Bautismos frente a escándalos farisaicos en tiempo pascual
No quiero seguir echando leña al fuego contra cierta información que, como no se corrija, será la puntilla de periódicos en estos tiempos de crisis. Tal vez la causa esté en el exceso de “becarios”, que no conocen antecedentes. Sólo así se explica que las redacciones no adviertan un fenómeno que se reproduce desde hace años en torno a la Pascua: la difusión de noticias escandalosas basadas en viejos textos procedentes de evangelios apócrifos o de hallazgos arqueológicos presentados como revolucionarios. Desde luego, la abundancia de la información exige calibrar cada día más las fuentes que gozan de la confianza del lector.
En esta época del año, prefiero fijarme en la evolución de los bautismos de adultos en Francia, que suelen impartirse dentro de la quizá más bella ceremonia de la liturgia católica: la vigilia pascual. La Conferencia Episcopal del país vecino, que trabaja a fondo el catecumenado, publica por estas fechas datos muy significativos, y me agrada darles eco.
Este año, 3.631 adultos habrán recibido los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación, eucaristía) en la Francia metropolitana: dos tercios, mujeres; sobre todo, entre 20 y 45 años, con un paulino crecimiento de estudiantes, y un predominio abrumador de habitantes de grandes ciudades. En 2013, fueron 3.220 personas. En conjunto, respecto de los últimos diez años, el incremento ha sido del 43%. Y, de acuerdo con lo previsto, las decisiones personales se han consolidado a lo largo de dos años de formación dentro de la Iglesia.
Como en ocasiones precedentes, la nota de prensa oficial incluye el origen de los neófitos: este año, el 45% pertenece a la tradición cristiana, el 15% carecía de toda religión, y el 5% proviene de la cultura musulmana.
En cuanto al motivo determinante de la decisión, se repite de modos variados una causa común: el descubrimiento de la fraternidad cristiana, producido de modos diversos, como el encuentro con un cristiano o un sacerdote, el testimonio ejemplar de un compañero de trabajo, la reacción ante un evento excepcional en la propia vida, el sentimiento de ser acogido o, en fin, la invitación a ser padrino o madrina...
Lo que atrae a los catecúmenos, entre otras razones, es la búsqueda de una relación personal con Dios, la libertad que ofrece la Iglesia, sentir la alegría de la fe, vivir la solidaridad, abrirse a un verdadero sentido de la vida, participar en la belleza de la liturgia.
Nada que ver con esoterismos ni raras espiritualidades, que están en el trasfondo de ese tipo de noticias a que me refería al comienzo, como la reiterada estos días sobre el papiro de “la esposa de Jesús”. Se trata de un fragmento en copto defectuoso, titulado de modo impropio, bien porque un genitivo objetivo se hace coincidir con un genitivo posesivo, bien porque el texto no parece proceder de un códice.
En cuanto al contenido, no está claro a qué María se refiere, ni a quién se atribuye la condición de "madre" ni de “mujer”. Pero todo vale para influir en los debates sobre matrimonio, celibato y castidad. También la afirmación de la autenticidad de un papiro de entre los siglos VI y IX, dudosa hasta ahora para coptólogos, papirólogos e historiadores. Como ha escrito Mario Iannaccone, el asunto puede ser mucho más significativo para los estudiosos de la religiosidad contemporánea que para los especialistas en el cristianismo antiguo. Y, después de referirse a diversas críticas de entidad, añade una consideración de sentido común acerca de la naturaleza del documento: “¿qué es realmente este texto, en el supuesto de ser auténtico? No un evangelio, quizá un amuleto o un ejercicio de escritura”.
Nadie espera que haya especialistas en copto en la redacción de un periódico. Pero da pena que se traten las cuestiones religiosas con tan exiguo rigor.
Salvador Bernal