La mujer musulmana, mujer sumisa

Los ritos que culminan la peregrinación anual a La Meca, que se inician el día 7 del duodécimo mes musulmán, el mes de du-l-hiyya, han coincidido este año con el final de septiembre. La peregrinación es una de las cinco prescripciones rituales de la sharia y acaba en Mina, a unos 8 km de La Meca, cuando el día 10 se celebra la fiesta del Sacrificio. Se inmolan reses en memoria del carnero que Abrahán sacrificó en lugar de su hijo. La fiesta del Sacrificio también se festeja en las  calles de las ciudades de todo el mundo islámico donde amigos y familiares se reúnen para sacrificar vacas y ovejas.

Los festejos de la de El Cairo han sido desgraciadamente célebres, al igual que sucedió durante los de la ruptura del ayuno del Ramadán, por el elevado número de casos de acoso sexual a mujeres, verbal o físico, que se han producido en sus calles. Se han registrado más de cuatrocientos casos. La feminista egipcia Nawal al-Saadawi declaraba en El Mundo que la epidemia cairota de acoso era «una muestra de las contradicciones de una sociedad cada vez más conservadora y corrompida. Se trata de un círculo vicioso entre pobreza y religión». Nawal al-Saadawi participó en Madrid a primeros de septiembre en un foro sobre la igualdad de género en el norte de África y Oriente Próximo organizado por la AECID. En esa ocasión precisó, además, que la opresión de la mujer era un fenómeno universal en todas las religiones: «En el cristianismo, en el judaísmo, en el islam o en el budismo la mujer es siempre inferior».

El análisis que hace la psiquiatra egipcia de la opresión femenina es muy habitual entre los intelectuales árabes ateos que, a pesar de afirmar que se han liberado de los prejuicios de su religión, ven el cristianismo a través de lentes islamizadas al mismo tiempo que asumen un planteamiento marxista de la Historia que reduce todas las religiones al igualitarismo.

La dignidad de la mujer en el cristianismo nada tiene que ver con la del islam en el que está exclusivamente vinculada al matrimonio. Según el Corán, las esposas son campos labrados a los que los maridos pueden acudir del modo que deseen y que les darán quietud para que nazca entre ellos el afecto y la bondad. Contradictoriamente, aunque el Libro dedica palabras al matrimonio, éste no tiene ningún sentido religioso. Matrimonio (nikah) se dice igual que coito y la sharia lo define como un simple contrato por el que el marido se asegura el disfrute físico de la mujer mediante el pago de una dote y la satisfacción  de ciertas obligaciones, como las de tipo conyugal y el deber de mantenerla. Es la sumisión de la mujer a su marido.

En el cristianismo, la soltera, la casada y la viuda disfrutan de la misma dignidad. El matrimonio es una institución divina desde el génesis mediante la cual el hombre y la mujer llegan a ser una sola carne con el don sincero de sí mismos en el que la relación sexual forma parte de la entrega mutua y plena de ambos. La manida sumisión de la mujer al marido a la que invita la Carta a los Efesios resulta escandalosa si no se entiende que este planteamiento, como explica la Mulieris Dignitatem, está arraigado en la costumbre y la tradición religiosa de su tiempo, y que se realiza de un modo nuevo como sumisión recíproca de la esposa y el esposo en Cristo. Como matiza esta Carta Apostólica, este nuevo modo de sumisión tuvo y tiene que seguir abriéndose camino en los corazones y las costumbres de los hombres. Los propios cristianos lucharon y luchan por implantarlo socialmente.

El matrimonio islámico que no acepta la sumisión recíproca y cuyo vínculo no es una persona sagrada, sino un contrato legal, sitúa a la mujer en una posición inferior, más proclive a padecer abusos, y entorpece la aceptación de una novedad matrimonial como la cristiana. Por ello, es hora de desbaratar esos planteamientos tan simplistas que no hacen justicia a la verdad y de analizar objetivamente la realidad y no solo bajo la óptica del islam.


 
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