Matrimonio, familia y transformación social

La sociedad actual parece, en ciertos aspectos, un tren que va a ninguna parte, como el que aparece en la película coreana “Rompenieves” (Bong Joon-ho, Snowpiercer, 2013).

Se desarrolla el film en un futuro no lejano, cuando el cambio climático casi acaba con la vida sobre la tierra. Solo sobreviven los pasajeros de ese tren, impulsado por lo que llaman “la máquina  de movimiento eterno”. Ahí puede verse una crítica a la tecnología si ésta se llegara a convertir en una pseudorreligión que pone un abismo entre los pobres y los ricos, somete con violencia a muchas personas y a sus familias, y las separa de los niños para adoctrinarlos y explotarlos. Con todo, late en alguna parte la esperanza de sobrevivir, después de una dura batalla encabezada por un redentor.

            Un tren verdaderamente salvador es hoy el de la familia cristiana, con su importante papel en la sociedad, que conviene poner de relieve en esta época de nueva evangelización. Para ello es bueno también plantearse qué actitudes educativas son las mejores, dentro de la familia, en relación con la vida política, económica y ciudadana, y con las nuevas tecnologías de la comunicación.

            1. Familia, nueva evangelización y cultura. En primer lugar cabe recordar que la fe debe hacerse cultura también desde la familia. Tenemos ejemplos en los primeros cristianos: el centurión Cornelio, primer gentil que, tras recibir al apóstol Pedro en su casa, se convirtió al cristianismo y con él toda su familia; lo mismo pasó con el carcelero de Pablo y Silas en Filipos, y con Lidia, comerciante de púrpura, primera conversa de Europa.

            Hoy como ayer de las familias cristianas se espera una contribución sustancial a la evangelización; la que solo ellas pueden realizar con otras familias, en sus barrios, etc. Pero para que puedan lograrlo, las familias necesitan ser formadas, escuchadas e impulsadas por los educadores cristianos, por los catequistas, por los sacerdotes.

            Un aspecto concreto de esta contribución de las familias a la evangelización es su implicación en la educación de la fe que imparten los mismos padres y madres de familia con la ayuda de los profesores de religión, los sacerdotes, catequistas y otros educadores.

             En el ámbito escolar conviene que esa educación en la fe tenga lugar en relación con todas las asignaturas, para contribuir a que los alumnos sepan configurar la relación entre fe y razón, entre religión y otras ciencias, de modo que la fe ilumine y anime sus actividades presentes y futuras, en el horizonte de una vida lograda que implica la dimensión de servicio a la sociedad. 

            Esto se puede alcanzar mejor si hay una estrecha colaboración entre la escuela y la familia. La religión, para aquellos alumnos cuyos padres la eligen, debería ser una asignatura de las más importantes, tan evaluable como las ciencias, las matemáticas o los idiomas.

            Todo esto requiere una adecuada cualificación profesional de los profesores de religión y que tengan, como todo buen educador, “pasión educativa”.

 

            Cuando los hijos llegan a la universidad, los padres deben estar atentos para situarles en el mejor contexto posible. Se trata de que puedan prolongar, en ese periodo educativo clave para los estudiantes, la educación en la fe que recibieron con anterioridad y la desarrollen en armonía con los conocimientos y la madurez humana que vayan adquiriendo.

            A este propósito las universidades de inspiración católica pueden ofrecer elementos que amplíen esta dimensión de toda formación humana. Sería muy bueno que en la universidad se enseñaran los fundamentos antropológicos y éticos de la vida, de modo compatible con una visión cristiana del mundo y de la persona –en un ambiente de respeto a los alumnos de otras religiones–, y también que los alumnos pudieran optar por alguna asignatura de carácter teológico (como sucede de hecho en la mayoría de las universidades americanas, alemanas, etc.).  El ambiente de la universidad y el lugar de alojamiento ayudan mucho para desarrollar esta educación. Muchos Colegios Mayores y clubs universitarios mantienen una buena oferta en esta línea y se esfuerzan por conseguir becas que cubran total o parcialmente los gastos de los estudiantes. Estas instituciones suelen contar con sacerdotes que sirven a la educación de la fe desde las actividades propias de la capellanía: propuesta cristiana del sentido de la vida, anuncio de la fe, celebraciones litúrgicas, formación de la conciencia para un trabajo al servicio del bien común, promoción del apostolado cristiano y de las obras de misericordia, etc.

            2. Familia y actitudes ante la vida política, económica y ciudadana. Las familias cristianas deben educar a sus hijos con la convicción de que ser cristianos no es refugiarse en una vida “cómoda”, individualista o indiferente a los problemas de los demás y del mundo, que todos estamos comprometidos en mejorar. 

            Especialmente los cristianos laicos tienen ese compromiso de ser sal y luz de la sociedad, precisamente desde la vida personal y familiar, profesional y cultural.

            Por eso hay que evitar, en las familias, las actitudes, visiones y comentarios pesimistas y cínicos sobre la política. Al contrario, los niños y jóvenes deberían crecer en una ambiente que les ayude a comprender el alto servicio que supone una vida dedicada al bien común. Junto con una visión realista y esperanzada, que cuenta con la ayuda de Dios, de su providencia y de su gracia, conviene que en las familias, en las escuelas y parroquias, se les enseñe a presentar las raíces cristianas de su cultura en términos actuales. “Se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo”, dijo Juan Pablo II al despedirse de España en 2003. También el santo papa polaco enseñó que se puede tener una recta conciencia y aspirar a informar el mundo con el amor de Dios, de modo que las tareas públicas sean palestra para el ejercicio de una verdadera “caridad social y política”.

            Similares actitudes cabe trasmitir respecto a la economía. El ejemplo y coherencia de los padres y madres de familia en las cuestiones sociales y económicas, en los problemas del desarrollo integral y de la promoción humana, son fundamentales a la hora de sembrar ese sentido de fraternidad entre los hombres y los pueblos (cf. encíclica Caritas in veritate, 29-VI-2009), esa necesidad de cambiar los paradigmas económicos

En la familia se aprende a prescindir de cosas incluso necesarias, si el vecino o el que llama a la puerta pidiendo ayuda lo solicita desde la indigencia. Sólo así se forjarán los hijos como ciudadanos rectos, dispuestos a servir el bien común. Nuestra sociedad necesita ciudadanos crecidos en una familia que sea auténtica escuela de gratuidad y de confianza, de solidaridad y fraternidad.

            En cuanto a las nuevas tecnologías de la comunicación, las familias tienen también aquí un papel importante. Ante todo deben valorar los aspectos positivos de estos medios, como modo de abrir la comunicación entre las personas y por tanto como posibles caminos para profundizar también en la educación de la fe (cf. Benedicto XVI, Discurso al Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, 28-II-2011).

            Se deben atender asimismo los problemas y dificultades prácticas que las nuevas tecnologías conllevan. De ahí las medidas de prudencia para proteger a los que pueden ser dañados por esas mismas tecnologías, sobre todo los niños y los jóvenes. Con todo, ante el progreso científico y tecnológico cabe recordar que la única solución a medio y largo plazo es la buena formación en los valores que hacen más grandes a las personas, sobre todo su apertura a Dios y a los demás. Se trata de un campo donde se plantean continuamente nuevas oportunidades y desafíos, y en el que todos podemos ayudarnos mutuamente y ayudar a las familias.

Ramiro Pellitero, Universidad de Navarra

iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com


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