Meditación navideña para el Año Nuevo: las grandes tradiciones merecen al menos respeto

Escribo estas líneas cuando comienza el año, tras el núcleo de la Navidad: un tiempo lleno de sugerencias de todo tipo para la propia vida y la de la sociedad. Algunas valdría la pena, no sólo vivirlas estos días, sino grabarlas casi a fuego como criterio práctico en los tiempos que corren. Resumo aquí consideraciones que he ido apuntando según me venían a la cabeza estos días pasados.

No sé qué está más incorporado a la vida española: si la visita a los cementerios en noviembre, o la cena familiar en la Nochebuena, como recuerdo del nacimiento de Jesús en un establo de Belén de Judea. San Lucas no precisa la fecha en su evangelio, aunque aporta datos suficientes para estimarla. No sé, en cambio, cuándo comenzó a incorporarse a la tradición litúrgica de la Iglesia, con la no menos popular “misa del gallo”: tal vez, como dicen ahora quienes se oponen, para rebasar las bacanales propias del solsticio de invierno.

Según diversas fuentes, se celebró por primera vez en Roma el año 350, poco tiempo después de alcanzar la libertad gracias al edicto de Milán del emperador Constantino. Mi información no es tan precisa como la relativa a la conmemoración de los fieles difuntos, instituida en 998 por Odilón, cuarto abad del famosísimo monasterio de Cluny.

Por cierto, estos días he visto muchas referencias, en diarios no españoles que reviso habitualmente, a la fiesta hebrea de la “hanukkah” (en algunos aspectos, esta fiesta de las luces recuerda también algunas costumbres cristianas no españolas). Ha coincidido este año con la Navidad y, aunque no esté en el Antiguo Testamento, no dejo de plantearme la posibilidad de que tuviera alguna influencia en el establecimiento pontificio de la fiesta del 25 en Roma, ya en el siglo IV.

También he sentido cierto pesar al ver que se politiza algo tan entrañable y profundamente religioso y humano. En cierto modo, y aunque no tengo nada contra los políticos, refleja otro aspecto más del alejamiento de los líderes de los deseos reales de la población. Toman decisiones grotescas cuanto alcanzan una cuota de poder, entrando a saco en cuestiones pacíficas. Y no es específico de izquierdas rabiosamente anticlericales. Basta pensar si el gobierno de Rajoy tuvo razones –o ignoradas fijaciones- para llevar la voracidad fiscal hasta algo tan festivo y solidario como la lotería de Navidad...

En realidad, el gran enemigo es la comercialización. He mencionado los difuntos, poco rentables excepto para floristerías. Quizá por eso, se va imponiendo la celebración de Halloween, que viene de allende los mares, aunque no deja de tener raíces cristianas, en cuanto descripción del inglés arcaico de Todos los Santos... Cuando llega diciembre, las calles importantes de las grandes ciudades se llenan de luces, no precisamente por el Adviento, sino para fomentar las compras en las fiestas: los motivos ornamentales son más lúdicos que propiamente navideños.

Sólo los radicales del fundamentalismo laicista quieren erradicar los belenes de los espacios públicos. Están en su derecho. Pero resulta pintoresco escuchar a un pedagogo que no se pueden herir los sentimientos de los musulmanes, como si éstos no considerasen a Jesús un profeta. De hecho, hace apenas cinco años, Iraq declaraba fiesta civil el 25 de diciembre.

He visto la reseña de un libro del filósofo italiano Stefano Zecchi, titulado Paradiso Occidente. En su comentario, mi viejo amigo milanés Cesare Cavalleri cita una frase que sintetiza magistralmente el mapa de la “filosofia del tramonto”. Traduzco con libertad: “la decadencia es la separación de la tradición; esta separación se experimenta como pérdida en el desierto nihilista; el nihilismo se manifiesta como un gran criterio cultural, como la destrucción de los valores tradicionales de nuestra secular cultura humanista; el dominio de la ideología cientifista del progreso encuentra su forma de poder en la técnica; la homologación nihilista es la premisa para interpretar de modo negativo lo que hoy llamamos globalización".

Y lleva a demasiadas contradicciones, como las señaladas por un periodista francés al referirse a la batalla legal contra las páginas web pro-vida, que pueden ser sancionadas o prohibidas por cometer delito de obstaculizar (“entraves”) el aborto. Antes de pronunciarse positivamente por una ¡Noël sans entraves!, señala con ironía que a dos clics de ratón la Red lleva a un niño o a su padre a sitios porno inconfesables; su hermana pequeña encontrará sitios de asesoramiento favorables al suicidio o la anorexia; a esa distancia, vídeos yihadistas, con cantos que incitan a la decapitación y el asesinato en masa; o las instrucciones para fabricar una bomba o un cóctel molotov. Y tantos más.

 

El milagro de la Navidad es la radical y solidaria sencillez de sus protagonistas. En cierta medida se comprende el rechazo que provoca en sectores de la cultura nihilista demasiado engreídos. Pero también a ellos acaba llegando un mensaje de paz y alegría que debería prolongarse a lo largo de todo el año.


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