Se escribe de nuevo sobre acuerdos del Vaticano con el gobierno de China

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No es una serpiente de verano. Ante el antiguo deseo de resolver los problemas pendientes, derivados de la revolución comunista, el tema surge periódicamente.

Nada han dicho los boletines oficiales de la Santa Sede estos últimos tiempos, pero me llama la atención la reiteración de artículos firmados por Sergio Centofanti y P. Bernd Hagenkord, SJ, en Vatican.News: los dos últimos, el 17 y 13 de julio, sobre la sucesión apostólica y legitimidad de los obispos, con su reconocimiento civil, denotan un esfuerzo comunicativo a favor del diálogo, sobre todo, intraeclesial.

Esos breves comentarios reflejan brevemente y con seriedad la amplitud del problema, y cómo las dificultades para resolverlo proceden tanto de la actitud gubernamental –mezcla de tolerancia y represión-, como de los recelos de una parte de los fieles de la llamada Iglesia clandestina, como opuesta a la patriótica, integrada en la estructura estatal. Las noticias de persecuciones, que incluyen destrucción de templos y obstáculos diversos a la práctica religiosa, con compatibles con las relativas a una inusitada vitalidad de los creyentes: número anual de bautismos; peregrinaciones masivas en mayo al santuario de Sheshan, a unas decenas de kilómetros de Shanghái; procesiones eucarísticas por calles y plazas en la fiesta del Corpus Christi.

Desde hace años se sabe que obispos de la iglesia oficial, ordenados sin mandato de la Santa Sede, creen en la unidad y catolicidad de la Iglesia, y rezan por el papa en la celebración de la misa, de acuerdo con los libros litúrgicos. En rigor, según el Código de Derecho Canónico, están excomulgados, pero esa dura sanción no se les aplica cuando, después de la ordenación, reconocen expresamente el primado de Pedro y la autoridad del papa.

Como señalaron algunos apologistas en la Iglesia naciente, frente a las persecuciones imperiales, los cristianos son auténticos ciudadanos: cumplen sus deberes –excepto la adoración al César- y no dejan de rezar por las autoridades... Su fe lleva a la paz y a la concordia, no a la confrontación, tampoco contra quienes oprimen sus conciencias. Menos aún entre los distintos fieles de China que, como señalaba hace tiempo el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, no forman “dos iglesias diferentes”, sino “dos comunidades deseosas las dos de vivir en plena comunión con el Sucesor de Pedro”. En el caso de sus pastores, coexisten obispos ilegítimos –ordenados sin mandato de Roma- y obispos clandestinos, sin recepción civil.

En la Iglesia católica existe un sistema de elección y nombramiento de obispos propio de los patriarcados orientales en comunión con Roma: el papa confirma la misión canónica en términos de reconocimiento. Subsisten también en determinadas regiones derechos consuetudinarios, y no faltan regímenes concordatarios, a pesar de la mente contraria del Concilio Vaticano II. Como se recordará, el rey Juan Carlos tomó la feliz iniciativa de renunciar al derecho de presentación regulado en el concordato español de 1953.

Si hay un mínimo de voluntad política por parte de Pekín, se podrían acordar soluciones compartidas, como explicaba hace un par de años el cardenal John Tong Hon, arzobispo de Hong Kong, en cierto contraste con su predecesor, el cardenal Joseph Zen Ze-chun, de más de ochenta años. Las intervenciones locales precedentes serían compatibles con el respeto del principio de que el Papa debe seguir siendo “la última y más alta autoridad en la designación”.

Más difícil aparece la necesidad de que el régimen reconozca oficialmente la dignidad episcopal y la autoridad de los prelados ahora clandestinos. A la vez, éstos deberán aceptar ese posible acuerdo que les oficialice, en contra de la opinión de clérigos y laicos que nunca se integrarán en la asociación patriótica, por razones de conciencia. Y no se puede olvidar, en fin, la cuestión diplomática derivada de que la actual Nunciatura está en Taipéi.

Pero, efectivamente, como subrayan Sergio Centofanti y P. Bernd Hagenkord, SJ, el proceso de legitimación de los obispos ordenados sin el mandato del Papa no es un frío acto burocrático –aunque recorra un proceso canónico bien perfilado-, sino un proceso de discernimiento genuino y profundamente eclesial, porque la unidad con el obispo de Roma es garantía de la comunión de las iglesias locales. A la vez, Pekín debe facilitar los nuevos nombramientos, para que todas las diócesis tengan “un Pastor admitido y reconocido por la Iglesia y por el Estado”. Se impone seguir confiando, según el criterio clásico de san Pablo: in spem contra spem.

 
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