Existe de veras un “efecto Francisco”

La novedad es que quizá ahora hay más posibilidades de medir y contar lo que sucede. En la práctica, el "efecto Francisco" se ha sentido seriamente en Italia, con el incremento de fieles en los confesonarios durante la semana santa y la Pascua. Lo contó con cierto detalle Andrea Tornelli, en La Stampa del 8 de abril. Contraponía las valoraciones intelectuales favorables o críticas hacia el nuevo Papa con la innegable onda de simpatía de los fieles hacia Francisco.

Esa proximidad no se reducía a aspectos simplemente mediáticos: se reflejaba en el número de personas que se habían acercado al sacramento de la confesión, animadas por las palabras del Papa sobre la misericordia divina. Para muchos había sido definitiva su referencia a que Dios no se cansa de perdonar; son los hombres quienes se cansan de pedirle perdón. Lo testimoniaban expresamente párrocos y sacerdotes de diversos lugares de Italia, no sólo de Roma.

Unos días después lo confirmaba Massimo Introvigne, desde su perspectiva de sociólogo. De hecho, puso en marcha en el centro de estudios sobre nuevas religiones que dirige en Turín una investigación para valorar estadísticamente las impresiones que recibían. Reconoce que no ha sido fácil, porque el universo de sacerdotes y religiosos no manifiesta siempre entusiasmo por responder a los sociólogos.

Utilizó la técnica de encuesta en cascada, que permite pasar de un grupo cualificado de personas entrevistadas a otras, utilizando sus contactos. Se sirvió de un software que permite recoger respuestas a cuestionarios a partir de redes sociales como Facebook y Twitter: se dirigió a sus "amigos" y a diversos grupos de áreas cualificadas, como ex alumnos de seminarios, lectores de Nuova Bussola Quotidiana y Avvenire, oyentes de Radio María, y personas interesadas en la información sobre asociaciones y movimientos católicos.

Aquí se puede leer el artículo en que Introvigne refleja los resultados de esa investigación. Se confirman, con porcentajes precisos, las impresiones que se habían recibido verbalmente de fuentes diversas. Y concluye afirmando que "naturalmente, el efecto Francisco es también un efecto Ratzinger: muchos afirman espontáneamente que se conmovieron y reaccionaron con la renuncia de Benedicto XVI. Y el efecto tendrá que someterse a la prueba del tiempo. Podría tratarse de lo que los sociólogos llaman efervescencia religiosa, que no es siempre de larga duración. Sin embargo, podemos afirmar ahora que no se trata de impresiones y anécdotas, sino de números reales".

Hace unos días releí un texto pontificio que anima a volver "a lo esencial del anuncio: la Buena Nueva de un Dios que es real y concreto, un Dios que se interesa por nosotros, un Dios-Amor que se hace cercano a nosotros en Jesucristo hasta la Cruz y que en la Resurrección nos da la esperanza y nos abre a una vida que no tiene fin, la vida eterna, la vida verdadera". Estas palabras no son de Francisco, sino de Benedicto XVI, en la audiencia general del 28-XI-2012. Es difícil imaginar más continuidad. Se trata, sin duda, de algo inserto en el núcleo del Concilio Vaticano II.

No hace falta estar de acuerdo con la forma de radicalidad cristiana que ofrece Georges Weigel ‑conocido por su biografía de Juan Pablo II‑, sobre La Iglesia del futuro, según la recensión de Rafael Serrano en Aceprensa, 17-4-2013. Pero, como no podía ser menos, el primer rasgo del catolicismo evangélico, que propone como respuesta fuerte a la postmodernidad débil: la amistad con el Señor Jesucristo.

De ahí surge la responsabilidad personal ante la evangelización, a la que los fieles están llamados por el bautismo, como recordó también recientemente el Papa Francisco. Sin necesidad de un mandato especial, ni de reformas canónicas, el creyente puede y debe, de acuerdo con san Pedro, dar razón de su esperanza, fundada en la fe en Cristo y transmitida con una caridad llena de mansedumbre y respeto.

 
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