Poner la Eucaristía en el centro de nuestra vida (II)

El Papa Francisco dando la comunión.
El Papa Francisco dando la comunión.

En el artículo anterior, ya indicamos que esto es lo que nos pide el Papa Francisco a todos los católicos para el mes de julio de 2023: Que pongamos la Eucaristía en el centro de la vida.

Para saber cómo y qué hacer para conseguirlo habrá que pedir ayuda al Espíritu Santo, para que nos envíe su Luz y descubramos cómo y qué podemos hacer. 

  1. Un beso, ¡qué importante puede ser un beso! 

Transcribo el comentario de un joven sacerdote, llamado Rubén.

A los 6 meses de haber sido ordenado, mi Obispo me envió a una Parroquia, para suplir a un Párroco que llevaba allí más de 30 años. La triste realidad es que me encontré con unos fieles que no me aceptaban. Para mi fue una tarea ardua, pero fecunda y nunca hubiera sido posible tanta fecundidad, sin la ayuda del pequeño Gabriel.

Tras mi primera semana, se me presentó un matrimonio joven con su hijo pequeño, Gabriel, que era Down, para pedirme que lo aceptara como monaguillo. Mi primera reacción era negarme, pero no por ser Down, sino porque no sabía ni por dónde empezar, estaba sobrepasado con todas las dificultades que me iba encontrando al iniciar allí mi ministerio sacerdotal.

Pero cuando pregunté al pequeño si quería ser mi monaguillo, en vez de responderme con su boca, cariñosamente se me abrazó a la cintura, agarrándome tan fuerte, que no fui capaz de decirle que no y pensé, para mis adentros: Menuda forma de conseguir convencerme…

Lo cité para el siguiente domingo, unos 15 minutos antes de la Eucaristía. Gabriel llegó puntual y ya revestido con una sotanita roja y con un roquete que le había hecho su abuela.

Mi sorpresa fue cuando vi que Gabriel había traído a mi parroquia más feligreses de los que hubiera podido imaginar, pues vinieron sus familiares, que querían verlo y estos, a su vez, trajeron a otros.

Yo estaba nervioso, pues tenía que preparar todo lo necesario para la Eucaristía y no tenía a nadie que me ayudara, ni sacristán, ni el que toca las campanas, ni nadie más que yo. Así que tuve que ir corriendo de un lado para otro.

 

Un momento antes de empezar la Misa fue cuando me di cuenta que Gabriel no sabía nada de nada, sobre cómo ayudar en la Misa y yo no se lo había explicado. Entonces, lo único que se me ocurrió fue decirle: “Gabriel, haz todo lo que yo haga. Tú hazlo igual”. Sin caer en la cuenta que un niño, como Gabriel, es el niño más obediente del mundo.

Iniciada la Misa, al besar yo el altar, el pequeño no sólo lo besó también, sino que, más bien, se quedó prendido al altar.

En la homilía, vi que algunos feligreses me sonreían cuando yo les hablaba y se alegró mi joven corazón sacerdotal. Pero luego, me di cuenta que no era por mí sino por Gabriel, que me seguía, tratando de imitarme en todos mis movimientos.

Terminada la Misa, le dije a Gabriel, intentando hacerlo con todo el cariño del mundo, qué era lo que él tenía que hacer y qué no. Por ejemplo, le expliqué que sólo yo podía besar el altar en la Misa, porque el sacerdote se une a Cristo con ese beso. Me miraba expectante con sus grandes ojos y, sin entender del todo mi explicación, me replicó: “Pero yo también quiero besarlo”. Con mi segunda explicación tampoco lo dejé satisfecho, y se me ocurrió decirle: “Bueno, pues si quieres yo lo beso por los dos”. Y me pareció que ahora ya lo había dejado más convencido.

Al domingo siguiente, en la Misa, cuando yo besé el altar vi, por el rabillo del ojo, que Gabriel colocaba su mejilla sobre el altar y sonreía. Terminada la Misa le dije "Pero, Gabriel, quedamos que yo besaría el altar por los dos, ¿no te acuerdas?” Y el pequeño me respondió: “Padre yo no lo besé. Fue Él el que me besó a mí y ¡me llenó de besos!”.

Su respuesta, me llenó de una santa envidia y, al cerrar el templo y despedir a mis feligreses, me acerqué con piedad al altar, puse mi mejilla en él, como había hecho el pequeño y le pedí a Dios; "Señor... bésame, bésame, como has hecho con Gabriel".

Ese pequeño me recordó que la obra en la parroquia no era mía y que ganar el corazón de aquel pueblo solo podía ser desde una dulce y profunda intimidad con el Sumo y Eterno Sacerdote, que es Jesucristo, realmente presente en el Sagrario.

Desde entonces, mi beso al altar es doble, pues primero lo beso, como prescriben las normas litúrgicas y, luego, coloco unos segundos mi mejilla sobre el altar para recibir el beso de Dios

¡Gracias Gabriel!

Mi conclusión es que, al acercar a los otros al misterio de la Salvación, Dios nos llama a vivir nuestro propio encuentro personal con Él.

Yo, a través de Gabriel, aprendí a besar y a dejarme besar por Dios y así le pido: “Señor, Jesús, haznos sentir tus besos, también entre las cruces que aparezcan, para que todos los días nuestros corazones estén llenos de Ti y nunca tengan necesidad de otro amor, porque Tú lo llenas del todo”.

  1. El fruto de la Eucaristía 

El fruto de la Eucaristía es la Salvación (cfr. Oración para después de la Comunión del domingo XIV del tiempo ordinario)

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