Reacciones laicistas ante el nuevo cementerio musulmán de Estrasburgo

Pero en Occidente crece también el inquietante fenómeno del fundamentalismo laicista, incapaz de reconocer en la vida social el pluralismo de las creencias religiosas. Conozco bien el problema, pero, en la práctica, me olvido: como si a mi vieja mentalidad amante de las libertades le costara entenderlo, especialmente cuando la intolerancia procede de universitarios. Y me acaban sorprendiendo reacciones, por desgracia, demasiado típicas.

Así sucede con el artículo de varios profesores de Estrasburgo y Metz, publicado en lemonde.fr del 17 de febrero. Reaccionan expresamente contra las razones que el senador socialista y alcalde de Estrasburgo, Roland Ries, expresó en el vespertino de París siete días antes: justificaba la decisión de financiar la construcción de un cementerio musulmán en la capital de Alsacia.

Ries se manifestaba partidario de la concordia y pacífica convivencia de las diversas religiones, en este caso, favorecidas por la vigencia de un concordato firmado nada menos que por Napoleón en 1801. Los autores del artículo se declaran contrarios a ese convenio, basados en su "concepción laica y republicana de Francia", que no debería tener en cuenta para nada las convicciones religiosas –o el agnosticismo, o el ateísmo‑ de cada ciudadano.

Ciertamente, en los tiempos que corren, no deja de sorprender que el Estado francés financie, en tierras alsacianas, facultades de teología (católica y protestante), y pague a los ministros de los cultos reconocidos. Pero no se sostiene comparar los 1400 ministros con las supuestas 65.000 plazas docentes eliminadas desde 2007. Ni definir la religión como algo meramente privado. En su opinión, "el dinero público debe financiar los servicios públicos que constituyen nuestro bien común (escuelas, hospitales, jardines de infancia, servicios sociales, etc.), y no cultos que reflejan conductas privadas".

Herederos de la Ilustración y la Revolución de 1789, "afirmamos que la laicidad es el cimiento de cualquier proyecto de emancipación ciudadana". Por si acaso, se ponen la venda antes que la herida, frente a los que critican con justicia las guerras de religión montadas en nombre de la neutralidad: no presentan la laicidad como "guerra a las religiones, sino que, por el contrario, pone fin a los conflictos religiosos y a las apuestas comunitarias. En términos de plena racionalidad, no se puede sostener simultáneamente la ley de 1905 y la excepción concordataria".

En el fondo, no acaban de aceptar la presencia de la religión en Francia. Al proverbial prestigio cultural y social del episcopado católico, de tantos pastores protestantes y rabinos, se une ahora el hecho de que el mahometismo se ha convertido en la segunda religión del país, después del catolicismo.

Se sabe que, para la construcción de mezquitas, llega dinero de Repúblicas islámicas. Pero hasta ahora no existían cementerios. Sólo, a partir de 1925 los alcaldes tenían la posibilidad –no la obligación‑ de reunir a los muertos de una misma religión dentro de cementerios interconfesionales. Hasta ahora los musulmanes solían llevar a enterrar a sus muertos a los países de origen. Pero cada vez son más las familias arraigadas en Francia que desean disponer de cementerios de acuerdo con sus creencias religiosas.

Para atender ese problema, el alcalde de Estrasburgo decidió aplicar el concordato de 1801 –gran excepción a la ley de separación de Iglesia y Estado de 1905‑, para invertir 800.000 euros en un nuevo camposanto confesional. Consideró justo extender las disposiciones concordatarias a religiones no reconocidas en la época en que se firmó.

"Este cementerio responde a una demanda urgente y legítima de los musulmanes, que muestra el enraizamiento de los emigrantes. Pertenecen a suelo francés: enterrarse aquí es un signo de integración", afirmó Erkin Acikel, presidente del consejo regional del culto musulmán. Por su parte, Roland Ries, estima que "se trata de dar a las diferentes religiones una igualdad de derechos y deberes". Y tituló el artículo ahora criticado por los laicistas, del 11 de febrero, de un modo expresivo: "Por qué soy alsaciano, laico y favorable al Concordato". Considera que su ciudad ha aprendido a vivir en paz, según la definición de Víctor Hugo: "La guerra, es la guerra de los hombres; la paz, es la guerra de las ideas". Este es a su juicio el objetivo constitucional de la separación entre Iglesia y Estado: "garantizar la paz social, reconociendo la diversidad de creencias, la libertad de cultos o la opción de no creer".

 
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