Los cristianos en la encrucijada de la primavera árabe

El prelado describe la atmósfera de solidaridad que ha descubierto y se atreve a lanzar la sugerencia de escribir un libro sobre la profunda amistad entre estas personas, musulmanas y cristianas, que han vivido la guerra juntas. Al parecer, el hospital edita un periódico sencillo, en inglés y árabe, y sus artículos reflejan el deseo común la esperanza y de la reconciliación.

Por otra parte, también en Trípoli se detecta un mejoramiento de la situación. Regresan los expatriados, así como los miembros de las colonias extranjeras que habían abandonado Libia a causa de la guerra civil. Poco a poco se ponen en marcha los servicios públicos, incluido el correo.

Pero, como escribía un editorial de Le Monde el 19 de febrero, "de la misma manera que no se podía esperar que la Rumanía de Ceausescu se transformase en un paraíso helvético sobre el mar Negro de un día para otro, no se puede esperar que Libia se transforme tan pronto en un modelo de democracia y de respeto de los derechos humanos".

Algo semejante se produce en Egipto, donde al Ejército le cuesta abandonar el poder, hasta el punto de que, con expresión que resulta familiar en España, se ha hablado de que los "dos Egiptos" se enfrentaban en la plaza Tahrir en el primer aniversario de la revolución: el pasado 27 de enero se producían peleas entre los manifestantes laicos y los seguidores de los Hermanos Musulmanes durante la conmemoración de las acciones que produjeron el derrocamiento del presidente Hosni Mubarak.

La realidad es que hoy tienen mayoría en la Cámara de los Diputados los partidos confesionales (los Hermanos Musulmanes y los salafistas), y han quedado en minoría los intelectuales y los grupos políticos que propugnan la laicidad del Estado, el respeto de los derechos humanos y el alejamiento de lo militar en la vida pública. A esa minoría pertenece buena parte de los cristianos, y también algunos musulmanes que no quieren el control religioso de la sociedad. Hoy por hoy, intentan evitar el relativo "chantaje" de la Junta militar, que les protegería a cambio de apoyo para retrasar las ineludibles reformas. Desde luego, no es cuestión de insistir en la necesidad de protección que tienen las iglesias y las personas coptas frente a la violencia islamista.

Y la situación es más grave en Siria, a pesar de los mensajes tranquilizadores que envían los franciscanos que trabajan en el Centro Ecuménico de Tabbale (Damasco). El Rector del Santuario dedicado a la conversión de San Pablo en la capital siria afirma a Fides: "En este momento de miedo e incertidumbre, nuestra misión como franciscanos es la de consolar al pueblo y proclamar la paz".

Desde su tarea en la primera línea, piensan que con frecuencia se difunden informaciones que no son ciertas. Existen demasiados riesgos, también por deficiente conocimiento de la lengua, de instrumentalización por los diversos bandos. Lógicamente, la minoría cristiana, como en otros países de la región, no cesa en sus actividades sociales y pastorales, así como en su plegaria por la paz y la reconciliación. Y también, en Damasco, Alepo y Lattakiah y en el valle del Oronte, "los dispensarios médicos de los monasterios franciscanos se han convertido en lugares de refugio y amparo para todas las personas necesitadas, sin diferencias entre grupos étnicos o religiones".

Pero lo cierto es que buena parte de los cristianos viven en Homs, y ahí sufren a la vez la represión del ejército de Bachar El Assad y la violencia de los fanáticos islamistas del ala más radical "takfirista". Muchos intentan huir, a pesar del control militar y de las inclemencias del tiempo. Se rompe así la tradición de Siria, el país con menos emigración del mundo árabe, también por la laicidad y tolerancia religiosa de un régimen ya insostenible para todos.

Como se recordó en el Sínodo especial celebrado en Roma en octubre de 2010, los cristianos forman parte de la historia de Oriente desde hace más de dos mil años, y nada ni nadie puede desarraigarlos de su propia tierra. Sólo resta confiar que los protagonistas de las primaveras árabes mantengan sus promesas de respetar a las minorías.

 
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