Familia y tercer sector ante la crisis económica y social

En plena Eurocopa de fútbol, se produce en Francia un recrudecimiento de la acción social y sindical contra las reformas laborales que el gobierno ha planteado al parlamento. Están alcanzando unas cotas de violencia impropias de un país civilizado casi racionalista. Contrasta con la capacidad española de sobrellevar la crisis sin apenas sobresaltos de orden público: la magnitud del desempleo bien podía haber originado una auténtica rebelión social. No ha sido así hasta ahora, y no se prevén cambios, sobre todo, si uno pasea un fin de semana al final de la primavera por lugares de una ciudad como Madrid, y se asombra de la altísima ocupación de las terrazas de bares y restaurantes.


Se ha repetido con razón que esa relativa paz social se debe al vigor de la familia, a pesar del maltrato recibido en el ordenamiento jurídico: ha cerrado filas en favor de los más débiles de cada hogar. A esa positiva realidad se suma también el evidente esfuerzo de la sociedad civil a través de tantas entidades y ONG. Lo pensé al leer hace unos días en La Vanguardia una breve noticia titulada “Un millón y medio de personas atendidas por entidades sociales en Catalunya. El Tercer Sector mueve más de 3.000 millones de euros al año”.


Muchas veces he lamentado la diferencia de España con otros países desarrollados desde el punto de vista de la iniciativa civil. Ojalá ese tipo de datos confirme un efecto positivo -no deseado- de la crisis: el despertar de los propios ciudadanos, después de siglos de fiarlo casi todo a la Iglesia y al Estado. Nada tengo obviamente contra la Jerarquía eclesiástica, ni contra esa metáfora de los gobernantes, según repetía un antiguo maestro en la Facultad de Derecho de Madrid. Pero nadie da lo que no tiene, ni quizá tampoco debe...


El renacimiento de la sociedad civil podría paralizarse si fuesen adelante tantas promesas como se escuchan estos días en la boca de los líderes políticos. Habrá que confiar, con el viejo profesor Enrique Tierno, en que no cumplan sus programas, como ha venido sucediendo hasta ahora.


Vuelvo a Cataluña y al volumen de actividades y servicios colmados por el tercer sector de la vida social y económica: las entidades sociales atendieron a más de un millón y medio de personas en 2015, un 2,5% más que en 2014, según el Barómetro presentado el 13 de junio. Este incremento se suma al registrado en 2014 respecto a 2013, que fue del 3,4%. Los colectivos más beneficiados son infancia y juventud, personas con alguna discapacidad, tercera edad y ciudadanos bajo el umbral de la pobreza. Y resulta inevitable recordar a Schumacher, cuando se lee que el 40% de las organizaciones tienen una dimensión pequeña, con presupuestos inferiores a los 50.000 euros anuales. Ciertamente, lo pequeño es hermoso, y también eficiente, compatible con la indispensable profesionalización en una sociedad compleja.

 


El contrapunto proviene de la falta de seriedad de la Generalitat, que no cumple sus compromisos, como probablemente sucede en otras comunidades autónomas y en el propio gobierno central. Respecto de Cataluña, escribe La Vanguardia: “La mitad de las entidades todavía está pendiente de cobrar subvenciones y convenios de 2014 o anteriores, aunque en 2015 disminuyó el número de organizaciones con pérdidas, el 18,7% en comparación con el 32% del 2014. Por el contrario un 66,5% cerraron con superávit, diez puntos más que en el ejercicio anterior, lo que confirma que su situación económica está mejorando”.


En síntesis apretada y alentadora, el Barómetro destaca que el Tercer Sector se consolida, mediante sus 560.000 socios, 564.000 donantes, 350.000 voluntarios y 85.000 trabajadores.


Por mucho que algunos Estados intenten el control –pienso en Rusia y en repúblicas islamistas-, las auténticas ONG no serán nunca instrumento inerte de las políticas oficiales, aunque reciban, con justicia, ayudas, subvenciones o exenciones fiscales. Tampoco en el plano internacional, como se comprobó a finales de mayo en la cumbre humanitaria mundial patrocinada por la ONU en Estambul. Los ciudadanos tienen más confianza en esas instituciones que en los gobernantes de turno, de modo particular en el ámbito de la cooperación internacional, lastrada por la excesiva corrupción en países del Tercer Mundo. Y, de acuerdo con el principio de subsidiaridad subrayado por la doctrina social católica, se han ganado merecidamente su propio espacio en la estructura democrática de una sociedad avanzada.

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