Recuperar el latín para la cultura y la religión

Durante muchísimo tiempo, el latín fue signo de universalidad. Facilitaba el entendimiento de gobernantes, científicos o creyentes de países muy distintos. Daba, además, un tono de profundidad y dignidad al lenguaje eclesiástico, como afirmaba el Papa Juan, en quien nadie piensa como elitista. En ese documento de hace poco más de cincuenta años, afirmaba que a la catolicidad de la Iglesia le confería especial dignidad el uso de una lengua "no vulgar", sino llena de majestad y nobleza.

No planteaba entonces el problema de la participación de los fieles en la liturgia. Pero deseaba que no se perdiera en los centros de estudios eclesiásticos. En concreto, que las materias más importantes de sus planes siguieran impartiéndose en latín y los alumnos manejaran manuales escritos en esa lengua. Al cabo, en latín se habían expresado históricamente las grandes cuestiones, con una precisión terminológica imperecedera: algo no baladí, sino esencial para no perder la integridad de la propia fe, acosada en ocasiones por una "inane locuacidad". No desconocía Juan XXIII las dificultades, pero animaba vivamente a superarlas con buen ánimo y constancia.

Después, poco a poco, se impusieron las lenguas vernáculas, aunque la Constitución Sacrosanctum Concilium, promulgada por Pablo VI en 1963, comenzaba afirmando que "se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular" (36 § 1). Pero añadía en el párrafo siguiente, y es lo que ha prevalecido: "Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le podrá dar mayor cabida, ante todo, en las lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos".

Más consciente es hoy Benedicto XVI de los problemas en un mundo multicultural, en el que se valora más la diversidad lingüística que la universalidad construida mediante una lengua común. Pero, justamente "en el contexto de una decadencia generalizada de los estudios humanistas", acaba de crear una Academia Pontificia de la latinidad, mediante un motu proprio del 11 de noviembre. L'Osservatore Romano publicó el extracto de una reciente intervención de su presidente, Ivano Dionigi, en la que se planteaba cómo ayudar a hacer útil y hasta necesaria una lengua muerta, casi eliminada de la cultura en las últimas décadas, mirando a la vez hacia el pasado y hacia el futuro. Evocaba con cierto sentido del humor cómo, tras la ciencia, la escuela y la Iglesia abandonaron en los años sesenta del siglo XX el "monoteísmo" latino.

Ya en serio, se refería a un problema de nuestro tiempo: el empobrecimiento del lenguaje. "En el periodo del máximum de la comunicación experimentamos el mínimum de la comprensión". Y añadía: "frente a la sincronía imperante y la dictadura del presente, la lengua latina nos puede ayudar a recuperar un valor primordial y constitutivo del ser humano: el valor del tiempo".

Estos días se ha comentado que, en su discutida película La Pasión, Mel Gibson no quería subtitular los diálogos en latín. Se tuvo que dar por vencido, porque casi nadie conoce ya en Occidente la lengua de Virgilio. Aunque no han faltado iniciativas, como la del famoso cardenal Bacci, que compiló el Lexicon recentis Latinitatis, con todo tipo de neologismos, como scansoria cella para nombrar los ascensores, o las tres "t" en vez de "w" en la tela totius terrae. El gran latinista Carlo Egger fundó la revista Latinitas, donde publicaba una columna festiva sobre temas de actualidad. Probablemente inspiró el programa semanal de la radio pública finlandesa, Nuntii Latini, disponible en el sitio http://www.yle.fi/radio1/tiede/nuntii_latini/, donde se podía leer el pasado miércoles el ignistitio entre Israel y Hamas. Y la reciente columna semanal de Hortensius en Avvenire.

¿Cómo no recordar el Manifiesto de apoyo a las Humanidades firmado en 2005 por 2637 escritores, profesores y académicos? Se dio a conocer el 14 de abril, y lo rubricaban gente tan diversa como Mario Vargas Llosa, Antonio Muñoz Molina, Luis Goytisolo o José Luis Sampedro. Entre otras propuestas, afirmaban que "el estudio de las lenguas clásicas, el Latín y el Griego, y de la cultura que de ellas surgió y que ha contribuido a conformar en buena medida lo que hoy entendemos por civilización occidental, debe garantizarse y propiciarse". Entre otras razones, porque "el conocimiento de las lenguas y de la cultura clásica favorece, además, el dominio de la propia lengua y la comunicación entre los ciudadanos de la Unión Europea, al tiempo que facilita la comprensión de la terminología científica y técnica de cualquier ámbito del saber".

Benedicto XVI señala hoy la necesidad de latín para manejar las fuentes. "Además, en esa lengua están redactadas, en su forma típica, para evidenciar el carácter universal de la Iglesia, los libros litúrgicos del Rito romano, los documentos más importantes del Magisterio pontificio y las actas oficiales más solemnes de los pontífices romanos".

Poco se puede añadir, salvo afirmar cierta esperanza que no es fruto sólo de una afición personal, aunque poco confía en los tecnócratas del sistema educativo, incluidos los españoles.

 

bernal@aceprensa.com

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