo reconocen muchos documentos básicos, como la Convención internacional de los derechos del niño.

            Por lo demás, no parece que la derecha vaya a promover en Francia desde la oposición lo que no hizo desde el gobierno: a sensu contrario, puede aplicarse en España, a pesar de viejas propagandas sobre “planes integrales” nunca cumplidos. En definitiva, a Pierre-Louis Rémy no le resulta muy lógico poner en primer plano la procreación asistida a favor de madres homosexuales, cuando se descuida el apoyo a las tres cuartas partes de menores franceses que viven con ambos padres.

            Ese artículo me recordó viejos planteamientos de la socialdemocracia alemana y del laborismo británico. Eran tiempos de Gerhard Schroeder y Tony Blair, y el propio Lionel Jospin les hacía bastante eco (nada que ver con la ligereza en esta materia del actual presidente François Hollande). Al contrario, en el Reino Unido, el partido conservador de David Cameron ha protagonizado errores importantes contra el futuro de la familia.

            No parece haber conclusiones del consistorio de cardenales. De momento, las palabras introductorias del papa van más allá de terapias reparadoras para casos límites. Por supuesto, hay que estudiar todo, pero lo primero es lo primero. Y el gran objetivo actual sería proteger y fomentar las relaciones familiares, frente al menosprecio que sufre la institución familiar,

            Francisco destacó la belleza del matrimonio y de la familia, célula básica de la sociedad humana: “El Creador ha bendecido desde el principio al hombre y a la mujer para que fueran fecundos y se multiplicaran sobre la tierra; así, la familia representa en el mundo como un reflejo de Dios, Uno y Trino”. En la reflexión que espera de los cardenales en el consistorio, deberá no olvidarse esta “realidad humana, tan sencilla y a la vez tan rica, llena de alegrías y esperanzas, de fatigas y sufrimientos, como toda la vida. Trataremos de profundizar en la teología de la familia, y en la pastoral que debemos emprender en las condiciones actuales. Hagámoslo con profundidad y sin caer en la casuística, porque esto haría reducir inevitablemente el nivel de nuestro trabajo”.

            El esquema contrasta con tantas noticias de las últimas semanas que no se centran sobre la familia, sino sobre sus patologías, a menudo en torno a casos fronterizos. Justamente, el papa anima a salir de menosprecios y maltratos, para “reconocer lo bello, auténtico y bueno que es formar una familia, ser familia hoy; lo indispensable que es esto para la vida del mundo, para el futuro de la humanidad”. La pastoral debería realzar “el plan luminoso de Dios sobre la familia”, para ayudar a los cónyuges “a vivirlo con alegría en su vida, acompañándoles en sus muchas dificultades, con una pastoral inteligente, valiente y llena de amor”.

            En esta línea se inscribe la entrevista que hace Il Foglio al profesor Juan José Pérez Soba, ordinario de teología pastoral del matrimonio y de la familia en el Instituto Pontificio Juan Pablo II de la Università Lateranense.

            Ante las respuestas que llegan de las Conferencias Episcopales de Europa al cuestionario enviado el pasado noviembre como preparación del Sínodo de octubre próximo, Juan José Pérez Soba recuerda la incidencia de la evolución cultural en estas materias. Advierte tres posibles etapas: la primera es el Concilio Vaticano II, que contempla la familia como gran realidad del presente. Pero, inmediatamente después del Concilio, se produce la revolución sexual de los sesenta. En ese contexto la segunda etapa es Familiaris Consortio, con un neto objetivo de evangelización, pero insuficientemente escuchada. De hecho, la jerarquía católica, salvo en algunos países, carece de auténtica pastoral familiar. La tercera etapa es la Caritas in veritate de Benedicto XVI.

 

            El gran cambio cultural tras el documento de Juan Pablo II fue la llegada de la ideología de género al plano de la política. Caritas in veritate afirma que el amor es realmente la gran solución social. La familia vuelve a ser presentada como el modelo fundamental de la realidad. Los problemas actuales no derivan de las leyes, sino de personas incapaces de hacer del amor el fundamento de la vida. Este problema sólo se resuelve con el Evangelio. Así deberá ser en el próximo sínodo, que volverá a proponer la centralidad de la familia.

            Pérez Soba recuerda las palabras de Benedicto XVI al concluir el Sínodo sobre la nueva evangelización de 2012: Donde hay familia hay fe. Donde no hay familia, tampoco la fe está presente. Así lo muestran los estudios sociológicos de Mary Eberstadt. La familia como vínculo de madre, padre e hijos es el máximo valor de nuestra sociedad.


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